lunes, 6 de junio de 2016

«Bienaventurados los pobres de espíritu»





Texto del Evangelio (Mt 5,1-12): En aquel tiempo, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».

«Bienaventurados los pobres de espíritu»

Hoy, con la proclamación de las Bienaventuranzas, Jesús nos hace notar que a menudo somos unos desmemoriados y actuamos como los niños, pues el juego nos hace perder el recuerdo. Jesús temía que la gran cantidad de “buenas noticias” que nos ha comunicado —es decir, de palabras, gestos y silencios— se diluyera en nuestros pecados y preocupaciones. ¿Recordáis, en la parábola del sembrador, la imagen del grano de trigo ahogado en las espinas? Por eso san Mateo engarza las Bienaventuranzas como unos principios fundamentales, para que no las olvidemos nunca. Son un compendio de la Nueva Ley presentada por Jesús, como unos puntos básicos que nos ayudan a vivir cristianamente.

Las Bienaventuranzas están destinadas a todo el mundo. El Maestro no sólo enseña a los discípulos que le rodean, ni excluye a ninguna clase de personas, sino que presenta un mensaje universal. Ahora bien, puntualiza las disposiciones que debemos tener y la conducta moral que nos pide. Aunque la salvación definitiva no se da en este mundo, sino en el otro, mientras vivimos en la tierra debemos cambiar de mentalidad y transformar nuestra valoración de las cosas. Debemos acostumbrarnos a ver el rostro del Cristo que llora en los que lloran, en los que quieren vivir desprendidos de palabra y de hechos, en los mansos de corazón, en los que fomentan las ansias de santidad, en los que han tomado una “determinada determinación”, como decía santa Teresa de Jesús, para ser sembradores de paz y alegría.

Las Bienaventuranzas son el perfume del Señor participando en la historia humana. También en la tuya y en la mía. Los dos últimos versículos incorporan la presencia de la Cruz, ya que invitan a la alegría cuando las cosas se ponen feas humanamente hablando por causa de Jesús y del Evangelio. Y es que, cuando la coherencia de la vida cristiana sea firme, entonces, fácilmente vendrá la persecución de mil maneras distintas, entre dificultades y contrariedades inesperadas. El texto de san Mateo es rotundo: entonces «alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,12).






PADRE
BENDICE
A NUESTRA PATRIA






domingo, 5 de junio de 2016

LA MORAL DE LA IGLESIA Y SU DOCTRINA SOCIAL FRENTE AL CAPITALISMO




Capitalismo y Doctrina Social de la Iglesia

LA MORAL DE LA IGLESIA Y SU DOCTRINA SOCIAL FRENTE AL CAPITALISMO

Ha causado revuelo, una vez más, el mensaje moral y social de la iglesia, en este caso, del actual Papa Francisco sobre “el capitalismo salvaje como causante de la crisis, que ha enseñado la lógica del provecho a cualquier costo, del dar para obtener, del explotar sin mirar a las personas... “(21 de Mayo, Roma).

No es la primera vez que un Papa crítica y deslegitima moralmente al capitalismo y su capacidad inherente de generar crisis injustas. En 1.931, en el contexto de la grave crisis de 1.929, en su Encíclica Quadragesimo Anno (QA),

Pío XI decía lo siguiente sobre el capitalismo: "Hemos examinado la economía actual y la hemos encontrado plagada de vicios gravísimos" (QA 28), lo denominó "el imperialismo internacional del dinero"... Esta enseñanza la recogería y profundizaría, más tarde, Pablo VI en su Encíclica Populorum Progressio, en el año 1967 (por ejemplo, en el n. 26). Como señalan estudiosos de esta Doctrina Social de la Iglesia (DSI), con su misión profética, a lo largo de dicha enseñanza social, la Iglesia ha criticado o denunciado y deslegitimado, moralmente, a los sistemas injustos como es el capitalismo, a todo capitalismo, al capitalismo real y existente, a la entraña y esencia del capitalismo que es el liberalismo económico.

La DSI siempre ha visto muy bien y mostrado que la raíz del capitalismo es la ideología de dicho liberalismo económico, y que son por tanto inseparables, están intrínsicamente unidos. Muchas veces se ha malinterpretado o tergiversado (manipulado) esta DSI. Ya que si bien es verdad que, como es sabido, la iglesia se ha opuesto a los principios y claves del comunismo colectivista o colectivismo, de la misma forma ha negado éticamente al capitalismo en su mismo espíritu o raíz. Pasó, por ejemplo, con la última encíclica social que realizara Juan Pablo, en 1.991, la Centesimus Annus (CA). Se malinterpretó y/o tergiversó un pasaje de la CA, (el n. 42), sacándolo del contexto y mensaje global de la encíclica, queriendo hacer pasar al Papa y a la DSI como que apoyaba y justificaba el capitalismo. Nada más lejos de la realidad.

Se intentan mezclar cosas como que la iglesia y el Papa acepta la economía de libre mercado, que es cierto, confundiendo esta libertad económica con el capitalismo que es distinto. Y que el mismo Papa, en dicho n. 42 de la CA, se resiste a hace eso, el confundir o identificar capitalismo con economía libre. En este celebre n. 42, al final del mismo, Juan Pablo II crítica y se opone igualmente el fundamentalismo de la ideología del capitalismo, su fanatismo del mercado que lo erige en ídolo.

Ya que aunque haya fracasado o caído el comunismo colectivista, que según el Papa no es más que un capitalismo de estado, en esta encíclica Juan Pablo II no acepta tampoco al capitalismo como vencedor o alternativa (CA 35). El capitalismo es inhumano, pone las cosas sobre las personas y margina a los pobres, como subraya el Papa (CA 34). De ahí que lo moral sea luchar contra el sistema capitalista (CA 35). El Papa Juan Pablo II ha ido al fondo del espíritu y antropología liberal-burguesa del capitalismo, que antepone el individualismo y el beneficio a la vida, dignidad y protagonismo del ser humano. Esta libertad burguesa, deformada, del individualismo liberal-posesivo que constituye al capitalismo: choca de frente con la sociabilidad y libertad espiritual del ser humano, con la ética solidaria e integral que realmente libera la persona; todo ello que conforma una visión antropológica y moral global, espiritual y cristiana (CA 33, 35 y 42).

Benedicto XVI sigue el camino de esta DSI y enseña que “tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa" (Aparecida, 4) En su último Mensaje de la Paz de 2.103, Benedicto XVI denunciaba el descontrol del capitalismo, hoy sobre todo financiero, que causa “alarma con los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista” (n. 1) Y clamaba el Papa por “un nuevo modelo económico, ya que el que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad” (n. 5).

Bajo el ministerio de Juan Pablo II y con la colaboración del entonces Cardenal Ratzinger, el mismo Catecismo de la Iglesia rechaza el capitalismo y su práctica, el capitalismo real, ya que promueve “el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano” (n. 2.425). Esta crítica y rechazo de la DSI a la injusticia e inmoralidad inherente del capitalismo y sus estructuras, como la empresa de tipo capitalista, se ejemplifica muy bien en un celebre discurso de Pablo VI. Mostraba el Papa como el capitalismo “ha de tener algún vicio profundo, una radical insuficiencia este sistema, si desde sus comienzos cuenta con semejantes reacciones sociales" (Pablo VI, Discurso a los empresarios, 1.964).

Como se observa, los principios y valores de la DSI van en contra de la raíz ideológica y sistema del capitalismo. Ya que, con la tradición de la iglesia, nos enseña que no se puede vivir en la codicia y en la riqueza, ser rico y al mismo tiempo ser solidario, valor esencial para el cristiano. La solidaridad no es solo compartir y distribuir lo superfluo, lo que nos sobra, sino incluso lo que necesitamos para vivir, como nos recuerda el Vaticano II (GS 69) y Juan Pablo II (SRS 31). Y es que, como vemos, el individualismo neo-liberal y capitalista es una falsificación egoísta de la libertad cristiana, que es servir y comprometerse por la solidaridad y la justicia con los pobres.

La economía y el mercado se deben situar en el marco moral del bien común, la solidaridad y la justicia social con los pobres (Catecismo, 2425). El mercado tiene que ser controlado, regulado por el estado y, en especial, la sociedad civil en la búsqueda de ese bien común y la justicia social, como nos enseñaban Pablo VI (PP 33) y Juan Pablo II (CA 35 y 48). Tal como expresa otro principio básico de la DSI, la subsidiariedad, valor esencial para una verdadera democracia. El destino universal de los bienesestá por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social, como nos enseña, por ejemplo, el Vaticano II (GS 69) y Juan Pablo II (LE 14). De ahí una clave esencial de la cuestión social y de la DSI, como es el trabajo y un salario digno, justo para las personas y sus familias (LE 19). Ya que el trabajo, la realización y dignidad del trabajador tiene la prioridad sobre el capital (beneficio, medios de producción…, LE 13).

Estos medios o la empresa debe ser socializada, todos los trabajadores deber ser protagonistas y participes de la misma (LE 14-15). La economía financiera especulativa y usurera es inmoral, con sus créditos e intereses que son abusivos, usureros, nada éticos...; lo cual nos ha metido en esta inmoral crisis. Y debe dejar paso a unos créditos morales y justos, a unas empresas y finanzas-banca ética, a una economía real, que sirva al trabajo, al empleo y al desarrollo integral, como ya manifestaba León XIII (RN 1), Juan Pablo II (CA 43), el reciente Compendio de DSI (369-72) y continuaría enseñando Benedicto XVI (CIV 65). Las riquezas, el tener y el consumismo van en contra de una ecología integral. En, fin, como se observa claramente, estos valores, principios y claves que nos enseña la DSI: se oponen, de forma precisa y contundente, a la naturaleza de la ideología del neoliberalismo y su sistema económico del capitalismo, el capitalismo real. Es necesario no olvidar y recordar que toda esta DSI pertenece constitutivamente a la misión evangelizadora de la iglesia, a la enseñanza de la iglesia sobre el ser humano (antropología cristiana) y su actitud ética (moral cristiana). Ya que, en este sentido, la DSI no es solo una teoría o enseñanza. Es estimulo, motivación y praxis de la caridad, que tiene un carácter sociopolítico, en el compromiso por el bien común y la justicia con los pobres, presencia (sacramento) de Cristo Pobre y Crucificado.

Los pobres son los principales protagonista de la misión y de la praxis moral, tal como no enseña la tradición de la iglesia, el Vaticano II (LG 8, AA 8) y los obispos españoles (IP 9 y 132). La vida y dignidad del pobre y de la victima, de toda persona se enraíza en el Dios Creador (Padre), Salvador (Hijo) y Vivificador (Espíritu), en el Dios Trinitario. La Trinidad es la fuente y modelo de solidaridad, de compromiso por el bien común, la paz y la justicia con los pobres. Frente a todo pecado mal, egoísmo y sus estructuras (sociales) de pecado, como el capitalismo, que podemos vencer.


Sí se puede, es posible otro mundo si realmente creemos en la Esperanza. Si, nosotros los cristianos, tenemos realmente fe en la Pascua y Resurrección de Jesús, en la vida eterna. Si seguimos a Jesús y su Reino, acogiendo el don de su salvación liberadora en el amor fraterno, en la paz y la justicia que se anticipa ya en la historia y que vencerá a toda injusticia, mal y muerte. Como testimoniaron lo santos y testigos de la fe, como nos testificaron todos estos queridos Papas, sucesores de Pedro, hasta llegar al Papa Francisco, Pastor y Profeta del Pueblo de Dios. 

«No llores»





Texto del Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

«No llores»

Hoy también nosotros quisiéramos enjugar todas las lágrimas de este mundo: «No llores» (Lc 7,13). Los medios de comunicación nos muestran —hoy más que nunca— los dolores de la humanidad. ¡Son tantos! Si pudiéramos, a tantos hombres y mujeres les diríamos «levántate» (Lc 7,14). Pero…, no podemos, ¡no podemos, Señor! Nos sale del alma decirle: —Mira, Jesús, que nos vemos desbordados por el dolor. ¡Ayúdanos!

Ante esta sensación de impotencia, procuremos reaccionar con sentido sobrenatural y con sentido común. Sentido sobrenatural, en primer lugar, para ponernos inmediatamente en manos de Dios: no estamos solos, «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16). La impotencia es nuestra, no de Él. La peor de todas las tragedias es la moderna pretensión de edificar un mundo sin Dios e, incluso, a espaldas de Dios. Desde luego es posible edificar “algo” sin Dios, pero la historia nos ha mostrado sobradamente que este “algo” es frecuentemente inhumano. Aprendámoslo de una vez por todas: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

En segundo lugar, sentido común: el dolor no podemos eliminarlo. Todas las “revoluciones” que nos han prometido un paraíso en esta vida han acabado sembrando la muerte. Y, aun en el hipotético caso (¡un imposible!) de que algún día se pudiera eliminar “todo” dolor, no dejaríamos de ser mortales… (por cierto, un dolor al que sólo Cristo-Dios ha dado respuesta real).

El espíritu cristiano es “realista” (no esconde el dolor) y, a la vez, “optimista”: podemos “gestionar” el dolor. Más aún: el dolor es una oportunidad para manifestar amor y para crecer en amor. Jesucristo —el “Dios cercano”— ha recorrido este camino. En palabras del Papa Francisco, «conmoverse (“moverse-con”), compadecerse (“padecer-con”) del que está caído, son actitudes de quien sabe reconocer en el otro su propia imagen [de fragilidad]. Las heridas que cura en el hermano son ungüento para las propias. La compasión se convierte en comunión, en puente que acerca y estrecha lazos».





PADRE
BENDICE
A NUESTRA PATRIA






sábado, 4 de junio de 2016

«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón»




Texto del Evangelio (Lc 2,41-51): Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón»


Hoy celebramos la memoria del Corazón Inmaculado de María. Un corazón sin mancha, lleno de Dios, abierto totalmente a obedecerle y escucharle. El corazón, en el lenguaje de la Biblia, se refiere a lo más profundo de la persona, de donde emanan todos sus pensamientos, palabras y obras. ¿Qué emana del corazón de María? Fe, obediencia, ternura, disponibilidad, espíritu de servicio, fortaleza, humildad, sencillez, agradecimiento, y toda una estela inacabable de virtudes.

¿Por qué? La respuesta la encontramos en las palabras de Jesús: «Donde está tu tesoro allí estará tu corazón» (Mt 6,21). El tesoro de María es su Hijo, y en Él tiene puesto todo su corazón; los pensamientos, palabras y obras de María tienen como origen y como fin contemplar y agradar al Señor.

El Evangelio de hoy nos da una buena muestra de ello. Después de narrarnos la escena del niño Jesús perdido y hallado en el templo, nos dice que «su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51). San Gregorio de Nisa comenta: «Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado». ¿Qué guarda María en su corazón? Desde la Encarnación hasta la Ascensión de Jesús al cielo, pasando por las horas amargas del Calvario, son tantos y tantos recuerdos meditados y profundizados: la alegría de la visita del ángel Gabriel manifestándole el designio de Dios para Ella, el primer beso y el primer abrazo a Jesús recién nacido, los primeros pasos de su Hijo en la tierra, ver cómo iba creciendo en sabiduría y en gracia, su “complicidad” en las bodas de Caná, las enseñanzas de Jesús en su predicación, el dolor salvador de la Cruz, la esperanza en el triunfo de la Resurrección...

Pidámosle a Dios tener el gozo de amarle cada día de un modo más perfecto, con todo el corazón, como buenos hijos de la Virgen.




PADRE
BENDICE
A NUESTRA
PATRIA






viernes, 3 de junio de 2016

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido»




Texto del Evangelio (Lc 15,3-7): En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a los fariseos y maestros de la Ley: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, contento, la pone sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión».

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido»

Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Desde tiempo inmemorial, el hombre sitúa “físicamente” en el corazón lo mejor o lo peor del ser humano. Cristo nos muestra el suyo, con las cicatrices de nuestro pecado, como símbolo de su amor a los hombres, y es desde este corazón que vivifica y renueva la historia pasada, presente y futura, desde donde contemplamos y podemos comprender la alegría de Aquel que encuentra lo que había perdido.

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido» (Lc 15,6). Cuando escuchamos estas palabras, tendemos siempre a situarnos en el grupo de los noventa y nueve justos y observamos “distantes” cómo Jesús ofrece la salvación a cantidad de conocidos nuestros que son mucho peor que nosotros... ¡Pues no!, la alegría de Jesús tiene un nombre y un rostro. El mío, el tuyo, el de aquél..., todos somos “la oveja perdida” por nuestros pecados; así que..., ¡no echemos más leña al fuego de nuestra soberbia, creyéndonos convertidos del todo!

En el tiempo que vivimos, en que el concepto de pecado se relativiza o se niega, en el que el sacramento de la penitencia es considerado por algunos como algo duro, triste y obsoleto, el Señor en su parábola nos habla de alegría, y no lo hace solo aquí, sino que es una corriente que atraviesa todo el Evangelio. Zaqueo invita a Jesús a comer para celebrarlo, después de ser perdonado (cf. Lc 19,1-9); el padre del hijo pródigo perdona y da una fiesta por su vuelta (cf. Lc 15,11-32), y el Buen Pastor se regocija por encontrar a quien se había apartado de su camino.

Decía san Josemaría que un hombre «vale lo que vale su corazón». Meditemos desde el Evangelio de Lucas si el precio —que va marcado en la etiqueta de nuestro corazón— concuerda con el valor del rescate que el Sagrado Corazón de Jesús ha pagado por cada uno de nosotros.





PADRE
BENDICE
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PATRIA






jueves, 2 de junio de 2016

«No existe otro mandamiento mayor que éstos»




Texto del Evangelio (Mc 12,28-34): En aquel tiempo, se llegó uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que estos».

Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

«No existe otro mandamiento mayor que éstos»

Hoy, un maestro de la Ley le pregunta a Jesús: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,28). La pregunta es capciosa. En primer lugar, porque intenta establecer un ranking entre los diversos mandamientos; y, en segundo lugar, porque su pregunta se centra en la Ley. Está claro, se trata de la pregunta de un maestro de la Ley.

La respuesta del Señor desmonta la espiritualidad de aquel «maestro de la Ley». Toda la actitud del discípulo de Jesucristo respecto a Dios queda resumida en un punto doble: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón» y «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12,31). El comportamiento religioso queda definido en su relación con Dios y con el prójimo; y el comportamiento humano, en su relación con los otros y con Dios. Lo dice con otras palabras san Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Ama a Dios y ama a los otros, y el resto de cosas será consecuencia de este amor en plenitud.

El maestro de la ley lo entiende perfectamente. E indica que amar a Dios con todo el corazón y a los otros como a uno mismo «vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (Mc 12,33). Dios está esperando la respuesta de cada persona, la entrega plena «con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,30) a Él, que es la Verdad y la Bondad, y la entrega generosa a los otros. Los «sacrificios y ofrendas» tan solo tienen sentido en la medida en que sean expresión verdadera de este doble amor. ¡Y pensar que a veces utilizamos los “pequeños mandamientos” y «los sacrificios y las ofrendas» como una piedra para criticar o herir al otro!

Jesús comenta la respuesta del maestro de la Ley con un «no estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34). Para Jesucristo nadie que ame a los demás por encima de todo está lejos del reinado de Dios.





PADRE
BENDICE
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PATRIA






miércoles, 1 de junio de 2016

«No es un Dios de muertos, sino de vivos»




Texto del Evangelio (Mc 12,18-27): En aquel tiempo, se le acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer».

Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error».

«No es un Dios de muertos, sino de vivos»

Hoy, la Santa Iglesia pone a nuestra consideración —por la palabra de Cristo— la realidad de la resurrección y las propiedades de los cuerpos resucitados. En efecto, el Evangelio nos narra el encuentro de Jesús con los saduceos, quienes —mediante un caso hipotético rebuscado— le presentan una dificultad acerca de la resurrección de los muertos, verdad en la cual ellos no creían.

Le dicen que, si una mujer enviuda siete veces, «¿de cuál de ellos [los siete esposos] será mujer?» (Mc 12,23). Buscan, así, poner en ridículo la doctrina de Jesús. Mas, el Señor deshace tal dificultad al exponer que, «cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos» (Mc 12,25).

Y, dada la ocasión, Nuestro Señor aprovecha la circunstancia para afirmar la existencia de la resurrección, citando lo que le dijo Dios a Moisés en el episodio de la zarza: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob», y agrega: «No es un Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12,26-27). Ahí Jesús les reprocha lo equivocados que están, porque no entienden ni la Escritura ni el poder de Dios; es más, esta verdad ya estaba revelada en el Antiguo Testamento: así lo enseñaron Isaías, la madre de los Macabeos, Job y otros.

San Agustín describía así la vida de eterna y amorosa comunión: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos».

Nosotros, lejos de dudar de las Escrituras y del poder misericordioso de Dios, adheridos con toda la mente y el corazón a esta verdad esperanzadora, nos gozamos de no quedar frustrados en nuestra sed de vida, plena y eterna, la cual se nos asegura en el mismo Dios, en su gloria y felicidad. Ante esta invitación divina no nos queda sino fomentar nuestras ansias de ver a Dios, el deseo de estar para siempre reinando junto a Él.





PADRE
BENDICE
A NUESTRA
PATRIA