El poder de la esperanza
En el libro Sobrevivir, escrito por Vitus
Droscher, y en el capítulo El estrés en los animales, se hace referencia a un
experimento científico realizado en la ciudad de Mainz, Alemania.
En primer
lugar, una rata fue arrojada sorpresivamente a un estanque de agua. Antes de
tres minutos había muerto de angustia; no pereció ahogada, sino de un ataque al
corazón.
Luego fue arrojada al agua una segunda rata, pero ni bien cayó al
estanque se le tiró una tablita salvadora y, así, braceando sobre la tabla
flotó por diecisiete minutos.
Se la sacó, se la dejó descansar y luego se la
volvió a poner en el agua, pero apoyada desde el mismo comienzo en la tabla
salvadora. Continuó nadando durante siete horas. Luego murió por el agotamiento,
pero no de angustia. Los científicos llegaron a esta conclusión; cuando se
tiene la esperanza de sobrevivir, tanto la vida de los animales como la de los
seres humanos se prolonga.
En verdad, la esperanza es lo que le da
sentido a la vida. Inunda nuestro ser con la certeza de que se alcanzarán
nuestros más íntimos deseos. Por ejemplo, la madre mira a su bebé con la
esperanza de que crezca sano y bueno.
Los novios van al altar esperando lo
mejor en su vida matrimonial. Prácticamente todos los viajes y negocios son
alentados por la esperanza de lograr el éxito. Vamos al médico con la esperanza
de que nos vamos a sanar.
Ciertamente, vivimos por lo que esperamos.
Pero muchas veces nos pasa lo que le ocurrió a la primera rata del experimento.
Caemos al agua, sin que aparentemente exista una tablita salvadora para
apoyarnos.
De golpe perdemos el trabajo, o uno de nuestros hijos es atropellado
por un auto y queda paralítico; o de pronto --después de 20 años de casados--
la vida matrimonial pierde su encanto. O lo que es peor, vamos al médico en un
examen de rutina y se nos descubre que en un rincón de nuestro cerebro se anida
un tumor maligno que es inoperable.
Y, por supuesto, nos deprimimos, nos
angustiamos y hasta nos desesperamos. Y si somos creyentes, clamamos al Señor y
nos atrevemos a protestar, diciendo: ¿Por qué, Señor? ¿Por qué a mí me ocurre
esto? ¿No he sido todos estos años un fiel hijo, una fiel hija tuya? ¿No he
defendido y apoyado tu causa de todo corazón? ¿Por qué, Señor?
Para nuestra orientación y bienestar
espiritual, repasemos la experiencia del patriarca Job. Según el registro
bíblico, en un principio todo le iba bien a Job.
Tenía muy buena reputación,
era recto, temeroso de Dios y conocido como el más grande de todos los
orientales. Su hogar estaba enriquecido con siete hijos y tres hijas. Además,
Job era sumamente rico: tenía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas
yuntas de bueyes, quinientas asnas y muchísimos criados.
Pero de pronto, Dios permitió que Job fuese
azotado por las pruebas. Como un terrible vendaval, cayeron sobre él y los
suyos las calamidades más espantosas. Sus criados repentinamente fueron muertos
a filo de espada por los sabeos (Job 1:13).
Luego descendió fuego del cielo que
consumió ovejas y pastores (vers. 16). Después, los caldeos se llevaron los
camellos y mataron a casi el resto de sus criados (vers. 17).
Entonces, un
ciclón desplomó la casa donde estaban sus hijos e hijas, y todos murieron
(vers. 18). Por si fuera poco, una sarna o llaga espantosa cubrió el cuerpo de
Job de pies a cabeza. En su dolor se rascaba con una teja (Job 2:7). Su esposa
lo increpó, diciéndole: "Maldice a Dios y muere" (Job 2:9) y sus
llamados amigos Elifaz, Bildad y Zofar lo censuraron, diciéndole que su
situación era una consecuencia de sus pecados.
Pero, a pesar de todo, Job levantó su voz con
un grito de victoria y esperanza. Dice así: "Quién diera que mis palabras
fueran escritas.
Quién diera que se escribieran en un libro. Que con cincel de
hierro y con plomo fueran en piedra esculpidas para siempre". Y añade,
"Yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre la tierra. Y
después, revestido de mi piel, estando en mi cuerpo veré a Dios. Yo mismo lo
veré. Mis propios ojos y no otro. Cómo lo anhela mi corazón dentro de mí"
(Job 19:23-27).
Job, conocido como el sufrido y paciente
patriarca, que prácticamente lo perdió y lo sufrió todo --perdió sus hijos, su
casa, sus bienes, la lealtad de su esposa, la comprensión de sus amigos y aún
perdió su salud--, a pesar de todas sus pruebas y dolores debiera ser recor
dado como aquel que fue sostenido por una confianza plena en Dios y que
sobrevivió por una esperanza viva en Jesucristo. Job expresó su certeza de que,
al fin de todo, con un cuerpo transformado habría de ver a Dios con sus propios
ojos.
El don de la esperanza le había dado la victoria. ¿Cuál era el secreto de
una esperanza semejante?
Como vimos, en su hora de dolor más
angustiosa, Job pudo decir: "Yo sé que mi Redentor vive...y por lo tanto,
seré transformado y lo veré con mis ojos". La verdadera, la única
esperanza se apoya en el Redentor que murió en la cruz y al tercer día
resucitó.
Sí, la esperanza en el triunfo del bien y en
la transformación de este planeta, la esperanza en una tierra nueva y perfecta,
la esperanza de que los justos gozarán la salvación y la vida eterna, y la
bendita esperanza de ver cara a cara al Señor Jesús...sí, toda esta suma de
esperanzas y deseos se apoyan y dependen de la sublime realidad de que
Jesucristo estuvo en esta tierra, murió, resucitó y ascendió victorioso a los
cielos.
La fórmula bíblica para mantener viva la
esperanza, es pasar por el Calvario. Existe una íntima relación entre la
primera y la segunda venida de Cristo. Dice el apóstol San Pablo: "Así
también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y
aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le
esperan" (Hebreos 9:28).
La esperanza en la segunda venida de Cristo se
apoya y depende de la obra realizada por Jesús en su primera venida. La cruz
garantiza la corona. Este mundo le pertenece a él. Él prometió volver, y por lo
tanto volverá.
En última instancia, la esperanza es encendida
por el amor de Dios en Cristo Jesús. El amor divino es el fuego más poderoso
para que nuestro corazón arda con la llama de la esperanza. Leamos 1 S. Juan
3:1-3: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados
hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de
ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque
le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se
purifica a sí mismo, así como él es puro".
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, exhorta
el apóstol. Deténgase, no se apresure, no se ensimisme en su pequeño mundo.
Levante sus ojos...hay vida en mirar a la santa cruz. ¿Cuándo mirar a Jesús?
Cuando el mundo nos hechice, cuando la culpa nos agobie, cuando los amigos nos
chasqueen, cuando la enfermedad nos torture, cuando Satanás nos acose.
Y agrega el apóstol, "mirad cuál
amor". Es un amor glorioso, leal, abnegado...Dios ama lo inútil, lo
inservible. "Palabra fiel y digna de ser recibida de todos, que Cristo
Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el
primero" (1 Timoteo 1:15). Jesús no escatimó nada para salvarnos. Dio su
vida y su sangre.
¿Cuál es mi respuesta al amor de Dios? El
pasaje inspirado dice: "Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que
tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro"
(versículos 2 y 3).
Dice el discípulo amado: "Ahora somos
hijos de Dios. Pero luego seremos transformados. Llegaremos a ser semejantes a
él". El cuerpo de nuestra bajeza será transformado a la semejanza del
cuerpo de Jesús.
"Lo veremos como él es". Sin ninguna
distorsión. Lo veremos cara a cara. Sus manos, su mirada, su voz. Oiremos de
sus labios el relato de la cruz... La esperanza en Jesús nos asegura un final
maravilloso. El que tiene esta esperanza en él, se purifica, como él es puro.
En consecuencia, ahora debemos abrir la puerta del corazón a Jesús, para que él
entre y lo purifique por completo.
Trabajemos también para apresurar la venida
del Señor. El anhelo de ver a Jesús nos impulsará a ser siervos fieles. Dice el
apóstol Pedro: "Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios,
en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo
quemados, se fundirán" (2 S. Pedro 3:12).
Amemos a Cristo y apresuremos su venida en
espíritu y en verdad. Seamos fieles y amantes, como el apóstol, quien dijo:
"He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, que me dará el Señor,
Juez justo, en aquel día. Y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su
venida" (2 Timoteo 4:7, 8).
Movido por la esperanza, el poeta dijo así:
Cuando vuelvas, Señor, en tu hermosura,
de tus santos millares proclamado
Rey eterno, de gloria coronado,
triunfante de la misma sepultura.
Cuando vuelvas, Señor, ¡oh gracia pura!
No más sombras vendrán a nuestra vida;
el alma por tu diestra redimida
gozará de tu lumbre la ventura.
Cuando vuelvas, Señor, ¡qué bello día!
Eterno amanecer de paz y gloria
pondrá punto final a nuestra historia
De miseria, de llantos y agonías...
En tu trono, radiante de alegría,
cantaremos por siempre tu victoria.
Cuando vuelvas, Señor, ¡qué bello día!
ResponderEliminarEterno amanecer de paz y gloria
pondrá punto final a nuestra historia
De miseria, de llantos y agonías...
En tu trono, radiante de alegría,
cantaremos por siempre tu victoria.