Texto del Evangelio (Lc 9,11b-17): En aquel tiempo, Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado». Él les dijo: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente».
Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.
«Dadles
vosotros de comer»
Hoy
es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después
de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la
exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos
ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...», «atrévete todo lo que puedas»:
ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno
de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles
tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de
Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar
corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El
Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos
ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento
de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se
distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el
desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se
recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos» (Lc
9,17).
Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una
respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento,
deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del
corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que
un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».
Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
BENDICE
A NUESTRA
PATRIA
Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
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