martes, 31 de octubre de 2017
«¿A qué es semejante el Reino de Dios?»
Texto del Evangelio (Lc 13,18-21):En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué
lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso
en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en
sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la
levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que
fermentó todo».
«¿A qué es semejante el Reino de Dios?»
Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas, ponen ante nuestros
ojos una de las características propias del Reino de Dios: es algo que crece
lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a hacerse grande hasta el
punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano:
«¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta parábola, Nuestro Señor exhorta
a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza. Estas virtudes son
particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del Reino de
Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de
Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la
buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol. Hace falta, en
primer lugar, tener fe en la virtualidad —fecundidad— contenida en la semilla
del Reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la Eucaristía, que se
siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a
sí mismo con el «grano de trigo [que cuando] cae en tierra y muere (...) da
mucho fruto» (Jn 12,24).
El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.
Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.
El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.
Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.
PADRE BENDICENOS
lunes, 30 de octubre de 2017
«Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado...»
Texto del Evangelio (Lc 13,10-17):En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había
una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba
encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le
dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al
instante se enderezó, y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.
«Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una
curación en sábado...»
Hoy, vemos a Jesús realizar una acción que proclama su mesianismo. Y ante
ella el jefe de la sinagoga se indigna e increpa a la gente para que no vengan
a curarse en sábado: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos
días a curaros, y no en día de sábado» (Lc 13,14).
Me gustaría que nos centráramos en la actitud de este personaje. Siempre me ha sorprendido cómo, ante un milagro evidente, alguien sea capaz de cerrarse de tal modo que lo que ha visto no le afecta lo más mínimo. Es como si no hubiera visto lo que acaba de ocurrir y lo que ello significa. La razón está en la vivencia equivocada de las mediaciones que tenían muchos judíos en aquel tiempo. Por distintos motivos —antropológicos, culturales, designio divino— es inevitable que entre Dios y el hombre haya unas mediaciones. El problema es que algunos judíos hacen de la mediación un absoluto. De manera que la mediación no les pone en comunicación con Dios, sino que se quedan en la propia mediación. Olvidan el sentido último y se quedan en el medio. De este modo, Dios no puede comunicarles sus gracias, sus dones, su amor y, por lo tanto su experiencia religiosa no enriquecerá su vida.
Todo ello les conduce a una vivencia rigorista de la religión, a encerrar su dios en unos medios. Se hacen un dios a medida y no le dejan entrar en sus vidas. En su religiosidad creen que todo está solucionado si cumplen con unas normas. Se comprende así la reacción de Jesús: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?» (Lc 13,15). Jesús descubre el sinsentido de esa equivocada vivencia del sabath.
Esta palabra de Dios nos debería ayudar a examinar nuestra vivencia religiosa y descubrir si realmente las mediaciones que utilizamos nos ponen en comunicación con Dios y con la vida. Sólo desde la correcta vivencia de las mediaciones podemos entender la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».
Me gustaría que nos centráramos en la actitud de este personaje. Siempre me ha sorprendido cómo, ante un milagro evidente, alguien sea capaz de cerrarse de tal modo que lo que ha visto no le afecta lo más mínimo. Es como si no hubiera visto lo que acaba de ocurrir y lo que ello significa. La razón está en la vivencia equivocada de las mediaciones que tenían muchos judíos en aquel tiempo. Por distintos motivos —antropológicos, culturales, designio divino— es inevitable que entre Dios y el hombre haya unas mediaciones. El problema es que algunos judíos hacen de la mediación un absoluto. De manera que la mediación no les pone en comunicación con Dios, sino que se quedan en la propia mediación. Olvidan el sentido último y se quedan en el medio. De este modo, Dios no puede comunicarles sus gracias, sus dones, su amor y, por lo tanto su experiencia religiosa no enriquecerá su vida.
Todo ello les conduce a una vivencia rigorista de la religión, a encerrar su dios en unos medios. Se hacen un dios a medida y no le dejan entrar en sus vidas. En su religiosidad creen que todo está solucionado si cumplen con unas normas. Se comprende así la reacción de Jesús: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?» (Lc 13,15). Jesús descubre el sinsentido de esa equivocada vivencia del sabath.
Esta palabra de Dios nos debería ayudar a examinar nuestra vivencia religiosa y descubrir si realmente las mediaciones que utilizamos nos ponen en comunicación con Dios y con la vida. Sólo desde la correcta vivencia de las mediaciones podemos entender la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».
PADRE BENDICENOS
domingo, 29 de octubre de 2017
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón (…). Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
Texto del Evangelio (Mt 22,34-40):En aquel tiempo, cuando oyeron los fariseos que Jesús había hecho callar a
los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de
ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le
dijo: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente’. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es
semejante a éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón (…). Amarás a tu prójimo
como a ti mismo»
Hoy, nos recuerda la Iglesia un resumen de nuestra “actitud de vida” («De
estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas»: Mt 22,40). San Mateo
y San Marcos lo ponen en labios de Jesucristo; San Lucas de un fariseo. Siempre
en forma de diálogo. Probablemente le harían al Señor varias veces preguntas
similares. Jesús responde con el comienzo del Shemá: oración compuesta por dos citas
del Deuteronomio y una de Números, que los judíos fervientes recitaban al menos
dos veces al día: «Oye Israel! El Señor tu Dios (...)». Recitándola se tiene
conciencia de Dios en el quehacer cotidiano, a la vez que recuerda lo más
importante de esta vida: Amar a Dios sobre todos los “diosecillos” y al prójimo
como a sí mismo. Después, al acabar la Última Cena, y con el ejemplo del
lavatorio de los pies, Jesús pronuncia un “mandamiento nuevo”: amarse como Él
nos ama, con “fuerza divina” (cf. Jn 14,34-35).
Hace falta la decisión de practicar de hecho este dulce mandamiento —más que mandamiento, es elevación y capacidad— en el trato con los demás: hombres y cosas, trabajo y descanso, espíritu y materia, porque todo es criatura de Dios.
Por otro lado, al ser impregnados del Amor de Dios, que nos toca en todo nuestro ser, quedamos capacitados para responder “a lo divino” a este Amor. Dios Misericordioso no sólo quita el pecado del mundo (cf. Jn 1,29), sino que nos diviniza, somos “partícipes” (sólo Jesús es Hijo por Naturaleza) de la naturaleza divina; somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. A san Josemaría le gustaba hablar de “endiosamiento”, palabra que tiene raigambre en los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, escribía san Basilio: «Así como los cuerpos claros y trasparentes, cuando reciben luz, comienzan a irradiar luz por sí mismos, así relucen los que han sido iluminados por el Espíritu. Ello conlleva el don de la gracia, alegría interminable, permanencia en Dios... y la meta máxima: el Endiosamiento». ¡Deseémoslo!
Hace falta la decisión de practicar de hecho este dulce mandamiento —más que mandamiento, es elevación y capacidad— en el trato con los demás: hombres y cosas, trabajo y descanso, espíritu y materia, porque todo es criatura de Dios.
Por otro lado, al ser impregnados del Amor de Dios, que nos toca en todo nuestro ser, quedamos capacitados para responder “a lo divino” a este Amor. Dios Misericordioso no sólo quita el pecado del mundo (cf. Jn 1,29), sino que nos diviniza, somos “partícipes” (sólo Jesús es Hijo por Naturaleza) de la naturaleza divina; somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. A san Josemaría le gustaba hablar de “endiosamiento”, palabra que tiene raigambre en los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, escribía san Basilio: «Así como los cuerpos claros y trasparentes, cuando reciben luz, comienzan a irradiar luz por sí mismos, así relucen los que han sido iluminados por el Espíritu. Ello conlleva el don de la gracia, alegría interminable, permanencia en Dios... y la meta máxima: el Endiosamiento». ¡Deseémoslo!
PADRE BENDICENOS
sábado, 28 de octubre de 2017
«Jesús se fue al monte a orar»
Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en
oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce
de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó
Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo
y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a
Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.
Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.
Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.
«Jesús se fue al monte a orar»
Hoy contemplamos un día entero de la vida de Jesús. Una vida que tiene dos
claras vertientes: la oración y la acción. Si la vida del cristiano ha de
imitar la vida de Jesús, no podemos prescindir de ambas dimensiones. Todos los
cristianos, incluso aquellos que se han consagrado a la vida contemplativa,
hemos de dedicar unos momentos a la oración y otros a la acción, aunque varíe
el tiempo que dediquemos a cada una. Hasta los monjes y las monjas de clausura
dedican bastante tiempo de su jornada a un trabajo. Como contrapartida, los que
somos más “seculares”, si deseamos imitar a Jesús, no deberíamos movernos en
una acción desenfrenada sin ungirla con la oración. Nos enseña san Jerónimo:
«Aunque el Apóstol nos mandó que oráramos siempre, (…) conviene que destinemos
unas horas determinadas a este ejercicio».
¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.
¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.
Asegurada ya la oración, sólo nos queda imitarlo en la acción. En el fragmento
de hoy, lo vemos “organizando la Iglesia”, es decir, escogiendo a los que serán
los futuros evangelizadores, llamados a continuar su misión en el mundo.
«Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a
los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). Después lo encontramos curando toda
clase de enfermedad. «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una
fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19), nos dice el evangelista. Para que nuestra
identificación con Él sea total, únicamente nos falta que también de nosotros
salga una fuerza que sane a todos, lo cual sólo será posible si estamos
injertados en Él, para que demos mucho fruto (cf. Jn 15,4).
PADRE BENDICENOS
viernes, 27 de octubre de 2017
«¿Cómo no exploráis (...) este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?»
Texto del Evangelio (Lc 12,54-59):En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «Cuando veis una nube que se
levanta en el occidente, al momento decís: ‘Va a llover’, y así sucede. Y
cuando sopla el sur, decís: ‘Viene bochorno’, y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis
explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este
tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas
con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea
que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil
te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado
el último céntimo».
«¿Cómo no exploráis (...) este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros
mismos lo que es justo?»
Hoy, Jesús quiere que levantemos nuestra mirada hacia el cielo. Esta mañana,
después de tres días de lluvia persistente, el cielo ha aparecido luminoso y
claro en uno de los días más espléndidos de este otoño. Vamos entendiendo en el
tema de cambios de tiempo, ya que ahora los meteorólogos son casi como de la
familia. En cambio, nos cuesta más entender en qué tiempo estamos o vivimos:
«Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues,
este tiempo?» (Lc 12,56). Muchos de los que escuchaban a Jesús dejaron perder
una ocasión única en la historia de toda la Humanidad. No vieron en Jesús al
Hijo de Dios. No captaron el tiempo, la hora de la salvación.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 4), actualiza el Evangelio de hoy: «Pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (…). Es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático».
Cuando observamos la historia, no nos cuesta mucho señalar las ocasiones perdidas por la Iglesia por no haber descubierto el momento entonces vivido. Pero, Señor: ¿cuántas ocasiones no habremos perdido ahora por no descubrir los signos de los tiempos o, lo que es lo mismo, por no vivir e iluminar la problemática actual con la luz del Evangelio? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lc 12,57), nos vuelve a recordar hoy Jesús.
No vivimos en un mundo de maldad, aunque también haya bastante. Dios no ha abandonado su mundo. Como recordaba san Juan de la Cruz, habitamos en una tierra en la que anduvo el mismo Dios y que Él llenó de hermosura. La beata Teresa de Calcuta captó los signos de los tiempos, y el tiempo, nuestro tiempo, ha entendido a la beata Teresa de Calcuta. Que ella nos estimule. No dejemos de mirar hacia lo alto sin perder de vista la tierra.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 4), actualiza el Evangelio de hoy: «Pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (…). Es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático».
Cuando observamos la historia, no nos cuesta mucho señalar las ocasiones perdidas por la Iglesia por no haber descubierto el momento entonces vivido. Pero, Señor: ¿cuántas ocasiones no habremos perdido ahora por no descubrir los signos de los tiempos o, lo que es lo mismo, por no vivir e iluminar la problemática actual con la luz del Evangelio? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lc 12,57), nos vuelve a recordar hoy Jesús.
No vivimos en un mundo de maldad, aunque también haya bastante. Dios no ha abandonado su mundo. Como recordaba san Juan de la Cruz, habitamos en una tierra en la que anduvo el mismo Dios y que Él llenó de hermosura. La beata Teresa de Calcuta captó los signos de los tiempos, y el tiempo, nuestro tiempo, ha entendido a la beata Teresa de Calcuta. Que ella nos estimule. No dejemos de mirar hacia lo alto sin perder de vista la tierra.
PADRE BENDICENOS
jueves, 26 de octubre de 2017
«He venido a prender fuego en el mundo»
Texto del Evangelio (Lc 12,49-53):En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «He
venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que
pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he
venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de
cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el
padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la
hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».
«He venido a
prender fuego en el mundo»
Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús como una persona
de grandes deseos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera
ya ardiendo!» (Lc 12,49). Jesús ya querría ver el mundo arder en caridad y
virtud. ¡Ahí es nada! Tiene que pasar por la prueba de un bautismo, es decir,
de la cruz, y ya querría haberla pasado. ¡Naturalmente! Jesús tiene planes, y
tiene prisa por verlos realizados. Podríamos decir que es presa de una santa
impaciencia. Nosotros también tenemos ideas y proyectos, y los querríamos ver
realizados enseguida. El tiempo nos estorba. «¡Qué angustia hasta que se
cumpla!» (Lc 12,50), dijo Jesús.
Es la tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a desahogarse criticando a los que trabajan. Son las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor, las que avanzan y hacen avanzar.
¡Ten grandes deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: «Si dices basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se para el que no avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el que apostata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera del camino». Y añade: «Examínate y no te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas contigo mismo, te habrás parado». ¿Te mueves o estás parado? Pide ayuda a la Santísima Virgen, Madre de Esperanza.
Es la tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a desahogarse criticando a los que trabajan. Son las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor, las que avanzan y hacen avanzar.
¡Ten grandes deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: «Si dices basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se para el que no avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el que apostata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera del camino». Y añade: «Examínate y no te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas contigo mismo, te habrás parado». ¿Te mueves o estás parado? Pide ayuda a la Santísima Virgen, Madre de Esperanza.
miércoles, 25 de octubre de 2017
«Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»
Texto del Evangelio (Lc 12,39-48):En aquel tiempo, Jesús dijo a
sus discípulos: «Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a
venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad
preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».
Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.
»Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».
Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.
»Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».
«Estad preparados, porque en el
momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»
Hoy, con la lectura de este fragmento del
Evangelio, podemos ver que cada persona es un administrador: cuando nacemos, se
nos da a todos una herencia en los genes y unas capacidades para que nos
realicemos en la vida. Descubrimos que estas potencialidades y la vida misma
son un don de Dios, puesto que nosotros no hemos hecho nada para conseguirlas.
Son un regalo personal, único e intransferible, y es lo que nos confiere
nuestra personalidad. Son los “talentos” de los que nos habla el mismo Jesús
(cf. Mt 25,15), las cualidades que debemos hacer crecer a lo largo de nuestra
existencia.
«En el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40), acaba diciendo Jesús en el primer párrafo. Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, podemos vivir su Reino. San Agustín nos lo recuerda con las palabras del Salmo 32,12: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor», para que podamos ser conscientes de ello, formando parte de esta nación.
«También vosotros estad preparados» (Lc 12,40), esta exhortación representa una llamada a la fidelidad, la cual nunca está subordinada al egoísmo. Tenemos la responsabilidad de saber “dar respuesta” a los bienes que hemos recibido junto con nuestra vida. «Conociendo la voluntad de su señor» (Lc 12,47), es lo que llamamos nuestra “conciencia”, y es lo que nos hace dignamente responsables de nuestros actos. La respuesta generosa por nuestra parte hacia la humanidad, hacia cada uno de los seres vivos, es algo justo y lleno de amor.[
«En el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40), acaba diciendo Jesús en el primer párrafo. Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, podemos vivir su Reino. San Agustín nos lo recuerda con las palabras del Salmo 32,12: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor», para que podamos ser conscientes de ello, formando parte de esta nación.
«También vosotros estad preparados» (Lc 12,40), esta exhortación representa una llamada a la fidelidad, la cual nunca está subordinada al egoísmo. Tenemos la responsabilidad de saber “dar respuesta” a los bienes que hemos recibido junto con nuestra vida. «Conociendo la voluntad de su señor» (Lc 12,47), es lo que llamamos nuestra “conciencia”, y es lo que nos hace dignamente responsables de nuestros actos. La respuesta generosa por nuestra parte hacia la humanidad, hacia cada uno de los seres vivos, es algo justo y lleno de amor.[
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