Texto del Evangelio (Lc 17,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por
quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea
arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros
mismos.
»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».
Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si
tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro:
‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido».
»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».
Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo:
«Si peca contra ti siete
veces al día (...), le perdonarás»
Hoy, el Evangelio nos habla de tres temas importantes. En primer lugar, de
nuestra actitud ante los niños. Si en otras ocasiones se nos hizo el elogio de
la infancia, en ésta se nos advierte del mal que se les puede ocasionar.
Escandalizar no es alborotar o extrañar, como a veces se entiende; la palabra
griega usada por el evangelista fue “skandalon”, que significa objeto que hace
tropezar o resbalar, una piedra en el camino o una piel de plátano, para
entendernos. Al niño hay que tenerle mucho respeto, y ¡ay de aquél que de
cualquier manera le inicie en el pecado! (cf. Lc 17,1). Jesús le anuncia un
castigo tremendo y lo hace con una imagen muy elocuente. Todavía se ven en
Tierra Santa piedras de molino antiguas; son una especie de grandes diávolos
(se parecen también, en mayor tamaño, a los collares que se ponen en el cuello
a los traumatizados). Introducir la piedra en el escandalizador y echarlo al
agua expresa un terrible castigo. Jesús utiliza un lenguaje casi de humor
negro. ¡Pobres de nosotros si dañamos a los niños! ¡Pobres de nosotros si les
iniciamos en el pecado! Y hay muchas formas de perjudicarlos: mentir,
ambicionar, triunfar injustamente, dedicarse a menesteres que satisfarán su
vanidad...
En tercer lugar, la fe: más que una riqueza del entendimiento (en sentido meramente humano), es un “estado de ánimo”, fruto de la experiencia de Dios, de poder obrar contando con su confianza. «La fe es el principio de la verdadera vida», dice san Ignacio de Antioquía. Quien actúa con fe logra cosas asombrosas, así lo expresa el Señor al decir: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido» (Lc 17,6).
PADRE BENDICENOS
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