Texto del
Evangelio (Mt 6,7-15): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como
los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No
seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de
pedírselo.
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»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado
sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el
cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así
como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en
tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas,
os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a
los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».
«Si vosotros perdonáis a los hombres
sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial»
Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas.
Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los
hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras
ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la
convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a
vosotros» (Mt 7,12).
Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros
nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más.
Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo
hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor
humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una
pista para conocer tu grado de humildad.
Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos
celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El
celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se
quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes
les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados.
Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la
oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se
preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la
del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es
posible con la ayuda del Señor.
Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos
muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran
olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.
Que la Madre de misericordia nos ayude a comprender a los otros y a perdonarlos
generosamente.
Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.
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