Texto
del Evangelio (Lc 9,43b-45): En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que
Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no
entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y
temían preguntarle acerca de este asunto.
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los
hombres»
Hoy, más de dos mil años después, el anuncio
de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el Autor de la Vida anuncie
su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a darlo todo es una clara
provocación. Se podría decir que no era necesario, que fue una exageración.
Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón de Cristo, nuestro
pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de ponernos en el
lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de empeñarnos en
permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la inmediatez de la vida
presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos pecadores como
necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al fin y al cabo,
somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba
velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este
asunto» (Lc 9,45).
Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.
Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.
PADRE
BENDICEMOS
Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.
Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.
PADRE
BENDICEMOS
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