Texto del Evangelio (Lc 8,16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie
enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho,
sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues
nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser
conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará;
y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».
«Pone (la lámpara) sobre un candelero, para que los
que entren vean la luz»
Hoy, este Evangelio tan breve es rico en temas que
atraen nuestra atención. En primer lugar, “dar luz”: ¡todo es patente ante los
ojos de Dios! Segundo gran tema: las Gracias están engarzadas, la fidelidad a
una atrae a otras: «Gratiam pro gratia» (Jn 1,16). En fin, es un lenguaje
humano para cosas divinas y perdurables.
¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).
¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).
Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que
repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando:
—¿Cuánto he perdido? Sino más bien: —¿Qué he ganado? Y acto seguido: —¿Cómo
podré ganar más mañana, qué puedo hacer para mejorar? El repaso de nuestra
jornada acaba con acción de gracias y, por contraste, con un acto de dolor
amoroso. —Me duele no haber amado más y espero lleno de ilusión, estrenar
mañana el nuevo día para agradar más a Nuestro Señor, que siempre me ve, me
acompaña y me ama tanto. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del
fuego de mi amor.
En las veladas familiares, los padres y abuelos han forjado —y forjan— la personalidad y la piedad de los niños de hoy y hombres de mañana. ¡Merece la pena! ¡Es urgente! María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).
PADRE
BENDICENOS
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