"Así
como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor
de la vida humana, hoy tenemos que decir 'no a una economía de la exclusión y
la inequidad'. Esa economía mata. […] Hoy todo entra dentro del juego de la
competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más
débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se
ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. En este
contexto, algunos todavía defienden las teorías del derrame, que suponen que
todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado,
logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta
opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda
e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los
mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los
excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a
otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una
globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces
de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama
de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad
ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la
calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas
esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo
que de ninguna manera nos altera".
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