Texto del Evangelio (Mc 7,24-30): En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se
fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese,
pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de
Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró
a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que
expulsara de su hija al demonio. Él le decía: «Espera que primero se sacien los
hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa
migajas de los niños». Él, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el
demonio ha salido de tu hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba
echada en la cama y que el demonio se había ido
«Vino y se postró a sus pies (...) le rogaba que expulsara de su hija al demonio»
«Vino y se postró a sus pies (...) le rogaba que expulsara de su hija al demonio»
Hoy se nos muestra la fe de una mujer que no pertenecía al pueblo elegido, pero que tenía la confianza en que Jesús podía curar a su hija. En efecto, aquella madre «era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio» (Mc 7,26). El dolor y el amor le llevan a pedir con insistencia, sin tener en cuenta ni desprecios, ni retrasos, ni indignidad. Y consigue lo que pide, pues «volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido» (Mc 7,30).
San Agustín decía que muchos no consiguen lo que piden pues son «aut mali, aut male, aut mala». O son malos y lo primero que tendrían que pedir es ser buenos; o piden malamente, sin insistencia, en lugar de hacerlo con paciencia, con humildad, con fe y por amor; o piden malas cosas que si se recibiesen harían daño al alma o al cuerpo o a los demás. Hay que esforzarse, pues, por pedir bien. La mujer sirofenicia es buena madre, pide bien («vino y se postró a sus pies») y pide algo bueno («que expulsara de su hija al demonio»).
El Señor nos mueve a usar perseverantemente la oración de petición. Ciertamente, existen otros tipos de plegaria —la adoración, la expiación, la oración de agradecimiento—, pero Jesús insiste en que nosotros frecuentemos mucho la oración de petición.
¿Por qué? Muchos podrían ser los motivos: porque necesitamos la ayuda de Dios para alcanzar nuestro fin; porque expresa esperanza y amor; porque es un clamor de fe. Pero existe uno que quizá sea poco tenido en cuenta: Dios quiere que las cosas sean un poco como nosotros queremos. De este modo, nuestra petición —que es un acto libre— unida a la libertad omnipotente de Dios, hace que el mundo sea como Dios quiere y algo como nosotros queremos. ¡Es maravilloso el poder de la oración!
PADRE BENDICENOS
ResponderEliminarSan Agustín decía que muchos no consiguen lo que piden pues son «aut mali, aut male, aut mala». O son malos y lo primero que tendrían que pedir es ser buenos; o piden malamente, sin insistencia, en lugar de hacerlo con paciencia, con humildad, con fe y por amor; o piden malas cosas que si se recibiesen harían daño al alma o al cuerpo o a los demás. Hay que esforzarse, pues, por pedir bien. La mujer sirofenicia es buena madre, pide bien («vino y se postró a sus pies») y pide algo bueno («que expulsara de su hija al demonio»).