Este pequeño libro, concebido en gran sencillez, no fue escrito para ser publicado. Lo escribí para unos pocos individuos que deseaban amar a Dios con todo su corazón. Pero debido al beneficio que ellos recibieron de la lectura del manuscrito, muchos quisieron obtener su propio ejemplar. Fue a causa de esas solicitudes que este pequeño libro fue entregado a la prensa.
Dejé el libro en su sencillez original. Esta obra no contiene críticas de las enseñanzas de otros que han escrito respecto a cosas espirituales. Al contrario, les da validez a esas enseñanzas.
Ahora someto el libro entero al juicio de hombres ilustrados y experimentados, con solo este ruego: Por favor, no se queden en la superficie, sino que penetren en mi principal propósito al escribirlo. Este propósito es inducir al mundo entero a amar a Dios y a servirlo, de un modo que es más fácil y más sencillo que cualquiera pudiese imaginar.
He escrito intencionalmente este libro a aquellos queridos y sencillos seguidores de Jesucristo, que no están capacitados para hacer una intensa investigación, pero que, no obstante, desean ser enteramente dados a Dios.
El lector que venga —sin prejuicio— a este libro, habrá de ha-llar, escondida debajo de las más simples expresiones, una unción secreta. Esta unción lo provocará a buscar esa felicidad interior que todos los discípulos del Señor deben desear asir y disfrutar.
He afirmado que la perfección puede ser lograda fácilmente, y esto es verdad. Jesucristo es la perfección, y cuando lo buscamos dentro de nosotros mismos, El es fácilmente hallado.
Pero tal vez usted responda: "¿No dijo el Señor: ‘Me buscaréis, y no me hallaréis’?" (Juan 7:34). Ah, pero nuestro Señor, que no puede contradecirse, también dijo a todos: "Buscad, y hallaréis" (Mateo 7:7).
Sí, es verdad, si usted busca al Señor y, no obstante, no está dispuesto a dejar de pecar, no lo va a encontrar. ¿Por qué? Porque lo está buscando en un lugar donde El no está. Por lo tanto, se ha dicho: "En vuestros pecados moriréis."
Pero si usted se toma el trabajo de buscar a Dios en su propio corazón, y abandona sinceramente sus pecados para que pueda acercarse a El, usted lo encontrará infaliblemente.
Comprendo que la perspectiva de vivir una ‘vida piadosa’ resulta alarmante para la mayoría de los cristianos. Y la oración se considera como un logro muy difícil. En consecuencia, la mayor parte de los creyentes se muestra demasiado desalentada al principio mismo, aun para tomar el primer paso en esta dirección. Es verdad que si usted considera las dificultades de alguna nueva empresa, esas dificultades pueden hacer que se desespere y sea renuente a comenzar. Por otra parte, lo deseable de una tal aventura —y la idea de que la misma se puede lograr fácilmente— pueden hacer que la emprenda vigorosamente.
Por lo tanto, este libro alumbra el camino a la conveniencia, el placer, las ventajas y la facilidad de estos dos asuntos: oración y piedad.
¡Oh, si tan sólo una vez pudiéramos convencernos de la bondad de Dios para con sus hijos y de su deseo de revelarse a ellos! Ya no buscaríamos más nuestros propios deseos egoístas. No nos desalentaríamos tan pronto de buscar lo que El anhela tanto darnos.
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
(Romanos 8,32)
Sólo necesitamos un poco de denuedo y perseverancia. En realidad, tenemos bastante de los dos en nuestras diligencias terrenales, pero muy poco, o ninguno, en lo único que realmente importa (Lucas 10,42).
Puede que algunos de ustedes duden que en realidad Dios puede ser hallado tan fácilmente. Si es así, no me crean meramente por mis palabras, sino prueben ustedes mismos lo que les estoy proponiendo. Porque estoy segura de que su propia experiencia los habrá de convencer de que la realidad es mucho más grande que lo que yo les he dicho.
Amado lector, lea este pequeño libro con un espíritu sincero y recto. Léalo con humildad, sin ninguna inclinación a criticar. Si lo hace así, no dejará de sacar provecho de él. He escrito este libro con el deseo de que usted pueda darse por entero a Dios.
Reciba este libro con el mismo deseo en su propio corazón.
Esta obra no tiene ningún otro propósito que éste: invitar a los sencillos y a los que son como niños a acercarse a su Padre... un Padre que se deleita en ver la humilde confianza de sus hijos y se contrista por su desconfianza.
Por consiguiente, teniendo un sincero deseo de su propia salvación, no trate usted de obtener nada de este libro sino tan sólo el amor de Dios. Con semejante expectativa, de seguro que obtendrá ese amor.
No estoy diciendo que este método es mejor que el de alguna otra persona. Solamente estoy declarando sinceramente, basada en mi propia experiencia y en las de otros, el gozo que se encuentra en seguir al Señor de esta manera.
Hay muchos otros temas que podríamos tocar —cosas de gran significado espiritual— pero debido a que no se relacionan directamente con nuestro tema principal: experimentar a Jesucristo, los hemos omitido. Con toda seguridad, no se hallará aquí nada que ofenda, si es que este pequeño libro se lee en el mismo espíritu en que fue escrito. Y más ciertamente aún, aquellos que prueben sincera y diligentemente este método, verán que he escrito la verdad.
Oh, Jesús santo, eres Tú solo el que amas a los simples e inocentes. Tú dijiste: "Mis delicias son con los hijos de los hombres" (Proverbios 8,31), con todos aquellos que están dispuestos a venir a ser "como niños". (Mateo 18,3) Tú eres el único que puedes hacer que este pequeño libro tenga algún valor. Amado Señor, escríbelo en el corazón de aquellos que lo lean y guíalos a que te busquen en lo profundo de su ser. Es allí donde Tú permaneces, como en el pesebre, esperando recibir pruebas de su amor, y darles, en correspondencia, testimonios del tuyo. Oh, es verdad que la culpa es de ellos por no experimentar todo lo que Tú estás tan dispuesto a dar. Y sin embargo —oh, Niño todopoderoso, Amor increado, Palabra silenciosa y omnímoda —realmente depende de ti hacerte amar, disfrutar y comprender. Tú puedes hacerlo, y sé que lo vas a hacer por medio de este pequeño libro, porque te pertenece enteramente; salió totalmente de ti; y señala solamente a ti.
Jeanne Guyon
Grenoble, Francia
Alrededor de 1685
Al tomar en sus manos este libro, usted pudiera pensar que simplemente no es una de esas personas capaces de tener una experiencia profunda con Jesucristo. La inmensa mayoría de los cristianos no cree que han sido llamados a tener una relación profunda e íntima con su Señor. Pero la verdad es que todos hemos sido llamados a las profundidades de El Ungido, tan ciertamente como que hemos sido llamados a la salvación.
Cuando hablo de esta "relación profunda e íntima con Jesucristo", ¿Qué es lo que quiero decir? En realidad, es muy sencillo. Es tan sólo volver nuestro corazón al Señor y rendirlo a El. Es la expresión de nuestro amor por El dentro de nuestro corazón.
Usted recordará que Pablo nos alienta a "orar sin cesar" (1 Tesalonicenses 5,17). Asimismo el Señor nos invita a "velar y orar" (Marcos 13,33, 37). Estos tres versículos, así como muchos otros, evidencian que todos vivimos mediante esta clase de experiencia, esta oración, exactamente como vivimos por amor.
Cierta vez el Señor habló y dijo: "Te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico" (Apocalipsis 3:18). Estimado lector, hay oro disponible para usted. Este oro es mucho más fácil de obtener, que lo que usted pudiera imaginarse jamás. Está disponible para usted. El propósito de este libro es iniciarlo en esta exploración y en este descubrimiento.
Le hago una invitación: Si usted tiene sed, venga a las aguas vivas. No pierda su precioso tiempo cavando pozos que no tienen agua. (Juan 7,37; Jeremías 2,13.)
Si está hambreado y no puede hallar nada que satisfaga su hambre, entonces venga. Venga, y será saciado.
Usted que es pobre, venga.
Usted que está afligido, venga.
Usted que está cargado con el peso de su miseria y el peso de su dolor, venga. ¡Será confortado!
Usted que está enfermo y necesita un médico, venga. No vacile porque tenga dolencias. Venga a su Señor y muéstrele todas sus enfermedades, ¡y serán sanadas!
¡Venga!
Querido hijo de Dios, su Padre tiene sus brazos de amor abiertos de par en par para usted. Tírese entre sus brazos. Usted que se ha descarriado y extraviado como oveja, vuelva a su Pastor. Ustedes que son pecadores, vengan a su Salvador.
Me dirijo especialmente a aquellos de ustedes que son muy sencillos y a los que son indoctos, incluso a ustedes que no saben leer ni escribir. Puede que usted crea que es la persona más incapaz de llegar a tener esta experiencia de permanencia de El Ungido en usted, de esta oración de simplicidad. Puede que usted crea que es el más alejado de tener una profunda experiencia con el Señor; pero, en realidad, ¡el Señor lo ha escogido a usted de modo especial! Usted es el más apropiado para conocerlo bien a El.
De modo que nadie se sienta excluido. Jesucristo nos ha llamado a todos nosotros.
¡Oh, bueno, supongo que hay un grupo que está excluido!
No venga si no tiene corazón. Usted ve, antes de venir, hay una cosa que tiene que hacer: primero, debe darle su corazón al Señor.
—Pero yo no sé cómo darle mi corazón al Señor.
Bueno, en este pequeño libro usted aprenderá qué quiere decir darle su corazón al Señor y cómo hacerle ese regalo.
Así, pues, déjeme preguntarle: ¿Desea conocer al Señor de una manera profunda? Dios ha hecho que tal experiencia, semejante andar, sea posible para usted. El lo ha hecho posible mediante la gracia que les ha dado a todos sus hijos redimidos. El lo ha hecho por medio de su Santo Espíritu.
Entonces ¿Cómo ha de venir usted al Señor a fin de conocerlo de una manera tan profunda? La oración es la clave. Pero yo tengo en mente una cierta clase de oración. Es una clase de oración que es muy sencilla pero, con todo, tiene la clave a la perfección y a la bondad —cosas que se hallan sólo en Dios mismo. El tipo de oración que tengo en mente lo habrá de liberar de la esclavitud a todo pecado. Es una oración que habrá de poner al alcance de usted toda virtud divina.
Usted ve, la única forma de ser perfecto es andar en la presencia de Dios. La única manera en que usted puede vivir en su presencia en una ininterrumpida comunión, es por medio de la oración, pero una clase muy especial de oración. Es una oración que lo introduce a la presencia de Dios y lo mantiene allí en todo tiempo; una oración que se puede experimentar bajo cualesquiera condiciones, en cualquier lugar y en cualquier momento.
¿Pero, hay realmente tal oración? ¿Existe verdaderamente semejante experiencia?
¡Sí, existe tal oración! Una oración que no interfiere con las actividades externas de usted ni con su rutina diaria.
Hay una clase de oración que los reyes, los sacerdotes, los soldados, los obreros, los niños, las mujeres y hasta los enfermos pueden practicar.
Me apresuro a decir que la clase de oración de la que estoy ha-blando, no es una oración que viene de la mente. Es una oración que comienza en el corazón. No viene de nuestro entendimiento ni de nuestros pensamientos. La oración que se hace al Señor con la mente, simplemente no sería adecuada. ¿Por qué? Porque nuestra mente es muy limitada. Nuestra mente sólo puede prestar atención a una cosa a la vez. ¡Pero los pensamientos no interrumpen la oración que sale del corazón! Me atrevo a decir que nada puede interrumpir esta oración, la oración de simplicidad.
Oh, sí, hay una cosa que sí la puede interrumpir. Los deseos egoístas pueden hacer que cese esta oración. Pero incluso aquí hay estímulo, porque una vez que usted ha disfrutado de su Señor y ha gustado la dulzura de su amor, descubrirá que aun sus deseos egoístas ya no tienen poder. Usted verá que resulta imposible tener placer en nada que no sea El.
Comprendo que algunos de ustedes pueden pensar que son muy lerdos, que tienen un entendimiento muy pobre y que son todo menos espirituales. Estimado lector, ¡no hay nada en este universo que sea más fácil de obtener que el disfrute de Jesucristo! ¡Su Señor está más presente para usted, que usted lo está para sí mismo! Además, el deseo del Señor de darse a usted, es mayor que el deseo de usted de asirse de El.
¿Cómo, pues, comienza usted? Usted necesita una sola cosa. Sólo necesita saber cómo buscarlo a El. Cuando haya encontrado la manera de buscarlo, descubrirá que este camino a Dios es más natural y más fácil que respirar.
Por medio de esta "oración de simplicidad", de este experimentar a Jesucristo en lo recóndito de usted, usted puede vivir mediante Dios mismo con menos dificultad y con menos interrupción, que como vive ahora por el aire que respira. Si esto es verdad, entonces pregunto: ¿no será pecado no orar? Sí, será pecado. Pero una vez que usted aprende cómo buscar a Jesucristo y cómo asir de El, usted verá que este camino es tan fácil, que ya nunca más habrá de descuidar esta relación con su Señor.
Por lo tanto, sigamos adelante y aprendamos esta sencilla manera de orar.
Me gustaría dirigirme a usted como si usted fuera un principiante en El Ungido, uno que está buscando conocerlo. Al hacerlo así, déjeme sugerirle dos formas de venir al Señor. Llamaré la primera forma: "orar las Escrituras"; la segunda forma la llamaré: "contemplar al Señor" o "esperar en su presencia".
"Orar las Escrituras" es una forma única en su género de usar la Biblia; implica tanto leer como orar.
Aquí está cómo debe comenzar.
Abra la Biblia; escoja algún pasaje que sea sencillo y bastante práctico. A continuación, venga al Señor. Venga en forma callada y humilde. Allí, delante de El, lea una pequeña porción del pasaje bíblico que haya abierto.
Sea esmerado al leer. Capte plena, apacible y cuidadosamente el sentido de lo que está leyendo. Saboréelo y digiéralo conforme lee.
Puede que en el pasado usted haya tenido el hábito de moverse muy rápido de un versículo al otro al leer, hasta leerse todo el pasaje. Quizá procuraba hallar el punto más importante del pasaje.
Pero al venir al Señor por medio de "orar las Escrituras", usted no lea rápido; lea muy despacio. No se mueva de un pasaje a otro, hasta que haya captado el verdadero sentido de lo que ha leído.
Entonces puede que usted quiera tomar esa porción de la Biblia que lo ha tocado y desee convertirla en oración.
Después que usted haya captado algo del pasaje y sepa que la esencia de esa porción ha sido extraída y todo el sentido más profundo del mismo ha pasado, entonces, de manera muy lenta y suave y en forma tranquila comience a leer la siguiente porción del pasaje. Usted se sorprenderá al descubrir que cuando su tiempo con el Señor ha terminado, habrá leído muy poco, probablemente no más de media página.
"Orar las Escrituras" no se conceptúa por cuánto usted lee, sino por la forma en que lee.
Si lee rápido, lo beneficiará muy poco. Será como una abeja que meramente roza la superficie de una flor. En cambio, al leer de esta nueva manera, con oración, usted vendrá a ser como la abeja que penetra en las profundidades de la flor. Se zambulle hondo dentro de ella para sacar su néctar más profundo.
Desde luego, hay una clase de lectura bíblica con fines de erudición y para estudio —pero no aquí. ¡Esa clase de lectura estudiosa no lo ayudará cuando se trata de asuntos que son divinos! A fin de recibir algún provecho profundo e íntimo de las Escrituras, usted debe leer como lo he descrito. Sumérjase en las profundidades mismas de las palabras que lee, hasta que la revelación, como un aroma dulce, rompa sobre usted.
Estoy absolutamente segura de que si usted sigue este método, poco a poco vendrá a experimentar una oración muy rica que fluye de lo recóndito de su ser.
Pasemos ahora a la segunda clase de oración, que mencioné anteriormente.
La segunda clase de oración que describí al principio del capítulo como "contemplar al Señor" o "esperar en el Señor (esperar en su presencia)", también hace uso de la Biblia, aun cuando no es realmente un tiempo de lectura.
Recuerde que me estoy dirigiendo a usted como si usted fuera un nuevo convertido. Aquí está su segunda manera de encontrar a Jesucristo. Pero, aun cuando usted estará usando la Biblia, este segundo camino a El tiene un propósito totalmente diferente del de "orar las Escrituras". Por esta razón, usted debe destinar un tiempo separado en que pueda venir simplemente a esperar en El.
Al "orar las Escrituras" usted procura hallar al Señor en lo que está leyendo, en esas palabras propiamente dichas. Por consiguiente, en esa forma el punto central de su atención es el contenido del texto bíblico. Su propósito es captar del pasaje todo aquello que le revela al Señor.
¿Y qué decir de esta segunda forma?
En este "contemplar al Señor", usted viene a El de una manera totalmente diferente. Quizás en este punto necesito compartir con usted la máxima dificultad que va a tener en esperar en el Señor. Esto tiene que ver con su mente. La mente tiene una tendencia muy fuerte de desviarse del Señor. Por tanto, al venir delante de su Señor para estar sentado en su presencia, contemplándolo, use la Biblia para aquietar su mente.
La forma de hacer esto es realmente muy sencilla.
En primer lugar, lea un pasaje de la Biblia. Una vez que usted perciba la presencia del Señor, el contenido de lo que ha leído ya no es importante. El texto bíblico ha servido para su propósito: ha tranquilizado su mente; lo ha traído delante de El.
Para que pueda ver esto más claramente, déjeme describirle la forma en que usted viene al Señor por el sencillo acto de contemplarlo y esperar en El.
Usted empieza dedicando un tiempo para estar con el Señor. Cuando viene a El, venga calladamente. Vuelva su corazón a la presencia del Señor. ¿Cómo se hace esto? También esto es muy
sencillo. Usted se vuelve a El por fe. Mediante la fe usted cree que ha venido a la presencia de Dios.
A continuación, mientras usted está delante del Señor, comience a leer alguna porción de las Escrituras.
Al leer, haga una pausa.
Esta pausa debe ser muy suave. Usted hace una pausa con el objeto de poder poner su mente en el Espíritu. Usted pone su mente internamente —en El Ungido. (Usted debe recordar siempre, que no está haciendo esto para obtener alguna comprensión de lo que ha leído; más bien, está leyendo a fin de volver su mente de las cosas externas a las partes profundas de su ser. Usted no está allí para aprender ni para leer, sino que está allí ¡para experimentar la presencia de su Señor!)
Mientras está delante del Señor, mantenga su corazón en la presencia de El. ¿Cómo? Usted hace esto también por fe. Sí, mediante la fe puede mantener su corazón en la presencia del Señor. Ahora, esperando delante de El, vuelva toda su atención hacia su propio espíritu. No deje que su mente divague. Si su mente empieza a divagar, vuelva su atención otra vez a las partes íntimas de su ser.
Usted quedará libre de divagar —libre de toda distracción exterior— y será traído cerca de Dios.
(El Señor se encuentra tan sólo dentro de su espíritu, en lo recóndito de su ser, en el Lugar Santísimo; allí es donde El mora. Cierta vez el Señor prometió venir y hacer su morada dentro de nosotros. (Juan 14,23) Prometió estar con los que lo adoran y hacen su voluntad. El Señor se encontrará con usted en su espíritu. Fue San Agustín quien dijo cierta vez que, al principio de su experiencia cristiana, él perdió mucho tiempo tratando de encontrar al Señor externamente, más bien que tornándose hacia adentro.)
Una vez que su corazón se ha tornado internamente al Señor, usted tendrá una percepción de su presencia. Podrá notar su presencia en forma más aguda, porque ahora sus sentidos externos se han tornado muy tranquilos y apacibles. Su atención ya no está en las cosas externas o en los pensamientos superficiales de su mente; en cambio, en forma suave y callada, su mente queda ocupada con lo que usted ha leído y por ese toque de la presencia de El.
Oh, no es que usted va a estar pensando en lo que ha leído, sino que se alimentará de lo que ha leído. Por amor al Señor usted ejerce un acto de voluntad para mantener su mente tranquila delante de El.
Cuando ha llegado a este estado, usted debe dejar que su mente descanse.
¿Cómo describiré lo que se ha de hacer a continuación?
En este estado muy apacible, absorba lo que ha gustado. Al principio, esto puede parecer difícil, pero tal vez yo puedo
mostrarle cuán sencillo es en realidad. ¿No ha gustado usted, a veces, el sabor de una comida muy apetitosa? Pero a menos que usted estuviese dispuesto a tragar esa comida, no recibiría alimento. Es igual con su alma. En este estado tranquilo, apacible y sencillo, simplemente absorba como alimento lo que hay allí.
¿Y qué decir de las distracciones?
Digamos que su mente comienza a divagar. Una vez que usted ha sido tocado profundamente por el Espíritu del Señor y se distrae, sea diligente en traer su mente divagante de vuelta al Señor. Esta es la forma más fácil del mundo para vencer las distracciones externas de la mente.
Cuando su mente haya divagado, no trate de lidiar con ella cambiando lo que está pensando. Usted ve, si le presta atención a lo que está pensando, tan sólo irritará su mente y la excitará más. En vez de eso, ¡apártese de su mente! Siga volviendo a la presencia del Señor allá dentro de usted. Haciendo esto ganará la guerra que tiene con su mente divagante y, sin embargo, ¡nunca se enfrascará directamente en la batalla!
Antes de concluir este capítulo, quisiera mencionar uno o dos puntos más.
Hablemos acerca de la revelación divina. En el pasado, su hábito de lectura puede haber sido divagar de un tema a otro. Pero la mejor manera de entender los misterios que están ocultos en la revelación de Dios y de disfrutarlos plenamente, es dejar que queden profundamente impresos en su corazón. ¿Cómo? Usted puede hacer esto deteniéndose en esa revelación tan sólo mientras la misma le dé una percepción del Señor. No se apure en ir de un pensamiento a otro. Esté con lo que el Señor le ha revelado; quédese allí justo mientras haya allí también una percepción del Señor.
Desde luego, al comenzar esta nueva aventura usted descubrirá que es difícil controlar su mente. ¿Por qué es así? Porque a lo largo de muchos años de hábito, su mente ha adquirido la habilidad de divagar por todo el mundo, tal como le place; de manera que de lo que hablo aquí, es de algo que ha de servir como una disciplina para su mente.
Tenga la seguridad de que conforme su alma se acostumbra cada vez más a apartarse para las cosas internas, este proceso vendrá a ser mucho más fácil.
Hay dos razones para que usted encuentre cada vez más fácil poder traer su mente bajo sujeción al Señor. Una es que, después de mucha práctica, la mente habrá de formar un nuevo hábito de ahondar en lo recóndito de uno mismo. ¡La segunda es que usted tiene un Señor muy benigno!
El principal deseo del Señor es revelarse a usted y, para hacer eso, le da abundante gracia. El Señor le da la experiencia de gozar de su presencia. El lo toca, y su toque es tan delicioso que, más que nunca, usted es atraído íntimamente a El.
Las profundidades —aun para los indoctos
Quisiera dedicar este capítulo a aquellos de ustedes que puede que no sepan leer.* Debido a que usted no sabe leer, puede que crea que está en una condición inferior a muchos cristianos. Puede creer que es incompetente para conocer las profundidades de su Señor. Pero de hecho, usted es realmente bendecido. La bendición en no saber leer está en que ¡la oración puede llegar a ser su lectura! ¿No sabe usted que el libro más importante es Jesucristo mismo? El es un Libro en Quien se ha escrito por dentro y por fuera. El le enseñará todas las cosas. ¡Léalo a El!
Lo primero que usted tiene que aprender, estimado amigo, es que "el reino de Dios está en (medio de) ustedes". (Lucas 17,21)
Nunca busque el reino en ningún otro lugar sino allí, dentro. Una vez que ha comprendido que el reino de Dios está en usted y puede ser hallado ahí, simplemente venga al Señor.
Al venir, venga con un profundo sentido de amor; venga a El muy apaciblemente; venga a El con un profundo sentido de adoración. Al venir a El, reconozca humildemente que El es todo. Confiésele que usted no es nada.
Cierre los ojos a todo lo que está a su alrededor; comience a abrir los ojos internos de su alma, y vuelva esos ojos a su espíritu. En una palabra, preste toda su atención a las recónditas partes internas de su ser.
Sólo necesita creer que Dios mora en usted. Esta convicción, y solamente esta convicción habrá de traer a usted a la santa
*Si usted sabe leer, no salte este capítulo, porque aun así le habrá de ser de gran ayuda. Recuerde no más que hasta el siglo antes pasado, una gran parte de la población del mundo no sabía leer. Jeanne Guyon se dirige a ésos. Si se lee este libro a alguien que no sepa leer, este capítulo le habrá de resultar muy útil.
No deje que su mente divague, sino manténgala en sumisión tanto como le sea posible.
Una vez que esté en la presencia del Señor, quédese tranquilo y callado delante de El.
Y ahora, allí en su presencia, simplemente empiece a repetir el padrenuestro. Comience con la palabra: "Padre". Al hacerlo, deje que el pleno significado de esa palabra toque hondamente su corazón. Crea que Dios que vive dentro de usted, está en realidad tan dispuesto a ser su Padre. Derrame su corazón ante El, igual que un niño derrama su corazón a su padre. Nunca dude el profundo amor de su Señor por usted. Nunca dude su deseo de escucharlo a usted. Invoque su nombre y permanezca delante de El en silencio por un breve rato. Permanezca allí, esperando que el corazón del Señor se dé a conocer a usted.
Al venir a El, venga como un niño débil, uno que está todo sucio y malamente magullado —como un niño que ha sido herido por caerse una y otra vez. Venga al Señor como uno que no tiene fuerzas propias; venga a El como uno que no tiene fuerza para limpiarse a sí mismo. Ponga humildemente su lastimosa condición delante de la mirada de su Padre.
En tanto usted espera allí delante de El, pronuncie ocasionalmente una palabra de amor para El y una palabra de pesar por sus pecados. Luego simplemente espere por algún tiempo. Después de esperar, usted percibirá cuándo es el momento para seguir; cuando ese momento llega, simplemente continúe con el padrenuestro.
Al decir las palabras: "Venga tu reino", invoque a su Señor, el Rey de gloria, para que reine en usted.
Entréguese a Dios. Conságrese a Dios para que El haga en su corazón lo que por tanto tiempo usted ha fallado tratando de hacer.
Reconozca delante de El su derecho de señorear sobre usted.
En algún momento de este encuentro con su Señor, usted sentirá en lo recóndito de su espíritu que es tiempo de simplemente permanecer callado delante de El. Cuando tenga esa percepción, no prosiga a la siguiente palabra mientras siga teniendo esa sensación. Usted ve, es el Señor mismo quien lo está manteniendo en silencio. Cuando ese sentido de esperar delante de El haya pasado, prosiga de nuevo a las siguientes palabras del padrenuestro.
"Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra."
Al orar estas palabras, humíllese delante del Señor, pidiéndole sinceramente que cumpla su plena voluntad en usted y a través de usted. Rinda su corazón en manos de El. Rinda su libertad en sus manos. Ceda a su Señor su derecho a hacer con usted como El quiera.
¿Sabe usted cuál es la voluntad de Dios?
Su voluntad es que sus hijos lo amen. Por lo tanto, cuando usted ora diciendo: "Señor, hágase tu voluntad", en realidad le está pidiendo al Señor que le permita que lo ame. De modo que ¡empiece a amarlo! Y al hacerlo, ruéguele que le dé su amor.
Todo lo que le acabo de describir a usted, habrá de tener lugar muy dulcemente, y habrá de tener lugar muy apaciblemente, a lo largo de toda la oración.
Veamos ahora otra posibilidad.
Puede venir una ocasión, mientras usted está con el Señor, que deseará poner a un lado el padrenuestro. Tal vez deseará venir a El como a su pastor.
Venga a El, pues, como una oveja que está mirando a su pastor en busca de su verdadero alimento. Al venir a El, pronuncie algo como esto: "Oh, amante Pastor, Tú alimentas tu rebaño Contigo mismo, y Tú eres realmente mi pan cotidiano."
Es conveniente que usted traiga todas sus necesidades a su Señor. Pero haga lo que haga, hágalo creyendo una cosa: que Dios se encuentra dentro de usted.
Comprendo que usted puede ser uno de aquellos que tienen un método establecido, o ritual, para sus oraciones. No debe imponerse ninguna carga con los rituales que ha aprendido. No hay necesidad de usar repeticiones u oraciones aprendidas de memoria. En vez de eso, simplemente repita el padrenuestro como lo he descrito aquí. Eso habrá de producir abundante fruto en su vida.
Apreciado hijo de Dios, todos sus conceptos de cómo es Dios, en realidad no valen nada. No trate de imaginarse cómo es Dios. En vez de eso, simplemente crea en su presencia. Nunca trate de imaginarse qué es lo que Dios va a hacer. No hay manera de que Dios encaje nunca en sus conceptos. ¿Qué es lo que ha de hacer, entonces? Procure contemplar a Jesucristo mirándolo en lo recóndito de su ser, en su espíritu.
Concluyamos este capítulo viendo una tercera forma en que usted puede comenzar un encuentro más profundo con su Señor.
Usted puede venir al Señor viéndolo como su Médico. Tráigale todas sus enfermedades, para que El las pueda sanar. Pero al venir a El, no venga con ansiedad ni desasosiego. Y al venir, de vez en cuando haga una pausa. Este período de esperar en silencio delante del Señor ¡se habrá de incrementar gradualmente! Además, sus propios esfuerzos en orar disminuirán más y más. Con el tiempo, habrá de venir para usted el momento en que El obtendrá un completo control, cuando usted se estará sometiendo continuamente al obrar de Dios dentro de usted.
Como puede ver, lo que ha empezado como algo muy simple, ¡habrá de crecer! Crecerá hasta llegar a ser una relación muy real y vital entre usted y el Dios viviente.
Cuando la presencia del Señor llega a ser realmente su experiencia, de hecho usted descubre que gradualmente ha empezado
a amar este silencio y apacible reposo, que vienen con su presencia.
Hay un maravilloso disfrute de su presencia.
¡Ahora este maravilloso disfrute de la presencia del Señor ayudará a introducir a usted a otro nivel más de oración!
Proseguiremos a este segundo nivel de oración en el siguiente capítulo. Es una profundidad de oración que puede ser experimentada por todos los creyentes, tanto los simples como también los eruditos.
El segundo nivel
Ahora usted tiene algún conocimiento de cómo orar las Escrituras y cómo contemplar al Señor o esperar en su presencia. Supongamos que ha practicado estas dos formas de venir al Señor. Digamos que ha pasado por este embarazoso estado y ha entrado en una experiencia real.
Ahora prosigamos para considerar un nivel más profundo de experiencia con el Señor; esto es, un más profundo nivel de oración. Algunos han descrito este segundo nivel como una experiencia de "fe y quietud". Otros se han referido al mismo como la "oración de la simplicidad". Yo prefiero este segundo nombre.
Digamos que usted se ha acostumbrado a orar las Escrituras y a esperar calladamente en la percepción de la presencia del Señor; que estas experiencias se han hecho parte de su vida. Si es así, usted habrá encontrado que ahora es mucho más fácil venir al Señor y discernir su presencia. Pero yo quisiera recordarle una vez más, que lo que escribí previamente, lo escribí para aquellos que apenas están empezando a conocer a Jesucristo.
Al principio, cuando usted comenzó, le era muy difícil hacer volver su mente que divagaba. Le resultaba difícil volver continuamente hacia adentro, a su espíritu. Sin embargo, poco a
*Yo sé, estimado lector, que nada va a detenerlo de leerse este libro enteramente; no obstante, el Capítulo 4 se escribió para que lo lea después que se haya establecido una sólida base al leer los Capítulos 1—3. Y eso deberá tomar un buen tiempo.
poco estas cuestiones han llegado a ser mucho más naturales y simples. Y ahora la oración ha venido a ser fácil, dulce y natural —así como muy deliciosa. Gradualmente usted ha reconocido que la oración es la verdadera forma, la forma real, de hallar a Dios. Y una vez que lo ha hallado, usted proclama gozosamente: "Tu nombre es como ungüento derramado" (Cantar de los Cantares 1:3).
Usted pudiera pensar que ahora lo animaré a que prosiga en esta muy exitosa trayectoria. En cambio, lo voy a alentar a que cambie un poco el curso, tan sólo un poco. Al hacerlo, usted va a llegar una vez más a un punto que pudiera tener algo de desánimo en sí. Empezar a andar en un nuevo sendero para explorar al Señor, ¡siempre significa encontrarse con algunas dificultades al principio! Por consiguiente, deseo alentarlo a que tenga un corazón creyente a partir de este punto. Usted no debe desanimarse. Habrá un poco de dificultad a lo largo del camino, al procurar entrar en una relación más profunda con el Señor.
Dichas estas palabras, veamos ahora este nuevo nivel de oración.
En primer lugar, venga a la presencia del Señor por fe. Al estar allí delante de El, siga volviéndose hacia adentro, a su espíritu, hasta que su mente quede recogida y usted esté perfectamente quieto delante de El. Ahora, cuando toda su atención esté finalmente vuelta hacia adentro y su mente esté puesta en el Señor, simplemente permanezca tranquilo delante de El por un breve rato.
Tal vez usted empiece a disfrutar una percepción de la presencia del Señor. Si ése es el caso, no trate de pensar en nada. No trate de decir nada. ¡No trate de hacer nada! Mientras la sensación de la presencia del Señor continúe, simplemente permanezca allí. Permanezca delante de El exactamente como usted está.
Eventualmente la percepción de su presencia comenzará a disminuir. Cuando eso ocurra, pronuncie unas palabras de amor al Señor, o simplemente invoque su nombre. Haga esto tranquila y suavemente, con un corazón creyente. Al hacerlo, ¡usted será vuelto una vez más a la dulzura de su presencia! ¡Descubrirá que una vez más retorna a ese dulce lugar de absoluto disfrute que usted acababa de experimentar! Una vez que la dulzura de su presencia haya retornado en su plenitud, quédese otra vez quieto delante de El.
Usted debe procurar no moverse mientras El está cerca.
¿Con qué propósito? El propósito es éste: Hay un fuego dentro de usted y el mismo disminuye y crece. Ese fuego, cuando disminuye, debe ser abanicado suavemente, pero sólo suavemente. Entonces, en cuanto ese fuego comience a arder, de nuevo cese todos sus esfuerzos. De otra manera, pudiera apagar la llama.
Éste, pues, es el segundo nivel de oración —un segundo nivel en experimentar a Jesucristo.
Cuando usted haya llegado al final de ese tiempo, quédese siempre allí delante del Señor, quietamente, por un breve rato. Asimismo, es muy importante que haga toda esta su oración con un corazón creyente. ¡Orar con un corazón creyente es más importante que cualquier otra cosa que tenga que ver con la oración!
Antes de terminar este capítulo, quisiera hablar con usted sólo un momento acerca del motivo de su corazón en buscar al Señor.
Después de todo, ¿por qué viene usted al Señor? ¿Viene por la dulzura? ¿Viene a El porque es agradable estar en la presencia del Señor? Déjeme recomendarle un propósito más elevado.
Al venir al Señor a orar, traiga un corazón lleno de amor puro, un amor que no busca nada para sí mismo. Traiga un corazón que no pretende nada del Señor, sino que sólo desea agradarlo a El y hacer su voluntad.
Permítame ilustrar esto. Considere al siervo. El siervo tiene buen cuidado de su señor; pero si lo hace tan sólo para recibir alguna recompensa, no es digno de ninguna consideración en absoluto. De modo que, apreciado cristiano, al venir al Señor a orar, no venga para buscar disfrute espiritual. No venga siquiera para experimentar a su Señor.
¿Entonces qué? Venga tan sólo para complacerlo a El.
Una vez que está ahí, si El prefiere derramar alguna gran bendición, recíbala. Pero si, en vez, su mente divaga, reciba eso. O si usted experimenta un tiempo difícil en orar, reciba eso. Acepte gozoso cualquier cosa que El desee dar. Crea que cualquier cosa que sucede, ¡eso es lo que El quiere darle!
¡Déjeme repetir esto, porque es muy importante! Es de modo especial importante para usted para todo futuro crecimiento en experimentar a Jesucristo. Crea por fe que todo lo que ocurre es el deseo de El para usted en ese momento.
Cuando usted venga al Señor de esta manera, verá que su espíritu está en paz, no importa cuál sea su condición. Cuando haya aprendido a venir al Señor con esta actitud, usted no se desconcertará si el Señor se aparta de usted. Los tiempos de sequedad espiritual serán iguales para usted que los tiempos de abundancia espiritual. Tratará a ambos por igual. ¿Por qué? Porque habrá aprendido a amar a Dios simplemente porque lo ama, no debido a sus dones, ni siquiera por su preciosa presencia.
Períodos de sequedad
En el capítulo cuatro tocamos el tema de "tiempos de sequedad". Si usted emprende el camino hacia las regiones espirituales que se han descrito en estos primeros capítulos, habrá de darse cuenta de que le esperan tiempos de sequedad. Así pues, será sabio de nuestra parte continuar este tema siquiera un poco más.
Estimado lector, debe comprender que Dios tiene un solo deseo. Ciertamente usted nunca podrá entender un tiempo de sequedad, a menos que comprenda cuál es el deseo de El. Su deseo es darse al alma que lo ama realmente y que lo busca con sinceridad. Y sin embargo, es verdad que este Dios que desea darse a usted, con frecuencia se esconda de usted —¡de usted, que lo está buscando!
Ahora bien, ¿por qué Dios hará eso? Estimado santo de Dios, usted debe aprender los métodos de su Señor. Su Dios es un Dios que con frecuencia se esconde. Y lo hace con un propósito. ¿Pero por qué? Su propósito es despertarlo de la pereza espiritual. Su propósito en apartarse de usted es hacer que usted lo busque.
El Señor Jesús está mirando alrededor por dondequiera en busca del cristiano que permanezca fiel y amante, aun cuando El se haya apartado. Si el Señor halla a semejante alma fiel cuando vuelve, El premia la fidelidad de su hijo. Derrama abundante bondad y tiernas caricias de amor sobre ese fiel creyente.
Así pues, aquí hay algo que usted debe entender.
Usted habrá de tener tiempos de sequedad espiritual. Es parte del método del Señor.
Pero el hecho de que usted habrá de tener tiempos de sequedad espiritual, no es la cuestión. La pregunta importante es ¿qué va a hacer en un tiempo de sequedad espiritual? En este punto usted debe aprender algo acerca de sus tendencias naturales. Durante una temporada de sequedad, lo natural para usted será tratar de probarle su amor al Señor. Durante un tiempo de sequedad espiritual usted verá que estará tratando de probarle al Señor su fidelidad para con El; hará eso ejerciendo su fuerza. Inconscientemente usted estará esperando persuadir al Señor, mediante ese esfuerzo propio, a que retorne más prontamente.
No, estimado creyente, créame, ésa no es la forma de responder a su Señor en tiempos de sequedad.
¿Qué habrá de hacer, pues?
Usted debe esperar el retorno de su Amado con paciente amor. ¡Una a ese amor abnegación y humillación! Aun cuando el Señor se haya escondido, permanezca constantemente delante de El.
Pase tiempo con El en adoración y en un silencio respetuoso.
Al esperar en el Señor de este modo, usted le demostrará que es a El solo a quien está buscando. Usted ve, usted estará demostrando que no es el disfrute egoísta que recibe de estar en la presencia de El, lo que hace que lo ame. Estará mostrando que no es el placer que experimenta, sino su amor para con El lo que lo motiva.
Hay una cita de los Deuterocanónicos que habla de esos tiempos:
No te impacientes en tiempos de sequedad y de oscuridad; deja lugar para los alejamientos y tardanzas de las consolaciones de Dios; acércate a El y espera en El pacientemente, para que tu vida sea incrementada y renovada.
De modo que, apreciado hijo del Señor, sea paciente en su oración durante esos tiempos de sequedad.
Déjeme hacerle una pregunta: ¿Y qué si el Señor le pidiese que pase todo el resto de su vida esperando su retorno a usted? ¿Cómo se conduciría usted si ésta fuera la porción que el Señor le repartiese para todo el resto de su vida? ¿Qué haría usted?
Haga esto.
Espere en El en espíritu de humildad, en espíritu de abandono, con contentamiento y resignación. Pase su tiempo en esa maravillosa clase de oración que he mencionado en el Capítulo 4. Venga delante de El tranquila y apaciblemente, haciendo volver su mente a la presencia de El, aun cuando su presencia lo evada.
Al hacer usted estas cosas, acompañe todas ellas con súplicas de amor afligido y quejumbroso, y con expresiones de anhelo por el retorno de su amante.
Deseo asegurarle, que si usted se conduce de este modo, eso habrá de agradar grandemente al corazón de Dios. Tal actitud lo cons-treñirá a retornar a usted mucho más prontamente que cualquier otra actitud.
Abandono
Al principio de este libro analizamos cómo conocer las profundidades de Jesucristo. Nuestro comienzo fue verdaderamente simple. En primer lugar vimos cómo orar las Escrituras y luego consideramos la sencillez de justamente cómo contemplar al Señor. Después de haber practicado este nivel de experiencia con el Señor por una considerable extensión de tiempo, usted debe estar en condiciones de proseguir a un más profundo nivel de experiencia con El y a un nivel más profundo de conocerlo. Pero en este encuentro más profundo con el Señor, que vimos en el Capítulo 4, usted debe salir del ámbito de nada más que la oración; o, para decirlo más claramente, usted debe pasar de ese estado de solamente apartarse una o dos veces al día para tener oración con el Señor.
En este punto, deben entrar en su corazón actitudes totalmente nuevas en lo que concierne a su vida entera. Si usted ha de extenderse más allá de tan sólo tener un rato de oración cada día, otras partes de su vida —y hasta toda su manera de ver la vida— tendrán que ser alteradas. Esta nueva actitud debe venir por una razón muy especial —a fin de poder seguir avanzando más y más profundamente para entrar en otro nivel con su Señor.
Para hacer esto, usted debe tener una actitud nueva hacia sí mismo, así como hacia el Señor; es una actitud que debe calar mucho más hondo que cualquiera que haya conocido previamente.
Y para hacer esto, le presento una nueva palabra. Esta palabra es: abandono.
Para penetrar más hondo en la experiencia de Jesucristo, se requiere que usted empiece a abandonar toda su existencia, entregándosela a Dios. Tomemos las diarias ocurrencias de la vida como una ilustración. Usted debe creer absolutamente que las circunstancias de su vida, esto es, cada minuto de su vida, así como todo el curso de su vida —cualquier cosa, sí, todo lo que ocurre— todo viene a usted por voluntad del Señor y por su permiso. Debe creer absolutamente que todo lo que le ha ocurrido es de parte de Dios y es exactamente lo que usted necesita.
¿Recuerda usted que en un capítulo anterior vio cómo podía ser introducido primeramente a una disposición semejante? Puede comenzar aceptando todo tiempo de oración, ya sea un glorioso tiempo con El o un tiempo en que su mente divaga, como que es
exactamente lo que El ha deseado para usted. Luego aprenda a ensanchar esta perspectiva ¡hasta que abarque cada segundo de su vida!
Semejante actitud hacia las circunstancias que rodean a usted y semejante mirada de fe para con su Señor, harán que usted esté contento con todo. Una vez que crea esto, empezará a tomar todo lo que entra a su vida como que viene de la mano de Dios, no de la mano del hombre.
¿Desea usted sincera y verdaderamente entregarse a Dios?
Entonces debo recordarle, a continuación, que una vez que haya hecho la donación, no podrá volver a tomar para usted el don. Una vez que se ha presentado el don, el mismo ya no pertenece al dador. Este pequeño libro se ha escrito para decirle cómo experimentar las profundidades de Jesucristo, pero conocer las profundidades de Jesucristo no es tan sólo un método. Es una actitud de toda la vida. Es un asunto de estar envuelto por Dios y poseído por El.
Hemos hablado de abandono. El abandono es un asunto de la mayor importancia, si es que usted ha de progresar en el conocimiento de su Señor. El abandono es, en realidad, la llave para el atrio interior —la llave para las profundidades insondables. El abandono es la llave a la vida espiritual interior.
El creyente que sabe cómo abandonarse al Señor, en breve llegará a ser perfecto.*
Digamos que usted alcanza este estado de abandono. Una vez que ha alcanzado este estado, debe continuar en forma resuelta e inmutable. De otra manera, llegar allí y permanecer tan sólo brevemente, es de poco valor. Es una cosa alcanzar este estado; otra muy distinta es permanecer allí.
Tenga cuidado; no escuche la voz de su raciocinio natural. Puede contar con que justamente este razonamiento brote dentro de usted. ¡No obstante, debe creer que puede abandonarse totalmente al Señor por todo el resto de su vida y que El le habrá de dar la gracia para permanecer allí! Usted debe confiar en Dios, "en esperanza con-tra esperanza". (Romanos 4,18)
Una gran fe produce un gran abandono.
Y ¿Qué es el abandono? Si podemos entender qué es, tal vez podamos asirnos mejor de él.
Abandono es desechar toda su ansiedad. Abandono es soltar todas sus necesidades. Esto incluye las necesidades espirituales. Déjeme repetir esto, porque no es fácil de entender. Abandono es despojarse, para siempre, de todas sus necesidades espirituales.
Todos los cristianos tienen necesidades espirituales; pero el creyente que se ha abandonado al Señor, ya no se permite el lujo
*Jeanne Guyon no tenía en mente la perfección impecable, sino una vida y una voluntad vividas en absoluto y perfecto concierto con la voluntad de Dios —constantemente, bajo toda circunstancia, en todo tiempo
de tener conciencia de las necesidades espirituales. Antes bien, se abandona completamente a la disposición de Dios.
¿Se da usted cuenta de que a todos los cristianos se los ha exhortado al abandono?
El Señor mismo ha dicho: "No os afanéis por el día de mañana, porque vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas" (Mateo 6,34, 32). Otra vez la Biblia dice: "Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas" (Proverbios 3,6). "Encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos serán afirmados" (Proverbios 13,3). Una vez más, en el libro de los Salmos dice: "Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará" (Salmo 37,5).
El verdadero abandono debe cubrir dos mundos completos, dos ámbitos completos.
Debe haber un abandono en su vida en lo que concierne a todas las cosas externas, prácticas. En segundo lugar, también debe haber un abandono de todas las cosas internas, espirituales. Usted debe venir al Señor y allí comprometerse a abandonar todas sus ansiedades. Todas sus ansiedades pasan a las manos de Dios. Usted se olvida de sí mismo, y de ese momento en adelante piensa sólo en El.
Al seguir haciendo esto durante mucho tiempo, su corazón vendrá a quedar despegado; ¡su corazón quedará libre y en paz!
¿Cómo ha de practicar usted el abandono? Lo practica a diario, a menudo, y a cada momento. El abandono se practica perdiendo continuamente la propia voluntad en la voluntad de Dios; arrojando su voluntad en las profundidades de la voluntad de El, ¡para perderla allí por siempre!
¿Y cómo comienza usted? Debe comenzar renunciando todo deseo personal que llega a usted, con la misma rapidez con que surge —¡no importa cuán bueno sea ese deseo personal, y no importa cuán útil pueda parecer!
El abandono debe alcanzar un punto en que usted esté en una posición de completa indiferencia para consigo mismo. Usted puede estar seguro de que de una disposición semejante habrá de venir un resultado maravilloso.
De hecho, el resultado de esta actitud habrá de traerlo al más maravilloso punto imaginable. Es el punto donde su voluntad se desprende de usted completamente y queda libre ¡para unirse a la voluntad de Dios! Usted deseará tan sólo aquello que El desea, esto es, lo que El ha deseado por toda la eternidad.
Sí, es venir a ser abandonado sometiéndose simplemente a lo que el Señor quiere, en todas las cosas, sin importar cuáles sean, de dónde vengan o cómo afecten su vida.
¿Qué es el abandono? Es olvidar su pasado; es dejar el futuro en las manos de El; es dedicar el presente entera y completamente a su Señor. Abandono es estar satisfecho con el momento presente, sin importar lo que ese momento contenga.
Usted está satisfecho
porque sabe que todo lo que ese momento tiene, contiene —en ese instante— el plan eterno de Dios para usted.
Usted sabrá siempre que ese momento es la declaración absoluta y total de la voluntad de Dios para su vida.
Recuerde, usted no debe culpar nunca al hombre por nada. No importa lo que ocurra, no ha sido ni el hombre ni las circunstancias los que han traído eso. Usted debe aceptar todo (excepto, desde luego, su propia pecaminosidad) como venido de su Señor.
Rinda no sólo aquello que el Señor le hace a usted, sino que rinda también su reacción a lo que El hace.
¿Desea usted entrar en las profundidades de Jesucristo? Si de veras desea entrar en este estado más profundo de conocer al Señor, usted debe procurar conocer no sólo la oración más profunda, sino también el abandono en todos los ámbitos de su vida. Esto quiere decir extenderse hasta el punto en que su nueva relación incluya vivir veinticuatro horas al día totalmente abandonado a El. Empiece a someterse para que Dios lo guíe y para que El trate con usted. Haga así ahora mismo. Sométase para dejar que El haga con usted exactamente como a El le place —tanto en su vida interior de experimentarlo a El, como también en su vida exterior de aceptar todas las circunstancias como venidas de El.
Abandono y sufrimiento
Quisiera seguir hablando con usted acerca del abandono, pero en este capítulo veamos cómo dicha consagración lo afecta a usted cuando el sufrimiento viene a su vida.
Usted debe ser paciente en todo el sufrimiento que Dios le envía. Si su amor por el Señor es puro, usted lo amará tanto en el Calvario como en el monte Tabor. El Señor Jesús amaba a su Padre en el monte Tabor donde se transfiguró, pero no lo amaba menos en el Calvario donde fue crucificado. Entonces, ciertamente usted debe amar al Señor con el mismo amor en el Calvario, porque fue allí donde El hizo la mayor demostración de su amor.
Hay una posibilidad de que usted cometa un error en lo que concierne a su abandono al Señor. Usted puede abandonarse al Señor con la esperanza y la expectativa de que siempre habrá de ser mimado y amado por el Señor y bendecido espiritualmente por El. Usted que se ha entregado al Señor durante una temporada placentera, tenga a bien tomar nota de esto: Si usted se ha entregado al Señor con el fin de ser bendecido y ser amado, no puede volverse atrás repentinamente y volver a tomar su vida en otra temporada... ¡cuando esté siendo crucificado!
Ni tampoco encontrará alivio alguno de parte del hombre cuando usted haya sido puesto en la cruz. Cualquier alivio que le viene cuando está experimentando la cruz, le viene de parte del Señor.
Usted debe aprender a amar la cruz. El que no ama la cruz, no ama las cosas de Dios. (Mateo 16,23) Es imposible que usted ame verdaderamente al Señor sin amar la cruz. El creyente que ama la cruz, encuentra que hasta las cosas más amargas que le ocurren, son dulces. La Biblia dice: "Al hambriento todo lo amargo es dulce" (Proverbios 27,7).
¿Cuánto desea usted anhelar a Dios? Usted anhelará a Dios, y lo hallará, en la misma proporción en que anhele la cruz.
Aquí está un verdadero principio espiritual que el Señor no desconocerá: Dios nos da la cruz, y luego la cruz nos da a Dios.
Como usted puede ver, ahora hemos salido del ámbito de un cierto tiempo apartado para orar; ahora hemos entrado en un ámbito que implica toda la experiencia del creyente. Sea dicho aquí y
ahora: Usted puede estar seguro de que habrá de venirle un progreso espiritual interno, cuando haya también en su vida un verdadero progreso en conocer la experiencia de la cruz. El abandono a Jesucristo y la experiencia de la cruz van de la mano.
¿Entonces, cómo habrá de tratar usted el sufrimiento? O, para decirlo de otra manera, ¿cómo responde a la obra de la cruz que el Señor realiza en su vida?
Usted responde de esta manera. Tan pronto como algo viene a su vida en la forma de sufrimiento, en ese mismo instante surgirá una resistencia natural en algún lugar dentro de usted. Cuando ese momento viene, inmediatamente sométase a Dios. Acepte el asunto. En ese momento entréguese a El como sacrificio.
Haciendo esto, eventualmente usted experimentará un maravilloso descubrimiento, que es éste: Cuando la cruz llegue a su vida, la misma no será ni remotamente tan onerosa como usted se temía al principio. Recíbala como de parte de Dios, sin importar lo que sea. De este modo la carga será mucho más ligera.
¿Por qué la cruz es mucho más ligera cuando se la acepta de este modo? Porque usted habrá deseado la cruz, y se habrá acostumbrado a recibir todo de la mano del Señor.
No tome en sentido erróneo estas palabras. No le he descrito una forma de evadir la cruz. Aun cuando usted se abandone totalmente al Señor y se resigne completamente al sufrimiento, eso no habrá de impedir que sienta el peso de esa cruz. Si usted no ha sentido la cruz, entonces no ha sufrido. Sentir el dolor del sufrimiento, es una de las principales partes del sufrimiento. El dolor es un inescapable aspecto de la cruz. Sin él, no ha habido cruz en absoluto. El sufrimiento se encuentra entretejido en la naturaleza misma de la cruz. El dolor está en el mismísimo centro de conocer el sufrimiento. Recuerde usted que su Señor escogió padecer la más extrema violencia que la cruz podía ofrecer.
A veces usted puede llevar la cruz en debilidad; otras veces puede llevar la cruz en fortaleza. Pero sea que la lleve en debilidad o en fortaleza, ¡llévela! Tanto la debilidad como la fortaleza deben ser lo mismo para nosotros, siendo así que llevamos la cruz en la voluntad de Dios.
Abandono y revelación
Continuemos viendo este asunto del abandono.
Algunos han preguntado: "Si me abandono totalmente al Señor, ¿habrá de significar eso que no tendré ninguna nueva revelación de Jesucristo?
¿El abandono termina la revelación?
No, no la termina. Muy al contrario, el abandono es el medio que el Señor habrá de usar para darle revelación. La revelación que reciba, vendrá a usted como realidad, más bien que como conocimiento. Esto se hace posible tan sólo mediante el abandono.
Usted debe recordar a quién es que usted se está abandonando.
Es al Señor Jesús a quien usted se abandona. Es también el Señor a quien usted va a seguir como el Camino; es este Señor a quien va a escuchar como la Verdad, y es de este mismo Señor de quien va a recibir Vida. (Juan 14:6) Si usted sigue al Señor Jesucristo como el Camino, lo escuchará como la Verdad, y El mismo le traerá vida como la Vida misma.
Cuando la revelación viene a usted, algo sucede; en realidad Jesucristo hace una impresión de Sí mismo en su alma. Cada vez que El viene a usted, deja una nueva y distinta impresión de su naturaleza en usted.
En breve habrá muchas diferentes expresiones de la naturaleza del Señor impresas en su ser.
Quizá usted ha oído decir que debería pensar en las diferentes experiencias de Jesucristo. Pero es mucho mejor que lleve o tenga esas experiencias de Jesucristo dentro de usted.
Así es como era en la vida del apóstol Pablo. El no ponderaba los sufrimientos de Jesucristo; no consideraba las marcas del padecimiento en el cuerpo del Señor. En cambio, Pablo llevaba en su propio cuerpo las experiencias de su Señor. Incluso lo dijo: "Yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús" (Gálatas 6:17). ¿Tenía él eso por considerar esas marcas? No. Jesucristo se había impreso personalmente en Pablo.
Cuando el Señor encuentra un creyente que está completamente abandonado a El, en todas las cosas de afuera y en todas las cosas de adentro, con frecuencia escoge dar a esa persona revelaciones
especiales de su naturaleza divina. Si tal fuera la experiencia de usted, acepte esas revelaciones con un corazón agradecido.
Reciba siempre con un corazón agradecido todas las cosas que vienen de El, no importa qué sea lo que El escoja otorgarle.
Digamos que el Señor le da una revelación especial. ¿Cuál ha de ser su actitud? Usted debe recibir la revelación como recibiría todas las demás cosas de parte de El.
Hay creyentes a quienes Dios les ha dado alguna revelación de Sí mismo, y esa revelación les ha traído gozo durante años. En otras palabras, a veces el Señor le dará a usted una tan poderosa revelación de Sí mismo, que la experiencia de esa sola verdad será su fortaleza por años. Durante ese tiempo usted será atraído más y más hacia adentro a Dios. Esto es maravilloso. Usted debe ser fiel a esa revelación mientras la misma dure.
Pero ¿Qué ocurre cuando esa revelación comienza a desvanecerse? ¿Qué hace usted cuando la misma ya no le trae el gozo que antes le traía? Cuando esto ocurre, simplemente significa que Dios ha decidido que es mejor ponerle fin a esa experiencia. ¿Y cuál debe ser su actitud? Usted debe consentir espontáneamente en que aquello sea quitado de usted. Déjelo de lado. El Señor desea avanzar a una más profunda y más central comprensión de El. Reciba todas las cosas por igual. Abandónese aun en asuntos de revelación. Esté siempre dispuesto a entregarse a todo lo que parezca ser su voluntad. No tenga ningún deseo en la vida, excepto el de procurar apasionadamente alcanzarlo y morar siempre con El. Aprenda qué significa sumirse continuamente en la ‘nadedad’* delante de su Señor.
Habiendo hecho esto, aprenda a aceptar igualmente todos los dones de El, ya sean luz u oscuridad. Trate la fertilidad y la esterilidad de la misma manera.
Así sea debilidad o fortaleza, dulzura o amargura, tentación, distracción, dolor, cansancio, incertidumbre o bendición, todo ha de ser recibido como igual de la mano del Señor. Ninguna de estas cosas debe retardar su marcha ni siquiera un momento.
Una última palabra acerca de la revelación.
Digamos que el Señor le da alguna revelación que usted no puede entender. No se aflija; no tiene razón para preocuparse. Simplemente ame al Señor. Este amor incluye en sí toda clase de devoción por El. Si usted está abandonado a Dios, a Dios solo, entonces no tendrá dificultad para ver a Jesucristo revelado a usted en toda la plenitud de su naturaleza. Alguna parte de la revelación de Sí mismo puede ser muy clara; alguna otra parte de esa revelación puede no ser tan clara. Acepte ambas por igual. El que ama a Dios, ama todo lo que pertenece a El. Usted se goza en la revelación de El que no entiende, así como se regocija en la revelación de El que sí entiende.
*‘Nadedad’ (nothingness en inglés), abstracto de ‘nada’. El autor suele usar este término en sus obras. (Nota del T.)
Si usted lo ama, entonces ama todo lo concerniente a El.
Abandono y una vida santa
¿Cuál es el resultado de andar continuamente delante de Dios en un estado de abandono? El resultado fundamental es santidad. Una vez que usted ha hecho que esta relación con Dios sea parte de su vida, la santidad está fácilmente a su alcance.
¿Qué entendemos por santidad? La santidad es algo que viene de Dios. Si usted es fiel en aprender esta sencilla forma de experimentar a su Señor, usted llegará a tomar posesión de Dios. Y al poseerlo, heredará todas sus cualidades. Esto es santidad: mientras más posee usted a Dios, más es hecho como El.*
Pero debe ser una santidad que haya crecido desde dentro de usted. Si la santidad no procede de lo profundo de usted, es sólo una máscara. La mera apariencia externa de santidad es tan cambiable como un vestido. Pero cuando la santidad se produce en usted a partir de la Vida que está en lo profundo de usted —entonces esa santidad es real, duradera y la genuina esencia del Señor. "Toda gloriosa es la hija del rey en su morada" (Salmo 45,13).
¿Cómo, pues, se alcanza la santidad?
El creyente que ha aprendido a estar abandonado a Jesucristo y anda en una vida de abandono a El, practica la santidad en el grado más alto. Pero usted nunca oirá a una tal persona alegar que posee en absoluto alguna espiritualidad en particular. ¿Por qué? Porque ese creyente ha quedado totalmente unido con Dios. Es el Señor mismo quien está introduciendo a ese creyente a esta muy consumada práctica de santidad.
El Señor es muy celoso de todo santo que está totalmente abandonado a El. No deja que tal creyente tenga ningún placer en absoluto fuera de El mismo.
¿Es el abandono la única cosa necesaria para introducirnos en la santidad? No, pero si usted se mantiene fiel en seguir todo lo que se ha dicho hasta aquí, la santidad habrá de venir. Pero no olvide que el sufrimiento está incluido en la experiencia del abandono.
*Transformación.
Es el fuego del sufrimiento lo que habrá de producir el oro de la santidad.
No tenga miedo de que usted no va a desear andar por este camino. En el nivel de experiencia del cual estoy hablando ahora, hay un anhelo por el sufrimiento. Tales cristianos arden de amor por el Señor. De hecho, si se les permitiera seguir sus propios deseos, se pondrían bajo una gran cantidad de disciplina, incluso una abnegación excesiva. Cuando semejante amor arde en el corazón de un creyente, no piensa en nada más que cómo agradar a su amado Señor. Comienza a desatenderse —no, mucho más que eso— enamorado del Señor, incluso se olvida completamente de sí mismo. Conforme su amor por el Señor crece, así crece su aborrecimiento de su propia vida.
Ojalá usted aprenda este sendero.
Oh, si los hijos del Señor pudieran adquirir esta sencilla forma de orar, esta sencilla experiencia de Jesucristo, toda la iglesia de Dios sería fácilmente reformada.
Esta forma de orar, esta sencilla relación con su Señor, es tan apropiada para todos; es justamente tan apropiada para el lerdo y el ignorante, como lo es para el bien educado. Esta oración, esta experiencia que comienza en forma tan sencilla, tiene como su fin un amor totalmente abandonado al Señor.
Solamente se requiere una cosa —amor.
San Agustín dijo: "Ama, después haz lo que te plazca." Porque cuando usted ha aprendido a amar, ni siquiera deseará hacer esas cosas que pudieran ofender a Aquel a quien ama.
Viviendo adentro
Al concluir el último capítulo dijimos que el creyente que está absolutamente enamorado del Señor, ni siquiera deseará las cosas que pudieran ofender el objeto de su afecto. Diré además, que es tan sólo mediante el abandono, que se hace posible alcanzar una victoria total en someter nuestros sentidos y nuestros deseos.
¿Por qué es así?
De hecho, la razón de esto es muy obvia. En primer lugar, usted debe entender el funcionamiento de las partes más recónditas de su ser. ¿De dónde sacan sus cinco sentidos su vida y su energía? De su alma. Es su alma la que les da vida y energía a sus cinco sentidos; y cuando sus sentidos se despiertan, ellos a su vez, estimulan sus deseos.
¿Cómo podemos hablar de una victoria total sobre los cinco sentidos y sobre las pasiones y deseos que se despiertan a través de ellos?
Si su cuerpo estuviese muerto, usted no podría sentir, y ciertamente no tendría deseos. ¿Y por qué? ¿Por qué el cuerpo no tendría deseos? Porque estaría desconectado del alma. Así que, déjeme repetir esto: sus sensaciones y sentidos reciben su poder del alma.
Los cristianos han procurado hallar muchas maneras de vencer sus deseos. Tal vez el método más común ha sido la disciplina y la abnegación. Pero no importa cuán severa sea su abnegación, la misma nunca vencerá completamente a sus sentidos.
¡No, la abnegación no es la respuesta!
Aun cuando la abnegación parezca haber funcionado, lo que en realidad ha hecho, ha sido tan sólo cambiar la expresión externa de esos deseos.
Cuando usted se ocupa en las cosas externas, lo que está haciendo realmente es alejar más su alma de su espíritu. Mientras más se centra su alma en estas cosas externas, más lejos es llevada de su centro y de su lugar de reposo. El resultado de esta
clase de abnegación es lo opuesto a lo que usted procuraba. Desafortunadamente, esto es lo que siempre le ocurre a un creyente cuando vive su vida superficialmente.
Si usted se ocupa de los deseos de su naturaleza exterior —prestándoles atención— ellos, a su vez, se tornan más y más activos. En vez de quedar sometidos, ganan más poder. De todo esto podemos inferir que, aun cuando la abnegación ciertamente puede debilitar el cuerpo, nunca podrá quitar la agudeza de sus sentidos.
Entonces ¿Cuál es su esperanza?
Hay una sola manera de vencer sus cinco sentidos, y es mediante el recogimiento interior. O, para decirlo de otra manera, la única forma de vencer sus cinco sentidos es volviendo su alma completamente hacia adentro, a su espíritu, para que allí posea al Dios presente. ¡Su alma debe volver toda su atención y energías hacia adentro, no hacia afuera! Hacia adentro a Jesucristo, no hacia afuera a los sentidos. Cuando su alma está vuelta hacia adentro, de hecho queda separada de sus sentidos externos; y una vez que sus cinco sentidos quedan separados de su alma, ya no reciben más atención. ¡Su suministro de vida queda cortado!
Se tornan impotentes.
Ahora sigamos el curso del alma. En este punto su alma ha aprendido a volverse hacia adentro y a acercarse a la presencia de Dios. El alma queda más y más separada del yo. Usted puede experimentar que es atraído poderosamente hacia adentro —para buscar a Dios en su espíritu— y descubrir que el hombre exterior se torna muy débil. (Algunos pueden hasta ser propensos a sufrir desfallecimientos.)
Por consiguiente, su principal interés está en la presencia de Jesucristo. Su principal interés está en ocuparse continuamente de Dios que está en usted. Luego, sin pensar de modo particular en la abnegación o en "hacer morir las obras de la carne", ¡Dios hará que usted experimente un sometimiento natural de la carne! Usted puede estar seguro de esto: El cristiano que se ha abandonado fielmente al Señor, pronto descubrirá también que ha asido a un Dios que no descansará hasta que haya sometido todo. Su Señor hará morir todo lo que quede por eliminar en su vida.
¿Qué, pues, se requiere de usted? Todo lo que usted necesita hacer es permanecer firme en prestar su máxima atención a Dios. El hará todas las cosas perfectamente. La verdad es que no todos son capaces de una severa abnegación exterior, pero todos son capaces de volverse hacia adentro y abandonarse totalmente a Dios.
Es verdad que lo que usted ve y lo que oye están continuamente suministrándole nuevos tópicos a su activa imaginación. Todo eso mantiene sus pensamientos saltando de un tema a otro. Por tanto, hay lugar para la disciplina en lo que concierne a lo que usted ve y oye. Pero esté en paz; Dios habrá de enseñarle en cuanto a todo esto. Todo lo que usted necesita hacer es seguir el Espíritu.
Dos grandes beneficios habrán de venirle a usted, si procede de la manera que he descrito en este capítulo. En primer lugar, al apartarse de las cosas externas, usted se acercará constantemente y cada vez más a Dios.
Mientras más cerca está de Dios, más recibe su naturaleza.
Y mientras más recibe su naturaleza, más recibirá de su poder sustentador.
En segundo lugar, mientras más se acerca al Señor, más separado quedará del pecado. Así que usted ve, simplemente volviéndose hacia adentro a su espíritu, usted comienza a adquirir el hábito de estar cerca del Señor y alejado de todo lo demás.
Hacia el centro
En el último capítulo analizamos cómo habérnoslas con los sentidos externos. Esta fue nuestra conclusión: Si en cualquier momento usted percibe que sus deseos se despiertan, la mejor manera de amortiguar esos sentidos es mediante un apacible retraimiento hacia adentro al Dios presente. Cualquier otra amanera de oponerse a sus inquietos sentidos meramente los estimulará más todavía.
Cuando usted entra en este más profundo nivel de conocimiento del Señor, eventualmente vendrá a descubrir un principio que llamaré la ley de la tendencia central.
¿Y qué entiendo por la ley de la tendencia central? Conforme usted sigue manteniendo su alma en lo profundo de sus partes internas, descubrirá que ¡Dios tiene una cualidad magnética de atracción! ¡Su Dios es como un imán! El Señor lo atrae en forma natural más y más hacia Sí mismo.
Lo siguiente que usted nota es esto: A medida que usted avanza hacia el centro, el Señor también lo purifica de todas las cosas que no son de El.
Esto viene ilustrado en la naturaleza. Observe usted el océano. En el océano el agua empieza a evaporarse. Entonces el vapor comienza a subir hacia el sol. Cuando el vapor se separa de la tierra, está lleno de impurezas; sin embargo, al ascender, se vuelve más refinado y más purificado.
¿Qué ha hecho el vapor?
El vapor no ha hecho nada. Simplemente permaneció pasivo. ¡La purificación tuvo lugar conforme el vapor fue atraído hacia arriba al cielo!
Hay una marcada diferencia entre su alma y esos vapores de agua. Si bien el vapor sólo puede ser pasivo, usted tiene el privilegio
de cooperar voluntariamente con el Señor, cuando El lo atrae interiormente hacia Sí mismo. Una vez que su alma se ha vuelto hacia Dios —el Dios que mora dentro de su espíritu— usted habrá de encontrar fácil seguir volviéndose hacia adentro. Mientras más continúa usted volviéndose hacia adentro, más cerca vendrá a estar de Dios y más firmemente habrá de asirse de El.
Desde luego, mientras más cerca es atraído a Dios, más lejos queda usted apartado de las actividades de su hombre natural. Por cierto que el hombre natural se opone mucho a que usted sea atraído interiormente hacia Dios. Sin embargo, habrá de venir un punto donde usted, finalmente, quede establecido en haberse vuelto hacia adentro.
¡De ese momento en adelante será natural que usted viva delante del Señor! En el pasado era natural que usted viviera en la superficie de su ser; ahora será su hábito vivir en el centro de su ser, donde su Señor mora.
Permítame recordarle que usted es como el vapor que asciende al cielo; no debe creer que puede realizar todo eso con sus propios esfuerzos. Lo único que usted puede hacer —en realidad, lo único que debe procurar hacer— es seguir apartándose de las cosas externas. Siga apartándose de las cosas externas y siga tornándose hacia adentro a su espíritu.
Hay muy poco que usted deba hacer nunca, ¡pero esa única cosa sí la puede hacer! Sí, con la gracia divina usted está capacitado para tanta cooperación.
Hay muy poco que usted deba hacer nunca, ¡pero esa única cosa sí la puede hacer! Sí, con la gracia divina usted está capacitado para tanta cooperación.
Sin embargo, más allá de eso usted no tiene nada más que hacer, sino seguir asiéndose firmemente a su Señor.
Al comienzo de esta aventura, todo esto puede parecer un poco difícil para usted; pero tenga la seguridad de que esta clase de volverse hacia adentro llega a ser muy fácil. Usted avanzará espiritualmente en forma muy natural y sin esfuerzo.
Una vez más, esto es así porque Dios tiene una atracción magnética. El está dentro de usted, en lo profundo, siempre atrayéndolo a Sí mismo.
Usted puede ver este principio en los elementos naturales. El centro de cualquier cosa siempre ejerce una fuerza de atracción muy poderosa. Este hecho es aún más cierto en el ámbito espiritual.
Por un lado, hay una fuerza de atracción en el centro de su ser; es poderosa e irresistible. Y por otro lado, hay también una tendencia muy fuerte en cada hombre, de ser reunido a ese centro. ¡Dicho centro no sólo aparta el objeto de la superficie, sino que el objeto mismo tiende hacia su centro!
A medida que usted llega a estar más perfeccionado en El Ungido, esta tendencia de ser atraído adentro al Señor se hace más fuerte y más activo.
¿Qué es lo que pudiera retardar el proceso de esta tendencia central?
Unicamente algún obstáculo que esté entre el objeto exterior (usted) y el imán interior (Jesucristo).
Tan pronto como algo se
torna hacia su centro, se precipitará allá muy rápidamente, a menos que sea obstaculizado.
Tomemos como ejemplo una piedra. Cuando usted deja caer una piedra de la mano, ¿qué es lo que esa piedra hace? Inmediatamente cae a la tierra de la cual vino una vez. La piedra retorna a su procedencia original. Cabe decir lo mismo del fuego y del agua. Siempre procuran volver a su centro.
Nuestra alma, una vez que comienza a volverse hacia adentro, queda sometida bajo esta misma ley de la tendencia central. Ella también cae gradualmente hacia su propio centro, el cual es Dios. El alma no necesita ninguna otra fuerza para atraerla, sino sólo el peso del amor.
Mientras más pasivo y apacible permanezca usted, más rápido avanzará hacia Dios. Mientras más libre esté de ejercer sus propios esfuerzos, más rápido irá hacia su Señor.
¿Por qué es así? Porque hay una energía divina que está atrayendo a usted. Cuando esta energía divina está completamente libre de obstáculos, el Señor tiene completa libertad de atraerlo justamente como le place.
Jesucristo es el gran imán de nuestra alma, pero de nuestra alma solamente. El no atraerá las impurezas y mixturas que vienen mezcladas con ella. Cualesquiera tales impurezas impiden su pleno poder de atracción.
Si no hubiera ninguna mixtura en nuestra alma, el alma podría precipitarse instantáneamente hacia el todopoderoso, irresistible Dios que está adentro, para perderse en El. Pero si estamos recargados con muchas posesiones materiales —o con cualesquiera otras cosas— esta atracción queda grandemente obstaculizada.
Muchos cristianos se aferran a alguna parte de este mundo o a alguna parte del yo con un agarro tan apretado, que pasan toda su vida haciendo solamente un progreso de caracol hacia su Centro.
Muchos cristianos se aferran a alguna parte de este mundo o a alguna parte del yo con un agarro tan apretado, que pasan toda su vida haciendo solamente un progreso de caracol hacia su Centro.
Gracias a Dios, a veces nuestro Señor, llevado por su ilimitado amor, arranca violentamente la carga de nuestras manos. Es entonces cuando nos damos cuenta de cuánto realmente habíamos estado impedidos y retenidos. Apreciado cristiano, tan sólo deje caer todo. ¿Cómo? Simplemente quite las manos del yo; quite las manos de toda otra persona y de todas las cosas.
Por supuesto, eso requiere algo de sacrificio. Hasta se lo puede llamar una crucifixión. ¡Pero usted quedará asombrado al ver que hay sólo un espacio muy pequeño entre su sacrificio y su resurrección!
Por supuesto, eso requiere algo de sacrificio. Hasta se lo puede llamar una crucifixión. ¡Pero usted quedará asombrado al ver que hay sólo un espacio muy pequeño entre su sacrificio y su resurrección!
¿Es conveniente que el alma se torne tan completamente pasiva?
Parece que algunos creen que, según lo que he dicho, se requiere que el alma llegue a estar muerta —muerta como un objeto inanimado— antes de que Dios pueda tener su voluntad en ella. De hecho, exactamente lo contrario es cierto.
El elemento principal del alma es la voluntad, y el alma debe querer tornarse neutra y pasiva, que espera enteramente en Dios. ¿No puede usted ver que esta condición de total pasividad, este
Cuando el alma ha efectuado esto, en realidad ha ejercido el acto más elevado posible de la voluntad humana. El alma ha realizado el acto de sometimiento total a otra voluntad, ¡la Voluntad divina!
Por consiguiente, estimado lector, ponga toda su atención en aprender cómo tornarse hacia adentro y vivir en su espíritu. No se desaliente por ninguna dificultad que pueda haberse encontrado hasta aquí. Antes de mucho, Dios habrá de darle abundante gracia, y todo esto le resultará fácil.
Añadiré solamente una admonición. Usted debe permanecer fiel en apartar su corazón humildemente
de las distracciones y ocupaciones exteriores. Fórmese el hábito de volver continuamente a Dios, quien es su centro, con un amor apacible y tierno.
Oración continua
Si permanece fiel en las cosas que se han tratado hasta ahora, usted se asombrará al percibir cómo gradualmente el Señor irá tomando posesión de todo su ser. Quisiera recordarle que este libro no fue escrito para que usted lo disfrute. Ni tampoco presenta sólo un cierto método de oración. El propósito de este libro es ofrecer una forma en que el Señor Jesús pueda tomar plena posesión de usted.
Es cierto que, conforme el Señor comienza a realizar esto gradualmente, a tomar plena posesión de usted, usted empezará a disfrutar una sensación de su presencia. Verá que esta sensación de la presencia del Señor vendrá a ser muy natural para usted. Tanto la oración con que empezó al principio, como una percepción de su presencia que viene con esa oración, eventualmente llegarán a ser una parte normal de su experiencia diaria.
Una serenidad y quietud excepcionales se extenderán gradualmente sobre su alma. Toda su oración, toda su experiencia comenzarán a entrar en un nuevo nivel.
Y ¿Qué es ese nuevo nivel? Es oración. Una oración que consiste en silencio. Y mientras usted permanece en este silencio, Dios derrama dentro de usted un amor profundo, íntimo. Esta experiencia de amor es una experiencia que habrá de llenar y penetrar todo su ser. No hay forma de describir esta experiencia, este encuentro. Sólo diré que este amor que el Señor derrama en las profundidades de usted, es el comienzo de una indescriptible bienaventuranza.
Ojalá fuera posible contarle, en este pequeño libro, algunos de los niveles de interminables experiencias que usted puede tener con el Señor, experiencias que provienen de este encuentro con Dios.
Pero debo recordar que este pequeño libro está escrito para principiantes. Por tanto, confío en que algún día futuro podré relatarle estas experiencias más profundas.
Con todo, hay una cosa que voy a decir. Cuando usted viene al Señor, poco a poco aprende a tener una mente tranquila delante de El. Una de las cosas más importantes que usted puede hacer, es desistir de todo esfuerzo propio. De esta manera, Dios mismo puede actuar por Sí solo. Fue el Salmista quien, hablando de parte del Señor, dijo: "Estad quietos, y conoced que yo soy Dios" (Salmo 46,10).
Este versículo le proporciona una introspección en su propia mente. Su naturaleza propia llega a estar tan agradablemente conectada a sus propios esfuerzos, que simplemente no puede creer que algo está sucediendo dentro de su espíritu.
A menos que pueda sentir y comprender, la mente rehúsa creer que el espíritu está recibiendo una experiencia.
A menos que pueda sentir y comprender, la mente rehúsa creer que el espíritu está recibiendo una experiencia.
L
a razón de que a veces usted no puede sentir el obrar de Dios dentro de usted, es que esa obra tiene lugar enteramente dentro del ámbito del espíritu y no en la mente. A veces el obrar de Dios en usted es bastante rápido, y con todo, la mente ni siquiera se entera de que usted está haciendo progresos. El obrar de Dios en usted, siempre en aumento, va absorbiendo el obrar de su yo.
a razón de que a veces usted no puede sentir el obrar de Dios dentro de usted, es que esa obra tiene lugar enteramente dentro del ámbito del espíritu y no en la mente. A veces el obrar de Dios en usted es bastante rápido, y con todo, la mente ni siquiera se entera de que usted está haciendo progresos. El obrar de Dios en usted, siempre en aumento, va absorbiendo el obrar de su yo.
Déjeme ilustrar esto.
Durante la noche las estrellas resplandecen muy brillantes, pero cuando el sol comienza a aparecer, las estrellas se desvanecen gradualmente. En realidad ellas siguen estando allí; no han parado de resplandecer; pero el sol es tanto más brillante, que no podemos verlas. Cabe decir lo mismo en los asuntos espirituales.
Hay una luz fuerte y universal que absorbe todas las luces más pequeñas de nuestra alma. Las luces más pequeñas de nuestra alma se tornan más y más tenues, y eventualmente desaparecen bajo la poderosa luz de nuestro espíritu. Llega un momento en que ya no se puede distinguir ni notar más la actividad del yo.
Hay una luz fuerte y universal que absorbe todas las luces más pequeñas de nuestra alma. Las luces más pequeñas de nuestra alma se tornan más y más tenues, y eventualmente desaparecen bajo la poderosa luz de nuestro espíritu. Llega un momento en que ya no se puede distinguir ni notar más la actividad del yo.
El esfuerzo propio queda absorbido por el obrar de Dios.
A veces se formula la pregunta: "¿No es esta experiencia de oración una experiencia de inactividad?" Ni siquiera se haría esta pregunta si la misma fuera precedida por una experiencia.
Si usted hiciera un esfuerzo para obtener esta experiencia de oración, esta experiencia más profunda con Jesucristo, estaría lleno de luz y comprensión en lo que concierne al estado de su alma. No, el alma no está inactiva —al menos no debido a una aridez o carencia— sino que ha quedado sosegada debido a una gran abundancia.
Si usted hiciera un esfuerzo para obtener esta experiencia de oración, esta experiencia más profunda con Jesucristo, estaría lleno de luz y comprensión en lo que concierne al estado de su alma. No, el alma no está inactiva —al menos no debido a una aridez o carencia— sino que ha quedado sosegada debido a una gran abundancia.
El cristiano que se ha asido de este encuentro comprenderá esto, y reconocerá que ¡este silencio es rico, pleno y viviente! ¡Este silencio procede de un almacén de abundancia!
Usted ve, hay dos clases de personas que se mantienen silenciosas. La primera es la que no tiene nada que decir, y la
otra es la que tiene demasiado que decir. En el caso de este encuentro más profundo con el Señor, esto último es lo cierto.
El silencio procede del exceso, no de una carencia. Morir de sed es una cosa; ahogarse es muy otra. Sin embargo el agua es la causa en ambos casos. En uno, es la carencia de agua, y en el otro, demasiada agua causa la muerte.
Esta experiencia con El Ungido tiene su comienzo en una sencilla manera de orar. Empero, gradualmente, prosigue desde allí. La experiencia se hace más profunda, hasta que la plenitud de la gracia aquieta completamente la actividad del yo. Por consiguiente, usted ve por qué es sumamente importante que permanezca tan quieto como sea posible.
¿Puedo ilustrar esto otra vez? Cuando un niño nace, mama leche de los pechos de su madre moviendo los labios. Sin embargo, una vez que la leche empieza a fluir, la criatura simplemente traga sin ningún esfuerzo adicional. Si el bebé siguiera haciendo cualquier esfuerzo, se lastimaría, derramaría la leche y tendría que parar de mamar.
Esta debe ser su actitud en la oración. Usted debe actuar de esta misma manera, especialmente al principio. Saque muy suavemente. Pero conforme el Señor fluya desde su espíritu a su alma, cese toda actividad.
¿Cómo empieza usted? Moviendo los labios, despertando los afectos de su amor por el Señor. En cuanto la leche del amor divino esté fluyendo libremente, quédese quieto —no haga nada más. Antes bien, muy simple y dulcemente, reciba esa gracia y amor. Cuando esa gracia, esa sensación del amor del Señor deja de fluir, es tiempo de, una vez más, despertar sus afectos. ¿Cómo? Exactamente como hace la criatura, moviendo los labios.
Durante todo ese tiempo permanezca muy quieto. Si usted viene al Señor de alguna otra manera, no hará el mejor uso de su gracia. Usted ve, la sensación de la presencia del Señor la recibe de parte de El, para atraerlo a una reposada experiencia de amor. Se sobreentiende que no se le proporciona la presencia del Señor para despertar ninguna actividad del yo.
Volvamos a la ilustración del bebé que mama.
Digamos que la criatura ha bebido suavemente de la leche y lo ha hecho totalmente sin esfuerzo. ¿Ahora qué sucede? Usted tendrá que admitir que todos encontramos difícil de creer, que pudiéramos recibir alimento de una manera tan pasiva como una criatura lo recibe. Y sin embargo, mire al bebé: mientras más apaciblemente mama, mejor prospera. Así que voy a hacer la pregunta otra vez: ¿qué le pasa a la criaturita después que ha mamado?
Se queda dormida sobre el seno de la madre.
Sucede igual con nuestra alma. Cuando el cristiano ha quedado sosegado y tranquilo en oración, con frecuencia cae en una especie de sueño místico; o para decirlo de otra manera, las facultades de su alma quedan completamente en reposo.
Es aquí, en este punto, donde usted empieza a ser introducido a un nivel de experiencia aún más profundo.
Ahora el creyente empieza a entrar en contacto con una experiencia de completo reposo delante del Señor.
La mente está en reposo; el alma está en reposo; todo el ser experimenta una suave, tranquila y apacible calma delante del Señor. Nada la perturba. Al principio usted habrá de experimentar esto sólo ocasionalmente, pero con el tiempo su alma llegará a experimentar con frecuencia este estado de reposo.
Esté seguro de esto: Su alma será introducida en esta experiencia sin ningún esfuerzo, sin dificultad y sin pericia. Y todo lo que usted necesita hacer es continuar con el Señor cada día, esperando que El ahonde su experiencia con El.
Veamos más de cerca lo que se acaba de decir.
La vida interior, esto es, la vida íntima del espíritu, no es un lugar que se toma por asalto o violencia. Ese reino interno, ese reino que está dentro de usted, es un lugar de paz. Sólo puede ser ganado por amor.
Si usted simplemente sigue el sendero que he señalado hasta ahora, será guiado a este tranquilo lugar de reposo.
Y más allá de este reposo hay aún otra experiencia —la de la oración continua.
Cuando hablamos de la oración continua, estamos hablando de una oración que se origina desde adentro. Tiene su origen adentro y obra hacia fuera, llenando y penetrando todo su ser. Tampoco éste es un asunto difícil. En realidad, Dios no demanda nada extraordinario. Al contrario, El queda muy complacido por una conducta sencilla e infantil.
Incluso, yo lo diría de esta manera: En realidad, los más elevados logros espirituales son aquellos que se alcanzan de la manera más fácil. ¡Aquellas cosas que son las más importantes, son las que son las menos difíciles!
Una vez más, esto también se puede demostrar en la naturaleza.
Digamos que usted desea llegar al mar. ¿Cómo irá allá? No tiene que hacer nada más que esto: embarcarse en un río. Con el tiempo usted será llevado al mar sin ningún problema, sin ningún esfuerzo propio de parte de usted.
Ahora, ¿le gustaría adentrarse en Dios? Entonces retorne a los primeros pensamientos que presentamos al principio de este pequeño libro. Siga este agradable y sencillo camino. Prosiga en él, y con el tiempo habrá de llegar a su objetivo deseado. Llegará a Dios y a una velocidad jamás imaginada.
Entonces ¿qué es lo que falta? ¡Nada! Usted sólo necesita hacer el esfuerzo de la prueba.
Si usted hace este esfuerzo inicial, verá que lo que he dicho es en realidad muy, muy poco para expresar el descubrimiento que está adelante. Su propia experiencia con Jesucristo lo llevará infinitamente más allá incluso de este nivel.
¿Qué hay, pues, que usted tema? Apreciado hijo de Dios, ¿por qué no se echa al instante en los brazos del Amor? La única razón por la que El extendió esos brazos en la cruz fue para poder abrazar a usted. Dígame ¿Qué posible riesgo se toma al depender solamente de Dios? ¿Qué riesgo corre usted abandonándose totalmente a El? El Señor no lo habrá de engañar (esto es, a no ser para otorgarle más abundancia que la que usted se ha imaginado nunca).
Sin embargo, aquellos que esperan todas estas cosas de parte del Señor por su propio esfuerzo, escucharán el reproche del Señor: "En la multitud de tus caminos te cansaste, pero no dijiste: No hay remedio*." (Isaías 57,10)
*En el original, estas últimas palabras dicen: "...ustedes no han dicho: Reposemos en paz." (N. del T.)
Abundancia
En el último capítulo, hablamos de entrar en un más profundo nivel de experiencia con Jesucristo.
Al principio mismo de esta jornada, usted vio que la única preparación que usted necesitaba era un tranquilo esperar delante de Dios. Cabe decir lo mismo en este nuevo nivel de experiencia.
Esta ya no es una experiencia rara, ni una experiencia ocasional; poco a poco viene a ser su experiencia diaria. La presencia de Dios empieza a derramarse dentro de usted. Más tarde o más temprano dicha presencia vendrá a ser suya casi sin interrupción.
Al principio, usted era llevado a la presencia de Dios mediante la oración; pero ahora, conforme continúa la oración, en realidad la oración llega a ser la presencia de El. En efecto, ya no podemos decir que es la oración la que continúa.
Es realmente la presencia de Dios la que continúa con usted. Esto está más allá de la oración. Ahora una bienaventuranza celestial es suya. Usted empieza a descubrir que Dios está más íntimamente presente para usted, que usted lo está para sí mismo, y una gran percepción del Señor comienza a venir a usted.
Es realmente la presencia de Dios la que continúa con usted. Esto está más allá de la oración. Ahora una bienaventuranza celestial es suya. Usted empieza a descubrir que Dios está más íntimamente presente para usted, que usted lo está para sí mismo, y una gran percepción del Señor comienza a venir a usted.
He dicho anteriormente respecto de cada una de estas experiencias con el Señor, que la única manera de hallarlo a El es volverse hacia adentro. Es allí, y sólo allí donde podemos hallarlo. Ahora usted descubrirá que en cuanto cierra los ojos, queda envuelto en oración. Quedará asombrado de que Dios lo haya bendecido tanto.
Por consiguiente, es en este punto donde es apropiado presentarle otra experiencia más; una experiencia que tiene lugar muy en lo recóndito de usted.
Allí dentro de usted nace una conversación íntima con Dios.
Esa conversación es altamente deleitable, y lo más asombroso en cuanto a la misma, es que ninguna circunstancia externa la puede interrumpir.
¡Ahora usted ve cuán lejos en realidad puede llevarlo aquella sencilla oración con que empezó! Se puede decir de la "oración de simplicidad", lo mismo que se dijo de la sabiduría: "Todo lo bueno se junta en ella" (Deuterocanónicos).
Y se puede decir lo mismo de esta experiencia más profunda con el Señor. La santidad fluye tan dulcemente y tan fácilmente desde adentro del creyente que ha avanzado hasta aquí, que hasta parece ser su naturaleza misma la que se derrama con tanta dulzura y
¿Y qué decir del pecado? En este punto, el pecado parece estar tan remotamente quitado del creyente, que éste apenas está consciente del mismo.
Cuando usted ha entrado en este más profundo ámbito de experiencia con Jesucristo, ¿cuál ha de ser su respuesta a las circunstancias, a los acontecimientos externos? Simplemente permanezca fiel en este estado.
Repose tranquilamente delante del Señor. Que ese sencillo y tranquilo reposo en El sea siempre su preparación para todo. Usted debe tener esto en mente: su único propósito es ser lleno hasta desbordar con la divina presencia de Jesucristo y, allá en lo recóndito de usted, estar preparado para recibir de El cualquier cosa que El escoja otorgarle.
Repose tranquilamente delante del Señor. Que ese sencillo y tranquilo reposo en El sea siempre su preparación para todo. Usted debe tener esto en mente: su único propósito es ser lleno hasta desbordar con la divina presencia de Jesucristo y, allá en lo recóndito de usted, estar preparado para recibir de El cualquier cosa que El escoja otorgarle.
Silencio
El punto a que esta aventura nos ha traído es un estado de silencio y oración continua.
Volvamos un poco atrás y echemos un vistazo más detallado a este asunto del silencio. Por ejemplo, ¿por qué es tan importante estar en silencio delante del Señor cuando uno viene por primera vez a El? En primer lugar, porque nuestra naturaleza caída es opuesta a la naturaleza de Dios. Las dos no son de ningún modo iguales. En segundo lugar, Jesucristo es la Palabra, la Palabra que habla. El puede hablar. ¡El puede ser oído! Pero para que usted reciba la Palabra (Jesucristo), la naturaleza de usted debe llegar a corresponder con la naturaleza de El.
Déjeme ilustrar más esto.
Considere usted el acto de oír. Escuchar es un sentido pasivo. Si usted quiere oír algo, debe prestar un oído pasivo.
Jesucristo es la Palabra eterna. El, solamente El, es la fuente de vida nueva para usted. Para que usted tenga vida nueva, El debe ser comunicado a usted. El sabe hablar. Sabe comunicarse. Sabe impartir vida nueva. Y cuando desea hablarle a usted, El demanda la más intensa atención a su voz.
Ahora usted puede ver por qué la Biblia nos insta con tanta frecuencia a que escuchemos, a que estemos atentos a la voz de Dios.
Estad atentos a mí, pueblo mío, y oídme, nación mía...
(Isaías 51,4)
Oídme... los que sois traídos por mí desde el vientre,
los que sois llevados desde la matriz.
(Isaías 46,3)
Oye, hija, y mira, e inclina tu oído; olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura.
(Salmo 45,10, 11)
Aquí está cómo empezar a adquirir este hábito de silencio. En primer lugar, olvídese de sí mismo. Esto es, deseche todo egoísmo.
En segundo lugar, escuche atentamente a Dios.
¡Gradualmente, estas dos sencillas acciones habrán de empezar a producir en usted un amor de esa hermosura que es el Señor Jesús! Esa hermosura queda grabada en usted por El. Una cosa más. Trate de hallar un lugar tranquilo. El silencio exterior desarrolla silencio interior; y el silencio exterior mejora al silencio interior a medida que éste empieza a arraigarse en la vida de usted.
Es imposible que usted llegue a ser realmente interior, esto es, que viva en lo recóndito de su ser donde El Ungido vive, sin amar el silencio y el recogimiento.
El profeta Oseas lo dijo muy bien:
He aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto,
y hablaré a su corazón.
(Oseas 2,14)
Usted ha de estar completamente ocupado, interiormente, con Dios. Desde luego, eso es imposible si, al propio tiempo, está exteriormente laborioso con un millar de fruslerías.
El Señor está en el centro de su ser; por consiguiente, El debe llegar a ser el centro de su ser.
¿Qué ha de hacer usted cuando queda distraído de este Dios que es su centro? No importa qué es lo que lo distrae, sea debilidad o falta de fe, usted debe volver inmediatamente hacia adentro una vez más.
Esté dispuesto a volver adentro, una y otra vez, no importa con cuánta frecuencia se lo distraiga. Esté dispuesto a repetir este volver, justamente tan a menudo como ocurran las distracciones.
No es suficiente volverse hacia adentro a su Señor una hora o dos cada día. Tiene poco valor volverse hacia adentro al Señor, a menos que el resultado final sea una unción y un espíritu de oración que continúe con usted durante todo el día.
Una nueva mirada
a la confesión de pecados
¿Dónde encajan en la vida de un cristiano que sigue este sendero, la confesión de pecados y el examen de su vida concerniente al pecado? ¿Cómo lidia con estos importantes asuntos? Tomemos este capítulo para presentar una perspectiva más clara, más elevada del examen de conciencia y de la confesión de pecados.
Por lo común se enseña que el examen de conciencia es algo que siempre ha de preceder la confesión de pecados. Si bien esto puede ser correcto, el nivel de nuestra experiencia cristiana es la que dicta la manera del examen de conciencia.
Yo recomendaría, para un cristiano cuya condición espiritual ha avanzado realmente al estado que se describió en los capítulos precedentes, que cuando viene al Señor en lo que concierne al pecado y la confesión, haga esto: Descubra su alma entera delante de Dios. Usted puede estar seguro de que el Señor no dejará de iluminarlo en lo que concierne a su pecado. Su Señor resplandecerá como una luz en usted; y mediante su resplandor, le permitirá ver la naturaleza de todas sus faltas.
Pudiéramos decir que cuando esta brillante luz, que es El Ungido mismo, resplandece en nosotros y dentro de nosotros, estamos bajo examen. Cuando esto sucede, Dios nos está proporcionando un examen. Puesto que es nuestro Señor y nadie más quien está haciendo esto, simplemente debemos permanecer tranquilos y quietos delante de El, conforme El realiza esta exposición.
Dependa de su Señor, no de usted mismo, para que exponga su pecado y para que le muestre la extensión de su pecado.
Por favor, comprenda usted este hecho: no es su diligencia, no es su examen —el que usted se hace a sí mismo— lo que lo habrá de iluminar en lo que concierne a su pecado. En cambio, es Dios quien hace toda la revelación.
Usted ve, si usted trata de ser el que realiza el examen, habrá una buena probabilidad de se engañe a sí mismo. En realidad usted nunca se permitirá ver su verdadera condición. Este es el simple
hecho acerca de la naturaleza de su amor propio. "...a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo" (Isaías 5,20).
Ah, pero no es así cuando usted viene a su Señor. ¡El sabe ser tan minucioso, tan exigente, y tan demandante! Allí, delante de El, usted queda plenamente expuesto delante del Sol de Justicia. Sus rayos divinos hacen visibles hasta las faltas más pequeñas de usted. La forma apropiada de habérselas con el pecado se hace tan evidente. Usted debe abandonarse en las manos de Dios, tanto en el examen de conciencia como en la confesión de sus pecados.
El creyente no comienza su experiencia espiritual con el Señor en este nivel que estoy describiendo. Por otro lado, sí puede, por medio de esta "oración de simplicidad", llegar con el tiempo a este nivel.
Una vez que usted ha establecido una relación tal con su Señor, pronto descubrirá que ninguna falta en usted escapa la reprobación de Dios. Por ejemplo, en cuanto comete un pecado, usted es inmediatamente reprendido por una sensación interior. Será una especie de profundo y recóndito ardor... una tierna confusión. Usted ve, todas las cosas quedan expuestas bajo la penetrante mirada de su Señor.
El no permitirá que ningún pecado quede oculto o escondido.
En cuanto a usted, cuando el Señor haya establecido firmemente esta relación, usted tendrá la sensación de que El lo ha conocido tan completamente, que cada vez que su luz enfoque el pecado en su vida, usted tendrá tan sólo un camino. Todo lo que podrá hacer será volverse muy simplemente a El y allí soportar todo el dolor y corrección que El inflija.
Continúe en esta experiencia con su Señor. Después de un tiempo de experimentarlo de esta manera, el Señor vendrá a ser más y más el constante escrutador de su alma. Entonces no será usted quien se examina a sí mismo, ni será por temporadas. Será el Señor, en forma constante.
Si usted permanece fiel en abandonarse al Señor de esta manera, llegará a darse cuenta de que la divina luz de su Señor puede realmente revelar su corazón mucho más eficazmente, que como todos sus esfuerzos pudieran jamás hacerlo.
Ahora prosigamos un poco más adelante y consideremos la confesión del pecado.
Una más elevada comprensión y una más elevada experiencia de confesión y arrepentimiento están esperando a usted. Si desea verdaderamente andar por estos senderos, debe estar consciente de una cosa acerca de la confesión de pecados, que por lo general es mal comprendido.
En el pasado, cuando usted confesaba sus pecados a su Señor, muy probablemente sentía pesar por esos pecados, ¿cierto?
Hay una más elevada experiencia de arrepentimiento, y una más profunda experiencia de confesión de pecados que el sentimiento de pesar.
De hecho, usted verá que esos sentimientos de pesar quedan
reemplazados por algo distinto —reemplazados por un amor y una serenidad. Ese amor, esa serenidad saturan dulcemente su alma y, habiéndola saturado completamente, toman plena posesión de ella.
De hecho, usted verá que esos sentimientos de pesar quedan
¿Un arrepentimiento que es dulce? ¿Una confesión de pecado que trae amor y serenidad? Si usted nunca ha sido instruido en tales asuntos, querrá naturalmente resistir ese amor. En vez de eso, usted sentirá una inclinación humana a tratar de producir una actitud pesarosa y contrita delante de Dios.
Con frecuencia se le ha dicho a usted que un corazón contrito y humillado por sus pecados es algo que agrada a Dios. Es cierto.
Pero considere esto: Tratar de producir por su propio esfuerzo un corazón contrito, hace que usted pierda el arrepentimiento genuino. ¿Qué es arrepentimiento genuino? ¿Ha tenido usted alguna vez la experiencia de un arrepentimiento verdadero, genuino? Haga memoria. ¿No fue un hondo sentimiento de amor que se derramaba den-tro de usted?
Es ese amor —esa profunda sensación de amor dentro de usted— el que constituye una expresión de arrepentimiento mucho más pura y mucho más elevada; más elevada que cualquier cosa que usted pudiera producir por su propio esfuerzo. Este amor toma todos los demás sentimientos de arrepentimiento, los resume en uno, y expresa la totalidad de arrepentimiento mucho más perfectamente que si cada parte de arrepentimiento fuese expresado individualmente al Señor.
Cuando el Señor haya establecido esta relación en su vida, usted no tendrá necesidad de molestarse en producir sus sentimientos respecto de sus pecados. Dios está labrando su expresión de arrepentimiento dentro de usted de una manera tan pura.
Dios aborrece el pecado, y experimentar un arrepentimiento que le es dado totalmente de parte de Dios, lo hará aborrecer el pecado como El lo aborrece.
Estimado lector, no esté ansioso y no se afane tanto por actuar. El amor más puro que usted puede conocer jamás, es ese amor que le viene cuando el Señor está obrando en su alma. De modo que déjelo obrar como El quiera. Usted simplemente debe permanecer en el lugar que El le asigna. Convenga con la enseñanza de un hombre muy sabio que dijo:
Pon tu confianza en Dios; permanece quieto
donde El te ha colocado.
Eclesiastés
Al proseguir en la experiencia que acabamos de describir, usted notará algo. ¡Quedará asombrado de ver cuán difícil le resulta re-cordar sus pecados! ¿Olvidar sus pecados? ¿Es correcto eso? ¡Sí! Y semejante experiencia no debe inquietarlo. Usted ve, olvidar sus pecados es una prueba de que usted ha sido purificado de ellos.
Es bueno haber olvidado sus pecados. Es mejor que olvide todo lo que concierne a usted, para que pueda recordar tan sólo a Dios.
Tenga en mente que lo que ha sido presentado en este capítulo, es una más elevada experiencia de confesión y una más profunda experiencia de arrepentimiento; sin embargo, puede estar absolutamente seguro de que conforme usted experimente al Señor de este modo, El no permitirá que sus pecados queden sin ser expuestos.
Por otra parte, si usted es quien realiza la exposición, puede quedar mucho oculto, sin descubrir. ¡Ese no es el caso cuando es el Señor quien lo está examinando! A diferencia de usted, El habrá de traer todas sus faltas a la luz. Por consiguiente, deje su examen a Dios.
Usted verá su corazón mucho más revelado que si hubiese tratado de hacerlo por su propio esfuerzo. Estimado lector, hay que aclarar bien esto: Estas instrucciones no son aplicables a un cristiano que vive en un nivel de experiencia en que el alma se encuentra todavía en el estado activo. Estas instrucciones no son para el alma que aún está activa. En ese nivel de experiencia es totalmente correcto —y necesario— que el alma se esfuerce en habérselas con el pecado.
Por otra parte, si usted es quien realiza la exposición, puede quedar mucho oculto, sin descubrir. ¡Ese no es el caso cuando es el Señor quien lo está examinando! A diferencia de usted, El habrá de traer todas sus faltas a la luz. Por consiguiente, deje su examen a Dios.
Usted verá su corazón mucho más revelado que si hubiese tratado de hacerlo por su propio esfuerzo. Estimado lector, hay que aclarar bien esto: Estas instrucciones no son aplicables a un cristiano que vive en un nivel de experiencia en que el alma se encuentra todavía en el estado activo. Estas instrucciones no son para el alma que aún está activa. En ese nivel de experiencia es totalmente correcto —y necesario— que el alma se esfuerce en habérselas con el pecado.
El alma de un cristiano se esfuerza en proporción a dónde se encuentra en el progreso espiritual. Mientras más avanza el alma hacia su centro —esto es, mientas más lejos está removida de la superficie— menos se esfuerza. (Esto es cierto al lidiar con el pecado, al tratar con la confesión de pecados, y en todas las demás implicaciones de la vida también.)
Si usted viniera a este nivel más avanzado, no importa cuáles sean las circunstancias que lo rodeen, lo exhorto a comenzar todos sus acercamientos al Señor con una espera muy simple y tranquila delante de El.
Al hacer así, usted permite que El actúe libremente en usted. El no puede ser nunca recibido mejor que por Sí mismo.
Las Escrituras
En estos últimos capítulos estuvimos analizando una más profunda experiencia de Jesucristo, y en el último capítulo consideramos cómo lidiar con los pecados y la confesión. Prosigamos ahora a considerar qué otras experiencias con El Ungido esperan a usted conforme su experiencia con El se profundiza aún más.
Tomemos primero la Biblia. ¿Hay un uso más profundo de la Biblia que usted pueda hacer que el que se ha mencionado hasta ahora?
Recuerde usted de un capítulo anterior, que leer la Biblia es una forma de entrar en oración. Recuerde también, que lo que lee, puede tornarse en oración. ¿Hay todavía algo más que las Escrituras pueden proporcionar? Sí, usted puede usar la Biblia de una forma aún más refinada que la que se ha mencionado hasta aquí. Consideremos esa manera. Le daré una descripción breve y práctica.
Primeramente, venga delante del Señor y empiece a leer un texto bíblico. Pare de leer en cuanto se sienta atraído hacia adentro. Pare de leer cuando sienta que adentro, en lo recóndito, el Señor lo está atrayendo a Sí mismo. Ahora simplemente permanezca en silencio. Estése allí por un rato. Entonces, momentáneamente, prosiga con su lectura; pero lea tan sólo un poco. Siempre pare de leer cada vez que sienta que una atracción divina lo lleva más profundamente a su interior.
¿Qué puede esperar usted más allá de este estado?
De tiempo en tiempo usted empezará a entrar en contacto con un estado de silencio interior. ¿Cuál ha de ser su respuesta a una experiencia semejante? Una es ésta: Ya no se grave más con ninguna oración hablada. (En este punto, orar en voz alta o de cualquier manera convencional, no haría más que distraerlo de una experiencia interior y regresarlo a una mera oración externa, superficial.)
Usted será atraído al silencio, de modo que no hay razón para esforzarse a hablar.
Pero si no habla, ¿qué ha de hacer? ¡Nada! ¡Simplemente ceda a la atracción interior! Ceda a la solicitación de su espíritu. Su espíritu lo está atrayendo más profundamente a lo interior.
Una palabra más.
En toda su experiencia de Jesucristo, lo más atinado de su parte es no volver a ninguna forma, modelo o método establecidos. En vez, esté completamente abandonado a la dirección del Espíritu Santo.
Al seguir a su propio espíritu, todo encuentro que usted tenga con el Señor habrá de ser un encuentro que será perfecto... no importa cómo sea el mismo.
¿Oración de peticiones?
Al continuar en esta aventura con El Ungido —esta aventura que comenzó como un sencillo método de oración— puede haber aún otra experiencia más que esté esperando a usted. Es ésta: No se quede demasiado sorprendido si encuentra que ya no puede presentar oraciones de petición.
A usted le puede parecer que las oraciones de petición llegan a ser más difíciles. Sí, es cierto que en el pasado usted presentaba peticiones y ruegos con entera facilidad. Hasta ahora, orar de esa manera nunca le fue difícil. ¡Pero en esta nueva relación con su Señor, es el Espíritu quien ora! Y conforme el Espíritu ora, El lo ayuda en su debilidad. El hace intercesión por usted. Y El ora conforme a la voluntad de Dios.
Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
(Romanos 8,26)
Allí está la voluntad de usted; y allí está la voluntad de Dios. Allí está el plan de usted; y allí está el plan de Dios. Allí está la oración de usted; y allí está la oración de El. Usted debe estar de acuerdo con los planes de El. El quita de usted todas las obras propias de usted, para que puedan ser substituidas con las de El en su lugar.
Por consiguiente, ceda.
Deje que Dios haga en usted lo que El quiera.
En sus oraciones, las que El dice, también está la voluntad de El. Permita que El ore. Usted renuncie a sus propias oraciones; renuncie a sus propios deseos y a sus propias peticiones. Sí, usted tiene una voluntad; sí, usted tiene deseos y peticiones. Con
todo, deje que El tenga la voluntad, el deseo, que están en la oración que El ora.
Pero esta relación va todavía más hondo.
A fin de que Dios tenga aquello que se encuentra en la oración de El, usted, que está orando, debe renunciar a su apego a todo. ¡Esto quiere decir que usted debe vivir una vida en que no haya nada que usted quiera! No esté apegado a nada, no importa cuán bueno sea o parezca ser.
Distracciones
Ahora que hemos explorado algunos de los encuentros que usted habrá de tener en esta aventura —algunas de las cosas que el Señor le habrá de presentar y algunas de las cosas que
El habrá de demandar de usted— apartemos este capítulo para un asunto práctico. Como usted ha leído en capítulos anteriores, habrá distracciones, especialmente al comienzo. Y después, por un tiempo considerablemente largo, algunas cosas distraerán su mente de la oración. Echemos un breve vistazo a este problema.
El habrá de demandar de usted— apartemos este capítulo para un asunto práctico. Como usted ha leído en capítulos anteriores, habrá distracciones, especialmente al comienzo. Y después, por un tiempo considerablemente largo, algunas cosas distraerán su mente de la oración. Echemos un breve vistazo a este problema.
¿Cómo se las arregla usted con las cosas que distraen? ¿Cómo maneja las cosas que lo apartan de lo más recóndito de su ser? Si peca (o incluso si es tan sólo un asunto de quedar distraído por algunas circunstancias que están a su alrededor), ¿qué debe hacer?
Debe tornarse inmediatamente hacia adentro a su espíritu.
Una vez que usted se ha apartado de Dios, debe volver a El tan rápido como sea posible. Allí, una vez más con El, reciba cualquier castigo que El quiera infligirle.
Pero aquí hay una cosa respecto a la cual usted debe tener mucho cuidado: No se aflija porque su mente haya divagado. Guárdese siempre de angustiarse debido a sus faltas. En primer lugar, tal aflicción no hace más que perturbar el alma y distraer a usted (desviar su atención) a cosas externas. En segundo lugar, su aflicción brota realmente de una secreta raíz de orgullo. Lo que usted experimenta es, de hecho, un amor de su propia dignidad.
Para decirlo con otras palabras, simplemente está herido y turbado al ver lo que usted es realmente.
Si el Señor fuera tan misericordioso como para darle un verdadero espíritu de humildad, de la humildad de El, usted no se sorprendería de sus faltas, de sus fallos, ni siquiera de su propia naturaleza básica.
Mientras más claramente ve usted su verdadero yo, más claramente ve también cuán miserable es realmente su propia naturaleza; y más habrá de abandonar todo su ser a Dios. Viendo que tiene una tan desesperada necesidad de El, usted se esforzará para tener una relación más íntima con El.
Esta es la forma en que usted debe andar, justamente como el Señor mismo lo ha dicho:
Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.
(Salmo 32,8)
Tentación
Las tentaciones, así como las distracciones, constituyen un importante problema que usted se habrá de encontrar al comienzo de su aventura de adentrarse en Dios. Sea muy cuidadoso en su actitud hacia las mismas. Si procura contender directamente con esas tentaciones, no hará más que fortalecerlas; y en el proceso de esa contienda, su alma se apartará de su íntima relación con el Señor.
Usted ve, el único propósito de su alma debe ser siempre una estrecha, íntima relación con El Ungido. Por consiguiente, cuando sea tentado hacia el pecado o hacia una distracción externa —no importa el tiempo, no importa el lugar, ni la provocación— simplemente apártese de ese pecado.
Y al apartarse, acérquese a su Señor.
Es así de sencillo.
¿Qué hace un niñito cuando ve algo que lo atemoriza o lo turba? No se queda ahí para tratar de luchar con la cosa. De hecho, difícilmente se quedará mirando la cosa que lo atemoriza. Al contrario, correrá rápidamente a los brazos de su madre.
Allí, entre esos brazos, está seguro.
Exactamente de la misma manera, usted debe apartarse de los peligros de la tentación y ¡correr a su Dios!
Dios está en medio de ella; no será conmovida.
Dios la ayudará al clarear la mañana.
Usted y yo somos muy débiles. Cuando más, somos muy débiles. Si usted, en su debilidad, trata de atacar a sus enemigos, con frecuencia se encontrará herido. Y con la misma frecuencia, incluso quedará derrotado.
Pero hay otra manera.
En momentos de tentación y de distracción, quédese por fe en la simple presencia de Jesucristo. Usted hallará una inmediata provisión de fortaleza.
Este era el recurso y la ayuda de David:
A Dios he puesto siempre delante de mí;
Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;
Mi carne también reposará confiadamente.
(Salmo 16,8, 9)
Y otra vez, en Exodo, dice:
Dios peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos.
Consumado
Quisiera tomar este capítulo para hablar acerca de un elemento muy importante en la oración, un elemento que se pasa por alto casi totalmente.
Si yo fuera a decirle a usted que uno de los grandes elementos de la oración es la adoración profunda, interna, estoy segura de que usted estaría de acuerdo. Los dos convendríamos en que sin una profunda, interna adoración del Señor, simplemente no tendríamos una verdadera oración. La verdadera oración, por necesidad, tiene la adoración como su elemento central.
Pero hay otro elemento de la oración, justamente tan central, tan esencial, como la adoración. Y es precisamente aquí donde llegamos a la cuestión central de la relación del hombre con Dios; más aún, sin este elemento no hay verdadera oración; sin el mismo no puede haber sumersión en las profundidades mismas de Jesucristo. Sin este elemento no hay verdadera oración, ni entrada en las profundidades de El Ungido, ni tampoco forma alguna de que Dios nos pueda llevar a los propósitos que El planea para nosotros.
¿Y cuál es este aspecto de la oración?
La renuncia del yo es una parte necesaria de la oración y de experimentar las profundidades de Jesucristo.
(De manera que una vez más nos hemos ido más allá de la oración. La verdadera oración demanda del que ora, que abandone totalmente el yo. Más aún, Dios desea que en definitiva tal estado llegue a ser suyo en todo tiempo.)
Es el apóstol Juan quien habla de la oración como que es un incienso —un incienso cuyo humo asciende a Dios y es recibido por El.
Y (al ángel) se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos.
(Apocalipsis 8,3)
Cuando usted viene al Señor, derrame su corazón en la presencia de Dios. La oración es derramar su corazón a El. "He derramado mi alma delante de Jehová", dijo Ana, la madre de Samuel (1 Samuel 1,15).
Ese derramamiento es un incienso, y ese incienso es una entrega total de uno mismo a El.
Ese derramamiento es un incienso, y ese incienso es una entrega total de uno mismo a El.
El incienso que ofrecieron los magos del oriente, puesto a los pies de Jesús en el establo de Belén, es una imagen de la oración derramada delante de El.
¿Qué es la oración? La oración es una cierta cálida expresión de amor. ¡Ah, pero es más! ¡La oración es un derretirse! La oración es un disolverse y un elevarse del alma. Esta cálida expresión de amor, este derretirse, este disolverse y elevarse hacen que el alma ascienda a Dios.
Cuando el alma se derrite, dulces fragancias comienzan a subir de ella. Esas fragancias brotan de un consumidor fuego de amor... y ese amor está en usted. Es un consumidor fuego de amor en su recóndito ser, un fuego de amor por Dios.
En el Cantar de los Cantares se encuentra una ilustración de este incienso, de este amor, y de este brotar. La joven doncella dice: "Mientras el rey estaba en su reclinatorio, mi nardo dio su olor" (Cantar de los Cantares 1,12).
Veamos más de cerca esta escena. Primeramente veamos el reclinatorio*.
El reclinatorio a que se hace referencia aquí es lo más recóndito de nuestro ser, nuestro espíritu. Y allí en nuestro espíritu mora Dios. Oh, cuando aprendemos cómo morar allí con El, su divina presencia disuelve la dureza de nuestra alma. Y cuando esa dureza de nuestra alma se derrite, ¡preciosas fragancias brotan de ella!
Ahora miremos al Rey. Miremos al "Amado". Después de ver la derretida alma de la Desposada, El habla:
¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo, sahumada de mirra y de incienso y de todo polvo aromático? (Cantar de los Cantares 3,6)
Ahora debemos hacer la pregunta central: ¿Cómo asciende el alma a Dios?
El alma asciende a Dios renunciando al yo, ¡entregándolo al poder destructor del amor divino! ¡Sí, entregándolo al poder aniquilador del amor divino!
*Una mesa de muy poca altura en que se reclinaban. (N. del T.)
Esta renuncia del yo es esencial, absolutamente esencial, si es que usted ha de sondear, experimentar las profundidades de Jesucristo y morar allí continuamente. ¡Es sólo mediante la destrucción y aniquilación del yo que usted puede rendir homenaje a la soberanía de Dios!
Usted ve,
El poder de Dios es grande, y El es
honrado solamente por los humildes.
(Deuterocanónicos)
Veamos si podemos entender esto tan sólo un poco más claramente.
Es mediante la total destrucción del yo que usted reconoce la suprema existencia de Dios.
¡Debe venir el momento en que usted deja de vivir absolutamente en el ámbito del yo! Usted debe dejar de existir en el yo para que el Espíritu del Verbo eterno pueda existir en usted.
¡Mediante la renuncia de su propia vida, usted abre paso para la venida de El! ¡Y es en el morir de usted que El vive!
¿Puede llevarse esto a la práctica? ¡Sí!
Usted debe rendir todo su ser a Jesucristo, dejando ya de vivir en sí mismo, para que El llegue a ser su vida.
Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
(Colosenses 3,3)
Entrad en Mí todos vosotros que me buscáis sinceramente.
(Deuterocanónicos)
¿Pero cómo pasa usted dentro de Dios? ¡Renunciando a su yo para quedar perdido en El!
Usted puede quedar perdido en El tan sólo mediante la aniquilación del yo. ¿Y qué tiene que ver eso con la oración? ¡La aniquilación del yo es la verdadera oración de adoración! Es una oración que usted debe aprender —aprender en la absoluta totalidad de su más profundo significado posible.
Esta es la experiencia que rinde a Dios, y a Dios solo, toda la "alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos". (Apocalipsis 5,13)
Esta es la experiencia que rinde a Dios, y a Dios solo, toda la "alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos". (Apocalipsis 5,13)
Esta experiencia, esta oración, es la oración de la realidad. ¡Esto es realidad! Experimentar la aniquilación es adorar a Dios en espíritu y en realidad. (Juan 4,23)
Toda adoración verdadera es "en espíritu". Para estar "en espíritu", el alma queda aniquilada. "En espíritu" entramos en la pureza de ese Espíritu que ora dentro de nosotros; quedamos apartados de nuestros propios métodos de oración psicosensuales y humanos. Estamos "en realidad" porque quedamos colocados en la realidad del todo de Dios y la nada del hombre.
Estimado lector, de hecho hay tan sólo dos verdades: el Todo y la Nada.
Todo lo demás es mentira. Dios es Todo; usted no es nada. La única forma en que usted puede rendir la debida honra a Dios, es por medio de su propia aniquilación. Tan pronto como esa maravillosa obra queda hecha, Dios entra.
Aquí hay un principio de la naturaleza: El Señor no permite nunca que quede un vacío o hueco en la naturaleza. El viene al lugar de la nadedad —del vacío— y al instante lo llena Consigo mismo.
¡El se pone en el lugar mismo de lo que ha aniquilado!
¿Pero no es amarga la aniquilación? ¡Oh! Si tan sólo supiera usted la virtud y la bendición que el alma recibe de haber pasado a esta experiencia. Gústela usted y estará deseando no tener ninguna otra cosa. Esta es la "perla de gran precio", el "tesoro escondido". Quienquiera que lo halla, gozoso vende todo lo que tiene a fin de comprarlo. (Mateo 13,44, 45)
Esta es la "fuente de agua viva, que salta para vida eterna". (Juan 4,14)
¿Recuerda usted que el Señor nos dijo que "el reino de Dios está entre (dentro de) nosotros"? (Lucas 17,21). Esto es cierto en dos maneras.
En primer lugar, esto es cierto cuando Dios viene a ser Dueño y Señor dentro de usted, tan completamente, que nada en usted se resiste a su dominio. Es entonces que su ser interior, su espíritu, es el reino de El. Es entonces cuando Dios lo posee a usted.
En segundo lugar, está la cuestión de que usted posea a Dios. Cuando poseemos a Dios, también poseemos su reino; y en su reino hay plenitud de gozo. Nuestro propósito fundamental es gozarnos en Dios... en esta vida. ¡Gozarnos en Dios! Este es el verdadero propósito por el cual fuimos creados.
¡Ay! Qué tan pocos comprenden que esto es alcanzable y es tan fácil de asir.
Silencio —en las profundidades
Prosigamos ahora a la parte que el silencio juega en nuestra progresiva experiencia de Jesucristo, porque el silencio tiene mucho que ver con experimentar al Señor en un nivel más profundo.
Ocasionalmente, algunos han oído el término "la oración del silencio", y han inferido que el papel que el alma ha de jugar en esta oración, es de pasividad, de inercia y de inactividad. Desde luego, éste no es el caso. En realidad, el alma juega un papel más elevado, más amplio que en la oración hablada.
¿Cómo es posible esto?
El alma puede estar activa y, con todo, permanecer completamente silenciosa. Esto es porque es el Señor mismo quien ha venido a ser el motor del alma. El alma actúa en respuesta al mover del Espíritu del Señor.
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
(Romanos 8,14)
Por lo tanto, ocuparse en "la oración del silencio" no quiere decir que usted cesa toda acción. Al contrario, significa que su alma actúa mediante el mover de su espíritu.
Tal vez Ezequiel puede ayudarnos a ver esto. El profeta Ezequiel tuvo una visión de ruedas. Esas ruedas que él vio, tenían al Espíritu viviente consigo. Adondequiera que el Espíritu iba, allí
iban las ruedas. Si el Espíritu se detenía, las ruedas se detenían. Si el Espíritu se levantaba de la tierra al cielo, las ruedas se levantaban tras el Espíritu.
El Espíritu estaba en esas ruedas, y las ruedas se movían por el Espíritu. (Ezequiel 1,19-21) El alma es como aquellas ruedas. El alma puede estar activa en pos de sus propias cosas, o puede esperar —esperar hasta que algo más profundo mueva.
Entonces el alma viene a ser como aquellas ruedas, y sigue al Espíritu adondequiera que El va. De la misma manera, el alma debe rendirse a la dirección del Espíritu viviente que está adentro. El alma debe esperar y ser fiel para actuar tan sólo cuando el Espíritu se mueve.
Usted puede estar seguro de que el Espíritu nunca exalta la naturaleza del yo. (¡El alma, siguiendo su propia inclinación, cuántas veces exalta al yo!) ¿Y qué hace el Espíritu? El Espíritu avanza, lanzándose hacia el objetivo final. ¿Y, cuál es ese objetivo final? Es la unión con Dios.
Por consiguiente, que el alma no haga nada por sí misma en la oración. ¡El alma simplemente debe seguir al Espíritu hasta que alcance su objetivo final!
Yo creo que por medio de esta ilustración usted puede ver que el alma no cesa toda actividad. Simplemente su actividad está en perfecto concierto con el Espíritu.
Prosigamos ahora a considerar "la oración del silencio" de una manera práctica. ¿Cómo empieza usted a experimentar al Señor en una actitud de silencio?
Usted ve, cuando su alma está activa por sus propios medios —esto es, activa aparte de la actividad del Espíritu— entonces, debido a su misma naturaleza, su actividad es forzada y tensa. El esfuerzo del alma en la oración siempre es un esfuerzo de ansiedad y de contienda.
¡En realidad, esto es para nuestra conveniencia! ¡Podemos distinguir fácilmente cuándo el alma está funcionando!
¡Oh! Todo es tan diferente cuando el alma está respondiendo al mover del Espíritu —respondiendo a algo mucho más profundo allá dentro de nuestro ser.
Cuando el alma está respondiendo al Espíritu, la actuación es libre, fácil y natural. Parecería que no estamos haciendo casi ningún esfuerzo en absoluto.
Me sacó a lugar espacioso;
me libró, porque se agradó de mí.
(Salmo 18,19)
Una vez que nuestra alma se ha vuelto hacia adentro y una vez que nuestra mente ha quedado fija en el Espíritu, de ese momento en adelante la atracción del Espíritu del Señor hacia adentro es muy poderosa. De hecho, la atracción de nuestro espíritu hacia
el alma es más fuerte que cualquier otra fuerza —más fuerte que aquellas cosas que nos atraerían de vuelta a la superficie.
¡La verdad es, que nada es tan rápido en retornar a su centro, como es el alma en retornar al Espíritu!
¿Está activa el alma en este tiempo? ¡Sí!
¡Pero su actividad es tan elevada, tan natural, tan apacible y tan espontánea, que a usted le parecería que su alma no está haciendo ningún esfuerzo en absoluto!
¿Ha notado usted alguna vez que cuando una rueda gira lentamente, es fácil ver todas sus partes? Pero cuando la rueda gira más rápido, se puede distinguir muy poco de ella. Así es el alma que está en reposo en Dios. Cuando el alma está en reposo en Dios, su actividad es espiritual y muy elevada. No obstante, el alma no está haciendo ningún esfuerzo. Está llena de paz.
Por lo tanto, mantenga su alma en paz.
Mientras más apacible esté su alma, más rápidamente puede ella moverse hacia Dios, su centro.
¿Cómo es posible esto? ¡Porque el alma está rendida al espíritu, y es el Espíritu Santo el que está moviéndose y dirigiendo!
¿Qué es lo que atrae a usted tan fuertemente a sus partes internas? No es ninguna otra cosa sino Dios mismo. Y, oh, la atracción que El ejerce sobre usted, hace que corra a El.
La doncella en el Cantar de los Cantares comprendió esto, porque dijo:
Atráeme;
en pos de ti correremos.
(Cantar de los Cantares 1,4)
"¡Atráeme a ti, oh mi Centro divino, por medio de los secretos resortes de mi existencia, y todas mis facultades y sentidos te seguirán!"
El Señor es tan sencillo en su atracción de usted. Esa atracción es tanto una unción para sanar, como un perfume para captarlo a Sí mismo. La doncella en el Cantar de los Cantares lo dijo:
¡Nosotras seguimos la fragancia de tu perfume!
(Cantar de los Cantares 1,3 /Versión desconocida/)
"¡Señor, Tú nos atraes por la fragancia de tu ser mismo, y nos atraes tan profundamente adentro a Ti mismo!"
Su fuerza de atracción es extremadamente poderosa, y con todo, el alma la sigue libremente y sin ser forzada. ¿Por qué? ¡Porque la atracción de nuestro Señor es igualmente tan deliciosa como poderosa! Aun cuando la atracción que ejerce sobre usted es poderosa, se lo lleva por su dulzura.
Cuando la doncella dijo: "Atráeme; en pos de ti correremos", ella estaba hablando, en primer lugar, de su espíritu —el centro de su ser. Es el espíritu el que es atraído. El Señor le habla a nuestro espíritu; El nos llama para que lo sigamos, atrayendo nuestro centro adonde está El solo.
De modo que nuestro espíritu es atraído primero. Nosotros, a nuestra vez, seguimos la atracción del centro. Lo hacemos volviendo nuestra atención y todas las facultades de nuestra alma a El. "Atráeme" —vea usted la unidad de su centro, su espíritu, cuando es atraído a El, que es la parte más recóndita de su centro. "En pos de ti correremos" —vea usted cómo los sentidos y facultades del alma siguen la atracción del centro.
No estamos promoviendo la idea de que el alma debe ser indolente o inactiva. Estamos alentando la más intensa actividad en que el alma pueda empeñarse: una total dependencia del Espíritu de Dios. Este debe ser siempre el mayor interés de usted. "Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos" (Hechos 17,28).
Esta sencilla y humilde dependencia del Espíritu de Dios es necesaria sobre todas las demás cosas. Esta constante dependencia de nuestra parte habrá de hacer pronto que el alma alcance esa unidad y esa simplicidad para las que fue creada.
Somos tan complejos; nuestra alma es capaz de tantísima actividad diversa. Tenemos que dejar esos modos de obrar, para que estemos libres —libres para entrar en la simplicidad y la unidad de Dios. ¡Oh, para volver dentro de Dios, dentro de Aquel en cuya imagen fuimos formados originalmente! (Génesis 1,27)
Su Señor es sencillo; El es uno. Pero cuando usted entra en la unidad de Dios, la unidad de El no excluye la gran variedad que es la expresión de su naturaleza. Así como nosotros entramos en la unidad de Dios cuando quedamos unidos a su Espíritu y somos hechos uno con El, de la misma manera también podemos cumplir los diversos aspectos de su voluntad, cuando estamos unidos con El.
Y podemos hacer esto sin tener que dejar ese estado de unión con Dios. Se puede cumplir la variedad de su voluntad sin sacrificar nuestra unidad con El.
Y podemos hacer esto sin tener que dejar ese estado de unión con Dios. Se puede cumplir la variedad de su voluntad sin sacrificar nuestra unidad con El.
¡Así que ahora tal vez usted puede ver a dónde puede llevar la simple "oración del silencio"!
¡Prosigamos!*
Sométase a la dirección del Espíritu de Dios. Al continuar dependiendo de su acción y no de la acción del alma, las cosas que usted hace serán de valor para Dios. Unicamente lo que usted hace de esta manera es de valor para Dios y para su obra en esta tierra.
Conforme el alma es atraída a entrar en esta relación, se descubre algo nuevo. Es esto: ¡El Espíritu, como el alma, es también muy activo! El Es-píritu está lleno de actividad. Pero no es la misma actividad que la del alma.
Cuando usted ha sido movido por el Señor, su actividad será mucho más enérgica que si fuera la actividad de su propia naturaleza particular. Ese Espíritu es más activo que cualquier otra fuerza.
Veamos esto desde el punto de vista de Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
(Juan 1,3)
En el mismísimo principio fue Dios quien formó al hombre por su Palabra. El hizo al hombre a su propia imagen (la de El). Dios era Espíritu y le dio un espíritu al hombre, para que El pudiese entrar en el hombre y juntar su propia vida con la vida de él.
Desde luego, éste era el estado del hombre antes de la Caída. En el momento de la Caída, el espíritu del hombre quedó exánime. Dios perdió la oportunidad de entrar en el espíritu del hombre. El hombre perdió la habilidad de contener la vida de Dios y de llevar la imagen de Dios.
Era muy claro ver que si alguna vez Dios había de restaurar al hombre a lo que El había determinado que fuese, el espíritu del hombre tendría que ser restaurado.
¿Y cómo podía Dios restaurar el espíritu del hombre? ¿Cómo podía restaurar la imagen de Dios en el hombre?
Por nadie menos que Jesucristo. Tuvo que ser el Señor Jesucristo mismo quien le dio vida al espíritu del hombre y restauró la imagen de Dios. ¿Por qué? Porque Jesucristo solo es la imagen exacta de su Padre. El solo trae la vida de Dios al hombre.
Ninguna imagen puede repararse por sus propios esfuerzos. La imagen arruinada ha de permanecer pasiva bajo la mano del operario.
¿Y cuál es la actividad de usted en esta restauración? Su sola actividad debe ser someterse completamente a la obra interna del Espíritu. Jesucristo ha entrado en usted, en lo más recóndito de usted. Sométase a la obra que El realiza allí.
Si un lienzo es inestable, el artista no puede pintar un cuadro preciso en el mismo. Cabe decir lo mismo de usted. Cada movimiento del yo produce un error. La actividad del yo interrumpe y frustra el diseño que Jesucristo desea grabar en usted. En cambio, usted simplemente debe permanecer en paz. Responda solamente a la obra del Espíritu.
Jesucristo tiene vida en Sí mismo (Juan 5,26), y El debe dar vida a todo ser viviente.
Este principio —el principio de la total dependencia del Espíritu y la completa negación de la actividad del alma— puede verse en la iglesia.
Mire la iglesia. El Espíritu de la iglesia es un Espíritu que se mueve, que da vida. ¿Es ociosa, estéril e improductiva la iglesia? ¡No! La iglesia está llena de actividad, pero su actividad es ésta: completa dependencia del Espíritu de Dios. Ese Espíritu la mueve. Ese Espíritu le da vida.
Este principio funciona en la iglesia, y es este principio la que hace que la iglesia sea lo que es. ¡Exactamente el mismo principio debe operar en usted también! Lo que es cierto respecto
de ella, debe ser cierto respecto de sus miembros. Para ser su hijo espiritual, usted debe ser guiado por el Espíritu.
El Espíritu en usted es activo. La actividad que se produce en su vida como resultado de seguir al Espíritu, es una actividad muy superior a cualquier otra.
(Una actividad es digna de sólo tanta alabanza como su fuente. Una actividad que viene como resultado de seguir al Espíritu, es más digna de alabanza que cualquier otra actividad proveniente de cualquier otra fuente. Todo lo que es producido a partir del Espíritu de Dios es divino.
Todo lo que proviene del yo, no importa cuán bueno parezca, sigue siendo tan sólo humano, sigue siendo tan sólo el yo.)
Cierta vez nuestro Señor declaró que El solo tiene vida. Todas las demás criaturas tienen vida ‘prestada’. El Señor tiene vida en Sí mismo. Esa vida, que está en El, también lleva consigo su naturaleza. Esa es la vida única en su género que El desea darle a usted.
El desea darle vida divina, y desea que usted viva por medio de esa vida, en vez de la vida de su alma. Al mismo tiempo, usted debe dejar lugar a la negación de su alma, esto es, a la negación de la actividad de su propia vida. La única forma en que puede dejar lugar a que la vida de Dios more en usted y viva en usted, es perdiendo su vieja vida adámica y negando la actividad del yo.
¿Por qué? ¡Porque esta vida que usted está recibiendo es la vida misma de Dios, la misma vida por la que Dios vive! Pablo dijo:
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
(2 Corintios 5,17)
Pero, y repito, la única forma en que esto llega a ser una experiencia práctica para usted, es muriendo a sí mismo y a toda su actividad propia, para que la actividad de Dios pueda substituirla en su lugar.
Entonces, volviendo a lo que se dijo al principio del capítulo, la "oración del silencio" no impide la actividad; la estimula. Estimula la actividad divina de su espíritu; desalienta la actividad inferior de su alma.
Así pues, tal oración debe estar en absoluta dependencia del Espíritu de Dios. La actividad del Espíritu debe tomar el lugar de su propia actividad. Un intercambio semejante sólo puede tener lugar con el consentimiento del hombre.
Por supuesto que, al dar su consentimiento, usted también debe cesar su propia actividad. El resultado habrá de ser que, poco a poco, la actividad de Dios pueda tomar completamente el lugar de la actividad del alma.
Hay un hermoso ejemplo de esto en los Evangelios. Usted recordará que Marta estaba haciendo algo que era muy correcto, y con todo, ¡el Señor la reprochó! ¿Por qué? Porque aquello que ella estaba haciendo, lo estaba haciendo en su propia fuerza. Marta no estaba siguiendo el mover del Espíritu dentro de ella.
Estimado lector, usted debe comprender que el alma del hombre es, por naturaleza, inquieta y turbulenta. Su alma realiza muy poco, aun cuando siempre parece activa.
El Señor le dijo a Marta: "...afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada" (Lucas 10,41, 42).
¿Y qué era lo que María había escogido? Ella había escogido reposar apacible y tranquilamente a los pies de Jesús. ¡Había cesado de vivir, a fin de que El Ungido fuera su vida!
Esta ilustración pone de relieve justamente cuán necesario es que usted se niegue a sí mismo y renuncie a toda su actividad, para seguir a Jesucristo. Si usted no es guiado por el Espíritu de Dios, no puede seguir al Señor.
Cuando la vida de El entra en usted, la vida de usted debe ser echada fuera. Pablo dijo: "El que se une al Señor, un espíritu es con él" (1 Corintios 6:17).
Cierta vez David dijo cuán bueno era acercarnos al Señor y poner nuestra esperanza en El. (Salmo 73,28) ¿Qué quiere decir "acercarse a Dios"?
Podemos decir que, en realidad, ¡acercarse a Dios es el principio de la unión!
Comenzamos este capítulo hablando de la oración del silencio. Luego proseguimos considerando al alma que sigue al Espíritu en perfecto concierto.
Ahora hemos llegado a la experiencia final y más profunda con Dios —la experiencia cristiana fundamental. Es la unión con Dios.
La experiencia de la unión con Dios viene a nosotros en cuatro etapas: su comienzo, su progreso, su realización y su consumación. (Analizaremos la experiencia de la unión en el capítulo final de este libro.)
La experiencia de la unión comienza muy sencillamente cuando nace en usted un deseo de Dios. ¿Y cuándo ocurre eso? Cuando el alma comienza a volverse hacia adentro a la vida del Espíritu; cuando el alma comienza a caer bajo la poderosa y magnética atracción de ese Espíritu. ¡Entonces, en ese punto, nace un sincero y formal deseo de unión con Dios!
Una vez que su alma ha comenzado a volverse hacia adentro al Espíritu, ella se acerca más y más a Dios. Este es el progreso hacia la unión.
Finalmente, el alma viene a ser un espíritu con El. ¡Es aquí, al fin, que el alma, que ha andado errante tan alejada de Dios, vuelve otra vez al lugar para el cual fue creada!
Usted debe entrar en este ámbito. ¿Por qué? Porque éste es el propósito de todo lo que Dios está obrando en usted.
Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de El.
(Romanos 8,9)
Para que usted venga a ser totalmente de El Ungido, debe ser llenado de su Espíritu y vaciado de su propia vida del yo. Pablo nos dice cuán necesario es ser de este Espíritu.
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios.
(Romanos 8,14)
¡Hay un Espíritu! Y el Espíritu que nos hace hijos de Dios, es el mismo Espíritu que realiza la obra de Dios allá adentro, en lo profundo de nosotros.
Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
(Romanos 8,15)
¿Quién es este Espíritu que obra en usted? No es ningún otro que el Espíritu de Jesucristo. Por medio de este Espíritu se nos hace partícipes de su condición de Hijo.
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
(Romanos 8,16)
Cuando usted se somete a la dirección de este Ser maravilloso, percibirá dentro de usted que es hijo de Dios. Además, usted conocerá el gozo adicional de recibir, "no el espíritu de esclavitud, sino el espíritu de adopción (de libertad, de libertad de los hi-jos de Dios)". (Romanos 8,15) Espere que éste sea el resultado de su andar.
Usted descubrirá que puede actuar libre y fácilmente, y no obstante, también actuará con firmeza y seguridad.
Usted descubrirá que puede actuar libre y fácilmente, y no obstante, también actuará con firmeza y seguridad.
El obrar del Espíritu en lo profundo de usted debe ser la fuente de toda su actividad. Repito: Toda actividad —tanto la que es superficial y visible, como la que es oculta e interna— deben proceder del obrar del Espíritu.
Pablo ilustra esto en el libro de Romanos. Nos muestra nuestra ignorancia incluso en lo que pedimos cuando oramos. Pablo declara que es el Espíritu quien debe orar.
De igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecible(Romanos 8,26)
Esto es muy claro: ¡No sabemos qué es lo que necesitamos! No sabemos cómo orar por las cosas que necesitamos. De hecho, ¡no sabemos cómo debemos orar! Ah, pero el Espíritu que mora dentro de nosotros sabe qué pedir y cómo orar. ¡Aquel a quien usted se ha entregado, lo sabe todo
Usted no puede estar siempre completamente seguro en cuanto a su propia oración. Ah, pero el Espíritu siempre es escuchado cuando ora e intercede.
En una ocasión el Señor Jesús le dijo a su Padre: "Yo sabía que siempre me oyes" (Juan 11:42). Por consiguiente, si usted deja que el Espíritu ore e interceda en lugar de sus propias oraciones, entonces las oraciones que El hace desde dentro de usted, serán escuchadas —¡siempre!
¿Es esto algo seguro?
Escuche las palabras de Pablo, ese experto místico y maestro de la vida interior.
El que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
(Romanos 8,27)
¡El Espíritu busca solamente lo que es la voluntad de Dios! ¡Al fin, aquí tenemos a Uno que está enteramente abandonado a la voluntad de Dios! El Espíritu expresa en oración tan sólo aquello que es la voluntad de Dios.
Es voluntad de Dios que usted sea salvo; su voluntad es que usted sea perfecto. Por consiguiente, el Espíritu intercede en usted por todo lo que es necesario para su perfección.
Si el Espíritu es plenamente capaz de cuidar de todas sus necesidades, ¿por qué ha de agobiarse usted con cuidados innecesarios? ¿Por qué se fatiga con tanta actividad, sin parar nunca para entrar en el reposo de Dios?
El Señor lo invita a que eche toda su ansiedad sobre El. El Señor —tan lleno de misericordia— una vez se quejó de que el alma desperdicia su fortaleza y sus tesoros en un millar de cosas externas. Sin embargo, todos los deseos del alma pueden ser fácilmente satisfechos.
¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura.
(Isaías 55,2)
¡Venga a conocer el gozo de escuchar a Dios de esta manera, estimado lector! Cuán grandemente se fortalece su alma por escuchar así a su Señor.
Calle toda carne delante de DIOS.
(Zacarías 2:13)
Todas las cosas deben cesar cuando El aparece.
El Señor está llamando a usted a un abandono aún mayor... a uno con nada retenido. El le ha asegurado que no hay nada que temer, porque El tiene un cuidado muy especial de usted.
¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.
(Isaías 49,15)
¡Cuánto consuelo hay en estas palabras! ¿Quién, después de oír esto, temerá abandonarse enteramente al llamamiento de Dios?
El estado constante
Comenzaremos este capítulo con este sencillo punto: Nuestras experiencias espirituales caen en dos categorías —las que son externas (de superficie) y las que tienen lugar interiormente, allá en lo profundo de nuestro ser. Hay actividades o acciones que nosotros formamos; algunas son de superficie, algunas son más profundas.
Nuestras actividades externas son las que se pueden ver exteriormente. Las mismas tienen que ver, más o menos, con cosas materiales. Ahora bien, usted debe comprender esto: ¡No hay verdadera bondad en ellas, ni tampoco crecimiento espiritual, y muy poca experiencia de El Ungido!
Desde luego, hay una excepción: si sus acciones externas son resultado (subproducto) de algo que ha tenido lugar en lo profundo de usted, entonces esas acciones externas reciben un valor espiritual y poseen verdadera bondad. Pero las actividades externas sólo tienen tanto valor espiritual como el que reciben de su fuente.
Por tanto, nuestra línea de conducta es clara. Debemos prestar plena atención a aquellas actividades que tienen lugar en lo profundo de nuestro recóndito ser. Estas son las actividades del Espíritu. El Espíritu es de adentro, no de afuera. Usted se vuelve hacia adentro a su espíritu y, al hacerlo así, se aparta de las actividades externas y de las distracciones externas.
La actividad interna comienza volviéndose usted simplemente ha-cia adentro a Jesucristo, porque es allí donde El está, dentro de su espíritu.
Usted debe estar volviéndose continuamente hacia adentro a Dios.
Préstele toda su atención a Dios; derrame toda la fuerza de su ser puramente en El.
Reúne todos los impulsos de tu corazón en la santidad de Dios.
(Deuterocanónicos)
David lo expresó tan bien cuando dijo: "Guardaré toda mi fortaleza para Ti" (Salmo 59,9 —Versión desconocida).
¿Cómo se hace esto? Volviéndose encarecidamente a Dios, quien está siempre allí dentro de usted.
Isaías dijo: "Volved en vosotros /a vuestro corazón/" (Isaías 46,8). Cada uno de nosotros, al pecar, se ha vuelto de su corazón, y es sólo el corazón lo que Dios desea.
Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos.
(Proverbios 23,26)
¿Y qué quiere decir dar todo nuestro corazón a Dios? Dar todo nuestro corazón a Dios, es tener toda la energía de nuestra alma siempre centrada en El.
Es de esta manera que somos conformados a su voluntad.
Si usted es nuevo en este andar, su espíritu aún no es fuerte. Su alma se torna fácilmente hacia las cosas externas, materiales; resulta muy fácil que usted se distraiga del Señor, su Centro.
Cuán lejos se aparta usted de El, depende de cuánto accede a las distracciones y cuán lejos permite ser apartado a las cosas superficiales. De la misma manera, qué medios habrá de usar usted para volver a Dios, dependerá de cuán lejos se ha apartado de El. Si se ha apartado tan sólo ligeramente, sólo será necesario un retorno muy ligero.
Tan pronto como usted note que se está desviando del Señor, deberá volver deliberadamente su atención hacia adentro al Dios viviente. Vuelva a entrar en su espíritu; retorne inmediatamente a ese lugar al cual usted pertenece realmente: en El. Mientras más completo sea ese retorno, más completo será su retorno al Señor.
De seguro que usted permanecerá allí —en Dios— tan sólo mientras su atención esté centrada en el Señor Jesucristo. ¿Qué lo habrá de mantener allí? Usted será mantenido allí por la poderosa influencia de ese sencillo y modesto retorno de su corazón a Dios.
Repita este simple retornar hacia adentro, al Señor, una y otra vez, tan a menudo como se distraiga usted. Esté seguro de que, con el tiempo, ese retornar llegará a ser su experiencia constante.
¿Pero qué hará hasta entonces?
Hasta entonces simplemente continúe volviendo a El cada vez que se haya desviado. Cuando algo se repite vez tras vez, aquello se hace un hábito. Esto es cierto incluso respecto de su alma. Después de mucha práctica, su alma formará el hábito de volver hacia adentro a Dios.
Para decirlo con otras palabras, mientras más progrese usted en El Ungido, más habrá de morar continuamente con El, sin desviarse repetidamente y tener que retornar. Su tornarse vendrá a ser cada vez menos externo. Con el tiempo, ese volverse llegará a ser imperceptible como acción de superficie o acción consciente, y tendrá lugar en lo profundo de usted.
Lo que comenzó como algo bastante esporádico —algo que era una acción consciente y deliberada— llega a ser habitual y continuo,
sin interrupción. Empezará a tener lugar dentro de usted un acto continuo, interior, de permanencia.*
¿Qué entiendo yo por esta continua permanencia adentro?
Estar continuamente vuelto a lo profundo de adentro quiere decir simplemente que, habiéndose vuelto hacia adentro a Dios —mediante un acto directo— usted ha permanecido en su presencia. Ya no necesita más seguir volviéndose a Jesucristo; usted ya mora con El en las recámaras de su espíritu. La única vez que necesita hacer un acto de volverse otra vez, es cuando su permanencia se interrumpe por alguna razón.
En este punto de su vida espiritual, usted no debe preocuparse de tratar de volverse al Señor por ningún medio externo. Incluso encontrará difícil realizar un acto externo, deliberado, de volverse, cuando haya comenzado esta permanencia interna.
Usted ve, usted ya está vuelto hacia adentro al Señor; cualquier actividad externa solamente lo apartaría de su unión con El.
¡Constituir el acto de volverse hacia adentro, ésa es la meta! Cuando este acto se haya integrado en usted, el mismo se expresará como una continua permanencia en su espíritu y un continuo intercambio de amor entre usted y el Señor.
Una vez que se alcanza esta meta, ya no hay ninguna necesidad de tratar de obtenerla por medio de actos externos. Usted puede olvidar el acto externo de tratar de amar al Señor y de ser amado por El. En vez de eso, solamente prosiga como está.
Simplemente debe permanecer cerca de Dios mediante esa continua permanencia interior.
Una vez que se alcanza esta meta, ya no hay ninguna necesidad de tratar de obtenerla por medio de actos externos. Usted puede olvidar el acto externo de tratar de amar al Señor y de ser amado por El. En vez de eso, solamente prosiga como está.
Simplemente debe permanecer cerca de Dios mediante esa continua permanencia interior.
En este estado de estar continuamente vuelto a Dios, usted está permaneciendo en el amor de Dios, y el que permanece en amor, permanece en Dios. (1 Juan 4,16) Usted reposa. ¿Pero qué quiere decir eso? Usted reposa en el acto continuamente interno de permanecer.
Ahora bien, en ese estado de reposo, su alma ¿está activa o pasiva? ¡Está activa! Usted no está en un estado pasivo, aun cuando está reposando. ¿Pero qué actividad puede haber en reposar? Usted está reposando en el acto de permanecer en el amor de Dios. ¿Puede eso ser actividad? ¡Sí! Dentro de su espíritu hay un acto en marcha. Es un dulce sumirse en la Deidad.
La atracción hacia adentro —la tracción magnética— se hace más y más poderosa. El alma, que permanece en amor, es atraída por esta poderosa atracción y se hunde siempre más hondo en ese amor.
Así que usted ve, esta actividad interna ha venido a ser mucho más grande que como era al principio, cuando su alma comenzó a volverse hacia adentro. ¡Bajo la poderosa atracción de Dios que lo lleva dentro de El, la actividad interior ha aumentado!
Para algunos cristianos, este permanecer con Dios viene lenta, gradualmente. El progreso se aprecia sólo al notarlo a lo largo de un extendido período. Para otros cristianos, hay una continua permanencia desde el comienzo mismo. No importa qué porción le ha determinado Dios. Simplemente continúe volviendo hacia adentro a El.
La diferencia está en que al comienzo la actividad era más externa; ahora la actividad ha pasado adentro; se ha vuelto profunda, interior, recóndita, y externamente imperceptible.
El cristiano que está totalmente dedicado a Dios (esto es, un creyente en quien esta actividad tiene lugar continuamente), ¡no tiene ni siquiera conciencia de todas estas cosas! No puede percibir esta actividad, porque toda ella es un volverse a Dios directo e interno. Nada es externo o de superficie.
Esta es la razón de que algunos creyentes que han tenido contacto con este estado, han referido que en realidad ellos no hacen nada, y que dentro de ellos no hay ninguna actividad ni tiene lugar ningún volverse.
Sin saberlo, están equivocados acerca de su propio estado interior; de hecho, están más activos que nunca antes y están continuamente volviéndose a Dios. (Actúan cada vez que se vuelven hacia adentro y retornan a Dios.)
Una mejor referencia sería que dijeran que no perciben ninguna actividad distinta, no que no tienen ninguna actividad adentro.
Oh, es cierto que no están actuando (o volviéndose) por sí mismos. Con todo, están siendo atraídos, y están siguiendo la atracción. El amor es el peso que los hunde.
Si usted fuera a caer al mar, y ese mar fuera infinito, estaría hundiéndose de una profundidad a otra por toda la eternidad. Esto es lo que ocurre con un creyente que se encuentra en ese lugar de continua permanencia.
Ni siquiera está consciente de su descenso, y sin embargo, está hundiéndose con una rapidez inconcebible a las profundidades más recónditas de Dios.
Ahora estamos en un punto donde podemos sacar algunas conclusiones concernientes al tema de este capítulo.
En primer lugar, no digamos que nosotros no constituimos el acto de volvernos a Dios. Sí lo constituimos. Cada uno de nosotros se torna hacia adentro. La forma en que lo hacemos, es un asunto diferente. La forma en que nos volvemos hacia adentro no es la misma para todos.
Sin embargo, aquí está el error del nuevo creyente. Todo el que desea volverse a Dios para permanecer con El, tan naturalmente espera sentir la presencia del Señor y experimentarlo externamente.
Pero sencillamente esto no puede ocurrir siempre.
¡Las experiencias externas son para el principiante! Hay otras experiencias; esas experiencias son mucho más profundas y muchísimo más internas. Aquellos creyentes que han progresado algo en la experiencia espiritual, son los que tienen tales experiencias más profundas.
¿Se ha de desdeñar la sensación externa de la presencia del Señor? ¡Con toda seguridad, no! Es verdad que los actos externos son contactos muy débiles con el Señor; y además, son de poco valor. Si usted se detiene allí, se priva de las experiencias más profundas de un cristiano más maduro. Pero —y usted debe estar muy
claro respecto de esto— es un gran error que el nuevo cristiano (usted) procure tener un andar profundo, íntimo con el Señor, sin experimentar primero volverse externamente a Jesucristo y conocer esa sensación externa de su presencia.
El escritor de Eclesiastés lo expresó: "Todo tiene su tiempo" (Eclesiastés 3,1). Esto es especialmente cierto respecto de nuestra alma. Todo estado de transformación por el que pasa el alma tiene un principio, un progreso y una consumación.
Detenerse al principio de cualquiera de estas etapas es tonto. Usted debe pasar por un período de aprendizaje, después por un período de progreso. ¡Al principio usted trabaja asidua y diligentemente, pero al cabo, cosecha el fruto de su labor!
Déjeme ilustrar esto. Cuando los marineros sacan un barco (de vela) del puerto, al principio les es muy difícil dirigirlo al mar abierto. Deben usar toda su habilidad y fuerza para dejarlo libre, fuera del puerto. Pero una vez que está en mar abierto, el buque se mueve fácilmente en cualquier dirección que los marineros escogen.
Pasa lo mismo con usted cuando comienza a volverse hacia adentro a Dios. Usted es como ese barco. Al principio está muy fuertemente atado por el pecado y por su yo. Sólo a través de muchísimo esfuerzo repetido queda vuelto hacia adentro. ¡Pero con el tiempo las cuerdas que lo atan, tienen que aflojarse!
¡Continúe volviéndose hacia adentro!
¡Hágalo a pesar de todo fallo! ¡A pesar de todas las distracciones que lo apartan!
Si permanece fiel y fuerte en ese continuo volverse, gradualmente logrará desatracarse y salir del puerto del yo. Dejándolo bien atrás, usted se dirigirá hacia lo interior, a una permanencia íntima con Dios, ¡porque ése es su destino!
¿Qué sucede una vez que el velero ha salido del puerto? Avanza más y más lejos adentrándose en el mar profundo, y mientras más lejos del puerto va, más fácilmente navega.
¡Por último, llega el momento en que el barco puede usar todas sus velas! Sus remos ya le son inservibles. ¡Los marineros los dejan a un lado! ¡Ahora su curso es rápido!
¿Y qué hace el piloto? Se complace en extender las velas y agarrar el timón. Todo lo que hace ahora es mantener suavemente en su curso el navío que avanza velozmente.
"Extender las velas" es ponerse delante de Dios en oración sencilla. "Extender las velas" es ser movido por el Espíritu de Dios.
"Agarrar el timón" es impedir que su corazón se desvíe de su verdadero curso. "Agarrar el timón" es hacer volver el corazón, suavemente. Usted lo guía con firmeza, mediante el mover del Espíritu de Dios.
Ahora, conforme usted empieza a entrar en El, poco a poco El irá tomando posesión de su corazón. El Espíritu lo logra de la
misma manera —poco a poco— que la suave brisa hincha las velas e impulsa a la nave hacia adelante.
Cuando los vientos son favorables, el piloto reposa de su trabajo. El piloto descansa y deja que el viento mueva la nave. ¡Oh, cuánto adelantan sin cansarse en lo más mínimo!
Adelantan más en una hora sin esfuerzo alguno que nunca antes, aun cuando empleaban todas sus fuerzas. Si usaran los remos ahora, eso sólo retardaría el barco y causaría fatiga. Los remos son inservibles e innecesarios.
Usted acaba de ver una descripción de su propio curso hacia adentro.
Si Dios es el que lo mueve, usted irá mucho más lejos en poco tiempo, que lo que pudiera hacer nunca con su propio esfuerzo repetido.
¡Estimado lector, pruebe este sendero! Con el tiempo hallará que es el más fácil del mundo.
A los obreros cristianos
Al acercarnos a la conclusión de este pequeño libro, quisiera dirigir unas palabras de exhortación a los obreros cristianos que están a cargo de los nuevos conversos.
Consideremos la situación presente. A todo nuestro alrededor, hay creyentes que están procurando convertir a los perdidos a Jesucristo. ¿Cuál es la mejor forma de hacer esto? Y una vez que se han convertido, ¿cuál es la mejor manera de ayudarlos a alcanzar plena perfección en El Ungido?
La manera de alcanzar a los perdidos es alcanzarlos en el corazón. Si un nuevo converso fuera introducido a la verdadera oración y a una verdadera experiencia interior con El Ungido tan pronto como se convirtiera, veríamos a innumerables conversos seguir adelante hasta llegar a ser verdaderos discípulos.
Por otro lado, podemos ver que la presente manera de ocuparse tan sólo de los asuntos externos en la vida del nuevo converso, lleva poco fruto. Cargar al nuevo creyente con innumerables reglas y toda clase de normas, no lo ayuda a crecer en El Ungido. Lo que se debe hacer es esto: El nuevo creyente debe ser conducido a Dios.
¿Cómo?
Enseñándole a volverse hacia adentro a Jesucristo y a entregarle al Señor todo su corazón.
Si usted es uno de los que están a cargo de nuevos conversos, guíelos a un verdadero conocimiento interior de Jesucristo. ¡Oh, qué diferencia habría en la vida de esos nuevos creyentes!
¡Considere usted los resultados!
Veríamos al sencillo campesino, mientras labra su tierra, pasar sus días en la bendición de la presencia de Dios. El pastor de ovejas, en tanto cuida sus rebaños, tendría el mismo abandonado amor por el Señor que caracterizaba a aquellos primitivos cristianos. El obrero de fábrica, mientras trabaja con su hombre exterior, sería renovado con fortaleza en su hombre interior.
Veríamos a cada uno de esos creyentes echar fuera de su vida toda clase de pecados; todos llegarían a ser hombres y mujeres
espirituales, con su corazón dedicado a conocer y a experimentar a Jesucristo.
Para un nuevo creyente —de hecho, para todos nosotros— el corazón es sumamente importante si hemos de adelantar en El Ungido. Una vez que Dios ha ganado el corazón, con el tiempo todo lo demás se habrá de resolver por sí mismo. Esto es por qué El demanda el corazón sobre todo lo demás.
Estimado lector, es cuando el Señor gana nuestro corazón, y no de otra manera, que todos nuestros pecados pueden ser echados afuera. Si el corazón pudiera ganarse, Jesucristo reinaría en paz, y la iglesia entera sería renovada.
De hecho, estamos analizando nada menos que lo que hizo que la iglesia primitiva perdiera su vida y su hermosura. Fue la pérdida de una profunda relación interior, espiritual con El Ungido. Contrariamente, ¡la iglesia podría ser restaurada prontamente si se recuperara esta relación interior!
Y eso no es todo. Ahora mismo algunos líderes cristianos están muy preocupados por el temor de que el pueblo de Dios vaya a caer en algún error doctrinal. ¡Oh, pero cuando los cristianos creen en Jesucristo y se acercan a El, hay poco peligro de que tal cosa pueda suceder jamás!
Usted puede estar seguro de que si un creyente se aparta del Señor, puede discutir doctrinas y enfrascarse en argumentos todo el día, pero nada de eso lo habrá de ayudar. Las discusiones interminables sólo traen más confusión.
Lo que ese creyente necesita es que alguien lo dirija a creer simplemente en Jesucristo y a volverse hacia adentro a El. Si algún creyente hiciera así, muy en breve habría de ser guiado de vuelta a Dios.
¡Qué inexpresable daño han sufrido muchos nuevos creyentes —y a decir verdad, la mayor parte de los cristianos— debido a la pérdida de una relación íntima, espiritual, con Jesucristo!
Usted que tiene autoridad sobre jóvenes creyentes, un día deberá dar cuenta a Dios por aquellos que han sido confiados a usted por el Señor. Tendrá que dar cuenta por no haber descubierto para usted mismo este tesoro escondido —esta relación íntima con El Ungido— y también se le tendrá por responsable por no haberles dado este tesoro a los que están a su cargo.
Ni podrá usted excusarse, en ese día, diciendo que este andar con el Señor era muy peligroso o que la gente sencilla e ignorante no podía entender las cosas espirituales. Las Escrituras simplemente no dan validez a estas conjeturas.
¿Y qué decir de los peligros de andar de esta manera? ¿Existen algunos?
¿Qué peligro puede haber en andar en el único camino verdadero: en Jesucristo? ¿Qué peligro hay en entregarse completamente al Señor Jesús y en fijar toda su atención continuamente en El? ¿Puede venir algún perjuicio de poner toda su confianza en la
gracia de El y en amarlo puramente con todo el amor y pasión que su corazón es capaz de derramar?
En cuanto a los sencillos e ignorantes, no es verdad que ellos no pueden tener esta relación interior con El Ungido. Lo contrario es cierto. En realidad, ellos son más idóneos para esto.
El Señor ama a los que andan con sencillez.
Su humildad, su sencilla confianza en Dios y su obediencia les hacen más fácil volverse hacia adentro y seguir el Espíritu del Señor. ¡Ellos son más idóneos que la mayoría! Usted ve, esos creyentes sencillos no están acostumbrados a analizar; no tienen el hábito de discutir los aspectos de todas las cosas; y son prontos a dejar de lado sus propias opiniones.
Sí, ellos tienen una gran carencia de educación y de preparación religiosa; por lo mismo, son más libres y más prontos a seguir la dirección del Espíritu. ¡A menudo otra gente —más dotada, mejor educada, preparada en teología— está entumecida e incluso cegada por su opulencia espiritual! Con mucha frecuencia tales personas ofrecen una mayor resistencia a la unción interna y a la dirección del Espíritu del Señor.
El Salmista nos dice:
La exposición de tus palabras alumbra;
hace entender a los simples.
(Salmo 119,30)
Además, se nos ha asegurado que Dios se complace en darse a los que tienen necesidad de El.
Dios guarda a los sencillos;
estaba yo postrado, y me salvó.
(Salmo 116,6)
Si usted tiene nuevos creyentes a su cargo, tenga mucho cuidado de no impedir que esos ‘niños’ vengan a Jesucristo. Recuerde que El les dijo a sus primeros discípulos: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos" (Mateo 19:14). (Fue el intento de los discípulos de impedir que los niños viniesen a Jesús, lo que provocó que El hiciera esta declaración.)
A lo largo de las edades, ha sido el hábito del hombre curar a la gente aplicando algún remedio a una parte exterior del cuerpo, cuando, en realidad, la enfermedad está adentro, en lo profundo.
¿Por qué los nuevos conversos quedan básicamente sin mostrar cambio, a pesar de tanto esfuerzo? Es porque aquellos que están sobre ellos se han ocupado tan sólo de las cosas externas de su vida. Hay una forma mejor: ¡Váyase directamente al corazón!
Con establecer reglas y con tratar de cambiar la conducta exterior no se producirá una obra que perdure en la vida del creyente.
¿Entonces, cuál es la respuesta? ¡Déle al nuevo converso la clave a su espíritu, a las partes internas de su ser! Déle este secreto primero, y usted verá que su vida exterior cambiará en forma natural y fácil.
Lograr todo esto es muy fácil. ¿Cómo? Simplemente enséñele al creyente a buscar a Dios dentro de su propio corazón. Muéstrele al nuevo cristiano que puede poner su mente en Jesucristo y volver a El cada vez que se haya apartado.
Además, muéstrele que debe hacer todo y sufrir todo con el solo propósito de agradar a Dios. ¡Qué distinto será todo! El nuevo converso será conducido a Jesucristo; descubrirá que el Señor Jesús es la fuente de toda gracia; y verá que en El está todo lo necesario para la vida y la piedad.
A usted, mayordomo de almas de hombres, lo insto a que conduzca a estos nuevos creyentes en El Ungido en esta forma y no otra. ¿Por qué? Porque esta forma es Jesucristo. No soy yo, es El Ungido mismo quien lo insta por su propia sangre que fue derramada por esos creyentes.
Hablad al corazón de Jerusalén.
¡Predicadores de la Palabra de Dios! ¡Dispensadores de su gracia! ¡Ministros de su vida! Ustedes deben establecer el reino de Dios. A fin de establecer ese reino, hagan que El sea Soberano sobre los corazones.
Recalcaré una vez más: El corazón es la clave. Sólo el corazón puede oponerse a la Soberanía de Dios. Pero contrariamente, al ganarse el corazón, se confiesa la soberanía del Señor en la vida del creyente y se la honra altamente.
Al Señor de los ejércitos glorificad: El sólo sea el que os haga temer y temblar. Y él será el que os santifique.
(Isaías 8,13; Versión de Félix Torres Amat)
Enseñe esta sencilla experiencia, esta oración del corazón. No enseñe métodos; no enseñe ninguna elevada forma de orar. Enseñe la oración del Espíritu de Dios, no la de invención humana.
¡Tome nota! Usted que enseña a los creyentes a orar en formas elaboradas y repeticiones sin sentido! En realidad usted crea el mayor problema que los nuevos creyentes tienen. Los niños en El Ungido han sido descaminados por los mejores padres.
El nuevo creyente ha llegado a ser demasiado consciente de su estilo de oración, demasiado preocupado con cómo orar. Además, se le ha enseñado un lenguaje demasiado refinado y demasiado elevado.
El nuevo creyente ha llegado a ser demasiado consciente de su estilo de oración, demasiado preocupado con cómo orar. Además, se le ha enseñado un lenguaje demasiado refinado y demasiado elevado.
La forma sencilla de llegar a Dios ha sido encubierta.
¿Es usted un nuevo creyente en El Ungido? Entonces vaya, pobre niño, a su amante Padre. Háblele sinceramente con sus propias
No importa cuán toscas y simples sean esas palabras, ¡para El no son toscas ni simples!
Puede ser que sus palabras parezcan imprecisas y confusas. Puede ser que a veces usted esté tan lleno de amor y tan aterrado en la presencia de El, que no sepa cómo hablar. ¡Eso está bien!
Su Padre está mucho más complacido con esas palabras —palabras que El ve que brotan de un corazón que está lleno de amor— que pudiera estarlo nunca con palabras que suenen a elaboradas, pero que sean secas y sin vida.
Su Padre está mucho más complacido con esas palabras —palabras que El ve que brotan de un corazón que está lleno de amor— que pudiera estarlo nunca con palabras que suenen a elaboradas, pero que sean secas y sin vida.
Las emociones de amor sencillas y francas expresan infinitamente más para El, que las palabras de cualquier idioma.
Por alguna razón, los hombres procuran amar a Dios mediante formas y reglas. ¿No puede usted ver que es por medio de esas mismas formas y reglas que usted ha perdido tanto de ese amor?
¡Cuán innecesario es enseñar el arte de amar!
El lenguaje del amor es extraño y forzado para el hombre que no ama. Oh, pero es perfectamente natural para el que ama.
¿Y cómo lo amará usted?
¡Es admirable y encantador ver que, con frecuencia, son los creyentes más sencillos quienes progresan más lejos en una relación íntima con Jesucristo! ¿Por qué? ¡Porque el Espíritu de Dios simplemente no necesita nuestra tapicería!
Los más simples pueden conocerlo a El, y de la forma más profunda, ¡sin ninguna ayuda de rituales, ni de formas, ni de instrucción teológica! ¡Cuando a El le place, El transforma obreros de fábrica en profetas! No, El no ha echado al hombre del templo interior de oración. ¡Al contrario! ¡Ha abierto de par en par esos portones para que todos puedan entrar!
Dice a cualquier simple: Ven acá. A los faltos de cordura dice: Venid, comed mi pan, y bebed del vino que yo he mezclado.
(Proverbios 9,4, 5)
El Señor Jesús le dio gracias al Padre por haber "escondido estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños". (Mateo 11,25)
El logro cristiano final
Ahora llegamos a la etapa final de la experiencia cristiana.
La unión divina.
Esto no se puede lograr meramente por nuestra propia experiencia. La meditación no producirá unión divina; ni tampoco el amor, ni la adoración, ni nuestra devoción, ni nuestro sacrificio. Ni importa tampoco cuánta luz nos da el Señor.
Eventualmente habrá de requerir un acto de Dios hacer que esa unión venga a ser una realidad.
En el Antiguo Testamento la Escritura dice: "No me verá hombre, y vivirá" (Exodo 33:20). Si la oración de usted todavía contiene su propia vida, esa oración no puede ver a Dios. La vida de usted no habrá de conocer la experiencia de la unión con la vida de El.
Todo aquello que es nuestra obra, todo lo que viene de nuestra vida —incluso nuestra oración más exaltada— debe ser destruido primero, antes de que la unión pueda efectuarse.
Todas las oraciones que proceden de nuestra mente son meramente preparaciones para traernos a un estado pasivo; cualquier (toda) contemplación activa de nuestra parte es asimismo tan sólo una preparación para traernos a un estado pasivo. Son preparaciones. No son el fin. Son un medio para alcanzar el fin.
¡El fin es la unión con Dios!
El propósito de este libro no es mostrarle la oración, ni siquiera la experiencia, sino traer a usted al estado cristiano final: la unión con Dios.
Usted recordará que Juan nos dice en Apocalipsis 8,1 que hubo silencio en el cielo. Esta es una ilustración del centro de la parte más recóndita del hombre. En ese lugar todo debe callar y guardar silencio cuando aparece la majestad de Dios.
El esfuerzo del yo debe ser aquietado. ¡Pero aún más! La existencia misma del yo debe quedar destruida.
83
Hay algo en este universo que es exactamente lo opuesto de Dios; es el yo. La actividad del yo es la fuente de toda la naturaleza mala, así como de todas las obras malas del hombre. Por otra parte, la pérdida de la personalidad consciente en el alma incrementa la pureza del alma. ¡De hecho, la pureza del alma crece en una exacta proporción a la pérdida del yo!
Mientras usted se valga de su propia naturaleza en cualquier forma, también seguirán existiendo en usted algunos defectos. Pero después que se aparta de su personalidad consciente, ya no pueden existir defectos, y todo es pureza e inocencia.
Fue la entrada del yo (o personalidad consciente), que se introdujo en el alma como resultado de la caída, lo que estableció una diferencia entre el alma y Dios.
¿Cómo pueden dos cosas tan opuestas como el alma y Dios ser unidas jamás? ¿Cómo pueden la pureza de Dios y la impureza del hombre ser hechas uno? ¿Cómo pueden la simplicidad (o unidad) de Dios y la multiplicidad (interminable veleidad) del hombre fundirse jamás en un elemento?
Ciertamente se requiere muchísimo más que tan sólo los esfuerzos que usted puede hacer.
Entonces, ¿qué se necesita para lograr esa unión? Una manifestación de parte del Dios omnipotente mismo. Sólo esto puede efectuar jamás esa unión.
Para que dos cosas vengan a ser uno, las dos deben tener naturalezas similares. Por ejemplo, no se puede unir la impureza del polvo con la pureza del oro. Se tiene que introducir el fuego para que destruya la escoria y deje puro el oro.
Esto es por qué Dios envía un fuego a la tierra (se lo llama su Sabiduría) para destruir todo lo que es impuro en usted. Nada puede resistir el poder de ese fuego. Ese fuego consume todo. Su Sabiduría quema y elimina todas las impurezas en el hombre, con un propósito: para dejarlo apto para la unión divina.
Esto es por qué Dios envía un fuego a la tierra (se lo llama su Sabiduría) para destruir todo lo que es impuro en usted. Nada puede resistir el poder de ese fuego. Ese fuego consume todo. Su Sabiduría quema y elimina todas las impurezas en el hombre, con un propósito: para dejarlo apto para la unión divina.
Hay impurezas en usted. Más de lo que usted podría concebir jamás. Y son fatales para la unión con Dios. Pero su Señor arde deseando ser uno con usted, de modo que consumirá la escoria. (No se sorprenda cuando esto vaya a suceder realmente.)
¿Cómo se llama esta impureza? Yo (la personalidad consciente). ¡El yo es la fuente de toda contaminación, e impide toda alianza con la Pureza!
Los rayos del sol pueden resplandecer sobre el cieno, pero esos rayos nunca se unirán con el cieno.
Pero hay algo más que el yo, que impide la unión.
Esta cosa llamada actividad es, en sí misma, opuesta a la unión. ¿Por qué? Porque Dios es una infinita quietud. Nuestra alma, si es que ha de ser unida con el Señor, debe participar de su quietud.
La actividad impide la asimilación.
Es por esta razón que nunca podemos llegar a la unión divina, sino sólo inmovilizando la voluntad humana. Usted no puede llegar
a ser nunca uno con Dios, experimentalmente, hasta que se torne tan quieto y puro como cuando fue creado al principio.
Dios desea hacer pura nuestra alma. El la purifica con su Sabiduría, así como un refinador purifica el metal en el horno. El fuego es lo único que puede purificar el oro.
De nuevo, el fuego que nos consume —totalmente— es su suprema sabiduría.
Este fuego consume gradualmente todo lo que es terrenal; saca todo lo que es materia extraña y separa estas cosas del oro.
Parece que el fuego sabe que la mixtura terrenal no puede ser transformada en oro. El fuego debe fundir y disolver esa escoria a la fuerza, para que pueda eliminar del oro toda partícula extraña. Una y otra vez, el oro debe ser echado en el horno, hasta que haya perdido todo vestigio de contaminación. Oh, cuántas veces el oro es lanzado de nuevo en el fuego —muchas más veces que las que parecen necesarias.
Sin embargo, usted puede estar seguro de que el forjador ve impurezas que nadie más puede ver. El oro debe volver al fuego una y otra vez, hasta que se establezca una prueba positiva de que el mismo ya no puede ser purificado más.
Sin embargo, usted puede estar seguro de que el forjador ve impurezas que nadie más puede ver. El oro debe volver al fuego una y otra vez, hasta que se establezca una prueba positiva de que el mismo ya no puede ser purificado más.
Por último, llega el momento en que el orfebre ya no puede ha-llar más mixturas que adulteren el oro. Cuando el fuego ha perfeccionado la pureza —o debiera decir simplicidad— el fuego ya no lo toca más. ¡Si el oro permaneciera en el horno por un eón, su calidad de inmaculado no mejoraría nada ni su substancia disminuiría!
Ahora el oro está listo para la más exquisita labor de artífice. Si en el futuro ese oro llegara a ensuciarse y pareciera perder su belleza, eso no sería más que una impureza accidental que estaría tocando solamente la superficie. Esa suciedad no es ningún impedimento para el uso del vaso de oro. Esas partículas extrañas que se pegan a la superficie, están muy lejos de ser una corrupción allá en lo profundo de la naturaleza oculta del oro.
Sería muy raro el hombre que desechara un vaso de oro puro porque hubiese alguna suciedad exterior en él, prefiriendo algún metal barato tan sólo porque su superficie estuviese bien pulida.
Por favor, no me entienda mal. No estoy justificando el pecado en la vida de una persona que está en unión con Dios. Jamás se me ha ocurrido semejante idea. Aquí me estoy refiriendo tan sólo a defectos naturales; defectos que Dios deja deliberadamente hasta en sus más grandes santos, para guardarlos del orgullo y para guardarlos de la alabanza de los hombres que juzgan sólo por la apariencia exterior.
Dios permite que queden defectos hasta en el más amado de sus santos, para que El pueda guardar de la corrupción a ese santo y "esconderlo en lo secreto de su presencia". (Salmo 31,20)
Sigamos considerando el contraste que hay entre el oro puro y el oro impuro.
¿Ha considerado usted alguna vez que un orfebre nunca mezclaría oro puro y oro impuro? Hay escoria en el oro barato; por tanto, él no permitirá que el mismo se mezcle con su oro purificado, costoso.
¿Entonces, qué hará el orfebre? ¡Después de todo, él quiere mezclar los dos juntos! Lo que debe hacer, es someter al fuego el oro impuro. El hará esto una y otra vez hasta que el oro de calidad inferior llegue a ser tan puro como el oro fino. Entonces, y sólo entonces, unirá, mezclará los dos en uno.
Este mismo pensamiento estaba en la declaración de Pablo:
La obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.
(1 Corintios 3,13)
Después Pablo añadió:
Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.
(1 Corintios 3,15)
Pablo indica que hay obras tan impuras y tan mezcladas, que aun cuando el Señor en su misericordia acepta al hombre, ese hombre tiene que pasar por el fuego para ser purificado del yo.
El mismo sentido se encuentra en Romanos 3,20. Aquí dice que Dios examina y juzga nuestra justicia. Romanos declara que por las obras de la ley nadie será justificado; la justificación es por la justicia de Dios, y la justificación se obtiene por medio de la fe en Jesucristo.
Así que, usted ve, la justicia de Dios y la sabiduría de Dios deben venir como un fuego despiadado y devorador. Ese fuego destruye todo lo que es terrenal. El fuego destruye lo sensual, lo carnal y toda actividad del yo.
Toda esta purificación es necesaria antes de que el alma pueda ser unida a su Dios.
¡Estimado lector, puede estar seguro de que usted nunca estará lo suficientemente motivado como para permitir que este proceso purificador le suceda! Por su naturaleza, el hombre es muy renuente a someterse a semejante transformación. Todos estamos muy enamorados del yo y muy temerosos de su destrucción. Puede estar seguro de que usted nunca consentiría, si no fuera que Dios asumiera actuar en usted. Es El quien viene con poder y autoridad.
Dios debe asumir responsabilidad en introducir al hombre a la unión Consigo mismo.
¿Pero es posible esto? ¿Actuará Dios en el hombre sin consentimiento de él? ¿Es esto un quebrantamiento de los principios divinos, una imposición de Dios sobre el libre albedrío del hombre? Después de todo, la idea del "libre albedrío del hombre" es que el hombre puede resistir la obra de Dios en su vida.
Bueno, retornemos al momento de la conversión de usted. En esa ocasión usted hizo entrega sin reservas de su ser a Dios. Y no sólo eso, sino que usted se rindió a todo lo que Dios quiere para usted. Fue en ese momento mismo que usted dio su consentimiento total a todo lo que Dios pudiera desear requerir de usted.
Oh, es verdad que cuando su Señor empezó realmente a quemar, a destruir y a purificar, usted no reconoció que aquello era la mano del Señor en su vida. Ciertamente no reconoció esa operación como algo bueno. ¡Usted tuvo una impresión muy contraria!
En vez de eso, vio todo ese hermoso oro en usted poniéndose negro en el fuego, más bien que tornándose reluciente como había esperado. Usted se quedó mirando las circunstancias a su alrededor que estaban produciendo toda esa tragedia en su vida. Usted pensó que toda la pureza de su vida se estaba perdiendo.
Si en ese momento el Señor hubiese venido y le hubiese pedido su consentimiento activo, cuando más, usted difícilmente habría podido darlo. Es más probable que no habría podido dar su consentimiento en absoluto.
Sin embargo, hay algo que usted puede hacer en momentos como ése. Puede quedarse firme en un consentimiento pasivo, soportando tan pacientemente como pueda, todo lo que Dios haya introducido en su vida.
¿Qué es lo que estoy diciendo?
Puede ser cierto que no pueda dar su consentimiento activo al Señor en una hora tan tenebrosa y difícil, pero tampoco puede ponerle un impedimento en su camino. Usted no puede decir "sí". Usted no puede decir "no".
¿Qué es lo que puede hacer?
Apremiado entre estos dos puntos, usted descubre que no puede hacer nada. ¡En semejante situación, usted le ha dado al Señor su consentimiento pasivo! ¡Dios no está usurpando nada cuando en tal caso asume pleno poder y dirección total!
¿Puede comprender el procedimiento que tiene lugar?
Usted comienza en el momento de su conversión con la actividad del yo. Pero poco a poco, aunque en forma progresiva, avanza hacia la pasividad. A lo largo del camino entre esos dos puntos, su alma es purificada gradualmente de todos esos movimientos del alma que son tan distinguibles y llenos de tanta variedad.
En este proceso que tiene lugar entre la actividad del yo y la pasividad, usted empieza a reconocer aquellos elementos que lo separan de Dios. (Y las cosas que he mencionado en este capítulo son aquellos elementos que están entre usted y su Centro.) Entonces, al dar usted su consentimiento pasivo al fuego purificador de Dios, El lo lleva, paso a paso, a un estado más y más pasivo.
Su capacidad de hacerse pasivo aumenta gradualmente. Su capacidad de ser pasivo ante Dios y bajo el quebrantamiento de la
cruz (no decir ni un "sí" activo ni un "no" activo a los tratos de El), aumenta de una manera secreta y oculta.
Usted está pasando ahora por la primera etapa de ser atraído dentro de las profundidades de Dios. El lo está conformando a su pureza.
Pero hay dos etapas en el ser atraído por Dios. La segunda etapa es uniformidad con Dios.
Hemos visto que hay un progreso en la primera etapa de ser conformado a Dios. Hay asimismo un progreso en la segunda etapa.
El esfuerzo propio (del yo) disminuye gradualmente. Con el tiempo, cesa del todo. Cuando el esfuerzo propio cesa, su voluntad es pasiva ante Dios.
Usted habrá llegado a la uniformidad.
Esto está más allá del estado pasivo. O al menos es el final definitivo del estado pasivo. Es en este punto que usted empieza a rendirse a los impulsos del Espíritu divino, hasta que queda totalmente absorbido en El. Usted está en total concierto con la voluntad de El en todas las cosas —en todo tiempo.
Esto es unión. Unión divina. El yo ha terminado (ha muerto). La voluntad humana es totalmente pasiva y responde a todo movimiento de la voluntad de Dios.
No es necesario que le advierta: éste es un proceso que, en realidad, toma muchísimo tiempo.
¿Estuvieron implicados la actividad y el esfuerzo a fin de llegar a semejantes profundidades en El Ungido? Sí. La actividad es el portón de entrada. No obstante, usted no debe demorarse a la entrada. De hecho, su mira, su tendencia, deben estar siempre dirigidas hacia un punto: la perfección definitiva.
Sepa usted que todas las "ayudas" y "muletas" deben ser dese-chadas a lo largo del camino, o la meta final no podrá ser alcanzada. Sí, no sólo la naturaleza del yo ha de ser desechada, sino también todas las "ayudas" que le presenté al principio de este libro. Esas son muletas elementales para ayudarlo en su comienzo y en el proceso. Pero finalmente todas las cosas deben ser desechadas cuando alcanzamos las profundidades finales en El Ungido.
Esas ayudas eran muy necesarias a la entrada a este camino, pero más tarde las mismas son realmente perjudiciales. No obstante, algunos creyentes se aferran tercamente a esas muletas.
Esto es lo que hizo que Pablo declarase:
Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús."
(Filipenses 3,13, 14)
Aquí tenemos un viajero. Acaba de salir en un largo viaje. Llega al primer mesón, y se queda allí para siempre. ¿Por qué razón? Es que se le ha dicho que muchos viajeros han venido por
ese camino y han parado en ese mismo mesón; incluso el dueño de la casa permaneció allí una vez.
Por cierto que nuestro viajero parece haber perdido el juicio. ¡Quedarse en el primer mesón por ninguna otra razón que ésta!
¡Oh, alma! Todo lo que se desea para ti es que prosigas hacia el final. Toma la ruta más breve, el camino más fácil. Ahora ha sido trazado para ti. Tan sólo recuerda esto: No te detengas en la primera etapa.
Siga el consejo de Pablo: Déjese guiar por el Espíritu de Dios. (Romanos 8:14) Ese Espíritu lo habrá de conducir infaliblemente al propósito final para el cual su alma fue creada. Ese propósito final es gozarse en Dios.
Deténgase por un momento y vea lo razonable de la senda que tiene delante.
En primer lugar, todos tenemos que admitir que Dios es el Dios Supremo. Entonces, con toda seguridad la bienaventuranza fundamental es la unión con El.
Y todo santo tiene gloria en El, ¿cierto? Con todo, en cada uno de nosotros la gloria es tan diferente. ¿Por qué? La gloria difiere de acuerdo al grado de unión de cada creyente con Dios.
Como hemos visto, el alma no puede alcanzar esta unión por medio del esfuerzo, ni por mera actividad, ni por su propio poder. Esto es porque Dios solo se comunica con el alma del hombre —y El se comunica en proporción a la capacidad de permanecer pasiva que tiene el alma. Una capacidad pasiva grande, noble y amplia coadyuva al Señor en derramarse dentro del alma.
Por otro lado, usted sólo puede ser unido a Dios en simplicidad y pasividad. En lo simple, en que Dios es todo, y en lo pasivo, en que la voluntad humana está acorde con la voluntad divina en todas las cosas.
Esta unión es la hermosura misma. Por lo tanto, se sigue que el camino que lleva a la pasividad —y de allí a Jesucristo— no podría ser nada más que bueno. Este camino es el más libre de peligros, y es el mejor camino.
¿Pero hay peligro en conocer la unión con Dios? Algunos dicen: "Sí", y desalientan aun la idea de ello. Pero ¿habría hecho nuestro Señor esta experiencia, este andar perfecto, este camino necesario, si el mismo fuera peligroso? ¡No!
Tal estado está disponible para todos, y todos pueden recorrer el camino que lleva allá.
Todos los hijos de Dios han sido llamados a gozarse de Dios —un gozo que puede ser conocido tanto en esta vida así como en la vida por venir. Nuestro estado en aquel día será de felicidad eterna en unión con Dios. Nuestro llamamiento en esta vida es el mismo.
Como nos estamos acercando al final de este libro, algunos pensamientos están a la orden.
He estado hablándole a usted de un disfrute de Dios, no de los dones de Dios. Los dones no constituyen la bienaventuranza final.
Los dones no pueden satisfacer su alma ni su espíritu. Su espíritu es tan noble y tan grande, que los más eminentes dones que Dios tiene para dar, no pueden traer felicidad al espíritu... no, a menos que el Dador también se dé a Sí mismo.
Estimado lector, todo el deseo del Ser divino puede ser descrito en una frase: Dios desea darse totalmente a toda criatura que invoca su nombre. Y El hará esto, dándose a cada uno de nosotros de acuerdo con nuestra capacidad individual.
¡Pero, ay! ¡El hombre es una criatura notable! ¡Cuán renuente es a dejarse atraer dentro de Dios! Cuán medroso, cuán notablemente temeroso es para preparase para la unión divina.
Una última palabra.
Es casi seguro que alguien le va a decir que no es correcto que usted se ponga en un estado de unión con Dios.
Estoy totalmente de acuerdo.
Pero añado esta palabra: Nadie puede ponerse en unión con Dios. No sería posible, no importa cuán grande esfuerzo hiciese. La unión del alma con Dios es algo que sólo Dios realiza. Por consiguiente, no tiene sentido hablar contra aquellos que parecen estar tratando de unirse con Dios; semejante unión (Dios con el yo) no es siquiera posible.
Asimismo, usted puede encontrarse con alguien que le diga: "Alguno oirá hablar de esto y alegará haber alcanzado este estado, cuando en realidad no es así." Oh, estimado lector, no se puede imitar este estado más que lo que un hambriento, que está al borde de morir de hambre, pudiera convencerlo de que está saciado.
Un deseo, una palabra, un suspiro, una señal, algo escapará de él inevitablemente, que habrá de traicionar el hecho de que está lejos de estar satisfecho.
Siendo así que nadie puede alcanzar la unión con Dios por sus propios esfuerzos, no pretendemos introducir a nadie en ella. Todo lo que podemos hacer es señalar el camino que eventualmente lleve allí. Oh sí, una cosa más —podemos exhortar al alma que busca, que no se detenga en ningún lado a lo largo del camino.
(Estimado lector, no se acomode en algún punto del camino, ni se quede apegado a las prácticas externas con que comenzó al principio. Todas ellas, tales como orar las Escrituras y contemplar al Señor, deben ser dejadas atrás en el momento que se le dé la señal de hacerlo.)
Uno que tenga experiencia en ayudar a otros sabe que no puede meter a otro cristiano en esta relación con Dios. Todo lo que puede hacer es señalar el agua de vida y prestar ayuda al que busca. Desde luego, sí puede hacer tanto y debe hacer tanto.
Sería cruel mostrarle un manantial a un sediento y luego atarlo de tal manera que no pueda alcanzar la corriente. Algunos hablan de la unión divina, pero nunca le dejan libertad de sus trabas al que busca. Esto sucede, y con el tiempo el pobre santo muere de sed.
Sería cruel mostrarle un manantial a un sediento y luego atarlo de tal manera que no pueda alcanzar la corriente. Algunos hablan de la unión divina, pero nunca le dejan libertad de sus trabas al que busca. Esto sucede, y con el tiempo el pobre santo muere de sed.
Entonces, concordemos en esto: Hay unión divina, y hay un camino para llegar a ella. Este camino tiene un comienzo, un progreso, y un punto de llegada. Además, mientras más cerca llega usted a la consumación, más descarta las cosas que lo ayudaron a comenzar.
Por supuesto, hay también un medio, porque no se puede ir de un principio a un fin sin que haya un espacio intermedio. Pero si el final es bueno, y santo, y necesario, y si el comienzo también es bueno, ¡usted puede estar seguro de que el viaje entre aquellos dos puntos es también bueno!
¡Oh, la ceguera de la mayor parte del género humano que se jacta de la ciencia y de la sabiduría! ¡Cuán cierto es, oh, Dios mío, que has escondido estas cosas maravillosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños!
J.G.
Desde la prisión
Durante la primera encarcelación de Jeanne Guyon en la ciudad de St. Antoine, Francia, algunas de las cartas que le enviaron desde afuera llegaron a sus manos. Se le permitió contestar al menos una porción de esas consultas. Algunas de las cartas que Jeanne Guyon escribió como respuesta sobrevivieron.
Una carta que ella escribió fue en respuesta a la de una mujer que había leído recientemente este mismo libro y le había escrito haciéndole varias preguntas prácticas. La respuesta de Jeanne Guyon ha quedado preservada para nosotros. Es adecuado concluir este libro con excertas tomadas de esa notable carta.
Es un gran placer enterarme de las manifestaciones de la misericordia de Dios para con usted y saber del progreso de su alma en la experiencia espiritual. Quiera Dios completar la obra que El ha comenzado en usted. Estoy segura de que El lo hará, si usted sigue siendo fiel.
¡Oh, la inefable felicidad de pertenecer a Jesucristo! Pertenecer a Jesucristo es el verdadero bálsamo que mitiga todos esos dolores y aflicciones que son tan inseparables de esta vida terrenal.
Trataré de hacer algunas observaciones prácticas.
Cuando esté leyendo, pare de vez en cuando por unos momentos; dedíquese a esperar en Dios y a orar en silencio. Haga esto especialmente cuando haya leído un pasaje que la haya tocado. Deje que la lectura tenga un efecto apropiado. Responda a esa sensación que hay en usted y que ha venido cuando leía el pasaje. Responda al toque de El.
Leer de esta manera la edificará y nutrirá su alma.
Sí, sus partes internas —su alma y su espíritu— necesitan alimento, así como su cuerpo lo necesita. A menos que su alma sea nutrida con algo que la fortalezca, el estado espiritual de su alma simplemente se marchitará y decaerá.
En cuanto a su cuerpo, le recomiendo que no se entregue a infligirle mortificación. Su delicada salud no se lo permite. Si usted tuviese un cuerpo robusto y si usted se dejara dominar por su apetito, probablemente yo la aconsejaría de un modo diferente.
Pero hay una clase de mortificación que sí le recomiendo muy encarecidamente. Mortifique todo aquello que queda de sus afectos y deseos corruptos; mortifique su propia voluntad; mortifique su paladar, su disposición, las cosas a las que se inclina naturalmente; mortifique sus hábitos.
Por ejemplo, aprenda a sufrir con paciencia. Dios enviará un frecuente y probablemente grande sufrimiento en su vida. Esa es su obra; El la ha escogido; acéptela.
Aprenda a sufrir todo lo que le sucede —aun la confusión—, pero aprenda a hacer así por un solo motivo: su amor por Dios. Acepte todo, ya sea mal trato, abandono, o cualquier otra cosa que pueda venirle.
Para resumir lo que estoy diciendo: Usted puede mortificar su ser soportando en todo tiempo, serenamente, todo aquello que frustra su vida natural. Crucifique, haga morir los sentimientos desapacibles que se levantan dentro de usted cuando entran en su vida cosas desagradables. Al hacerlo, póngase en unión con los sufrimientos de El Ungido.
Para resumir lo que estoy diciendo: Usted puede mortificar su ser soportando en todo tiempo, serenamente, todo aquello que frustra su vida natural. Crucifique, haga morir los sentimientos desapacibles que se levantan dentro de usted cuando entran en su vida cosas desagradables. Al hacerlo, póngase en unión con los sufrimientos de El Ungido.
Remedios amargos; sí, cierto. Pero tomándolos, usted honrará la cruz de El.
Usted honra de la forma más especial la obra de la cruz en usted, si muere totalmente a todo lo que es ostentoso y atractivo en cuanto a usted. Pero esta muerte no tiene lugar externamente. La mortificación y la muerte tienen lugar en su experiencia interior.
Aprenda, pues, la lección de hacerse pequeña, de volverse nada. El que ayuna —dejando todas aquellas cosas que su apetito impropiamente desea con vehemencia— buena cosa hace. Pero el creyente que ayuna de sus propios deseos y de su propia voluntad, y se alimenta de la voluntad de Dios solamente, hace mucho mejor. Esto es lo que Pablo llama la circuncisión del corazón.
Por último, me parece que usted no está aún lo suficientemente avanzada en experiencia interior, como para practicar la oración de silencio por un período largo e ininterrumpido. Creo que sería
mejor que usted combinara la oración hablada con la oración de silencio. Formule expresiones tales como éstas a su Señor:
"Oh Dios mío, déjame ser enteramente tuya."
"Déjame amarte puramente por Ti mismo, porque Tú eres infinitamente amable."
"¡Oh Dios mío, sé mi todo! Que todo lo demás sea como nada para mí."
Ofrezca estas y otras palabras semejantes; ofrézcalas desde lo profundo de su corazón. Pero yo creo que esas expresiones deben ser separadas unas de otras por breves intervalos de silencio.
Es de esta manera que usted habrá de formar gradualmente el importante hábito de la oración de silencio.
Tome la Cena del Señor tan a menudo como pueda. Jesucristo, quien está en esa ordenanza, es el pan de vida. El nutre y vivifica nuestra alma.
La recordaré a usted cuando yo adore delante de El.
Quiera El establecer su reino en el corazón de usted y reinar y gobernar en usted.
Jeanne Guyon
Desde la prisión
Epílogo
HISTORIA DE ESTE LIBRO
Este libro tiene una de las más increíbles historias que pueda tener libro alguno que se haya escrito jamás.
Un método de oración hizo su primera aparición en Francia alrededor de 1685. Inmediatamente, Dios lo usó como un instrumento para conmover a los creyentes en toda Francia. La oposición también fue inmediata. ¡Usted tiene en sus manos un libro que ha sido quemado en público!
No obstante, su popularidad siempre ha igualado su oposición. Por ejemplo, un grupo de sacerdotes católico romanos fueron a la ciudad de Dijon, en Francia, donde el Señor estaba tocando muchas vidas por conducto de este libro.
Los sacerdotes, opuestos tanto al libro como a la obra que el Señor estaba haciendo en Dijon, fueron de puerta en puerta y recogieron un total de unos 300 ejemplares, ¡y los quemaron! Trescientos ejemplares de un libro era un notable número de ejemplares que fuera hallado en una ciudad en el siglo diecisiete.
Un francés tomó 1500 ejemplares y los repartió por toda su comunidad. Como resultado, toda la ciudad quedó hondamente afectada.
De entre todos sus escritos, Jeanne Guyon es más recordada por su autobiografía y por esta pequeña obra; pero fue esta obra, ahora intitulada Cómo experimentar las profundidades de Jesucristo, la que provocó que el sistema político y religioso de sus días la emprendiera contra ella.
Junto con un ejemplar del libro intitulado Cantar de los cantares que ella escribió, este libro fue puesto en las manos de Luis XIV, rey de Francia, como evidencia de que ella debía ser arrestada. Después, ante un tribunal religioso, estos escritos fueron citados como la principal evidencia contra ella. Finalmente, basado en este libro, Jeanne Guyon fue denunciada como hereje y encarcelada en la infame Bastilla.
Esa fue la historia de este libro durante la vida de Jeanne Guyon. Pero eso no fue más que un inicio. La historia de los hombres y movimientos sobre los que Jeanne Guyon ha ejercido influencia, llenaría de por sí tomos enteros. Voy a citar algunos casos.
Parece que, poco después de la muerte de Jeanne Guyon, los primitivos cuáqueros comenzaron a usar este libro y, probablemente más que cualquier otra obra literaria en particular, el mismo afectó su movimiento entero. De hecho, aun cuando el movimiento cuáquero tenía más de cien años antes de dar con este libro,
probablemente su autora Jeanne Guyon influyó espiritualmente a los cuáqueros tanto como su fundador George Fox.
Los siguientes creyentes sobre quienes este libro ejerció influencia, fueron Zinzendorf y los Hermanos Moravos.
Todavía más tarde, un hombre joven y diligente llamado John Wes-ley leyó el libro (junto con otras obras de Jeanne Guyon) y quedó profundamente conmovido por su contenido.
La influencia de este libro sobre la vida de Wesley explica en parte su honda devoción y su profundidad espiritual.
El movimiento de ‘Santidad’ de fines del siglo XIX, con su énfasis en la santificación, debe trazar su génesis a través de Wesley a este libro y su autora. El movimiento carismático que comenzó a principios del siglo XX, con su tremendo poder e increíble superficialidad, señaló el fin del activo empuje del movimiento de santidad y del énfasis en la profundidad espiritual entre las muchas ramas del wesleyanismo. De hecho, la idea de las lenguas y de recibir poder ¡desplazó prácticamente todo énfasis en la vida cristiana más profunda en ese movimiento y en muchos otros!
Después, Jesse Penn-Lewis, un dominante personaje espiritual de comienzos de este siglo, fue grandemente influido por las obras de Jeanne Guyon.
Muchos otros grupos y movimientos fueron influidos por los escritos de Jeanne Guyon, pero una de las más grandes influencias que este libro ha tenido nunca, fue durante la década de 1920 en China.
Por ese tiempo este libro alcanzó a un joven destinado por Dios a ser uno de los más conocidos de sus siervos en este siglo. El libro cayó en manos del joven Watchman Nee. Junto con la Autobiografía de Jeanne Guyon, constituyó una de las mayores influencias sobre su vida; y como resultado, el libro llegó a ser una influencia indirecta sobre la vida de muchos de sus colaboradores.
Hubo otros hombres y otros movimientos que fueron afectados por los escritos de Jeanne Guyon, pero creo que usted ve el detalle. El extendido efecto que ha ejercido este libro, llega a ser aún más asombroso cuando usted se da cuenta de que el mismo ha sido —desde su primera edición misma— ¡casi imposible de entender!
Incluso en la versión francesa original, el libro es impreciso y complicado, con un vocabulario al mismo tiempo exigente y no obstante tan obscuro, que leerlo ha sido siempre un estudio frustrante. La traducción al inglés no ayudó nada.
A pesar de todo esto, usted aún tiene en la mano una obra que ha afectado la vida de más cristianos famosos, que quizás ninguna otra obra literaria escrita en los últimos 300 años.
Con el tiempo, como se pudiera esperar, este libro quedó agotado; por más de 50 años ha estado prácticamente olvidado. Durante este tiempo, hasta donde tengo conocimiento al respecto, la única edición disponible que había en circulación era una muy, muy pobre ¡publicada en forma mimeografiada! 94
Si usted cree que exagero al describir la dificultad de entender los escritos de Jeanne Guyon, bien podría tratar de leer el pasaje siguiente:
Do you ask why this course is pursued? The whole object of the way thus far has been to cause the soul to pass from multi-plicity to the distinct sensible without multiplicity; from the distinct sensible to the distinct insensible; then to the sensi-ble indistinct, which is a general delight much less attractive than the other. It is vigorous in the beginning, and introduces the soul into the perceived, which is a purer and less exquisite pleasure than the first; from the perceived, into faith sus-tained and working by love; passing into this way from the sen-sible to the spiritual, and from the spiritual to naked faith, which, causing us to be dead to all spiritual experience makes us die to ourselves and pass into God, that we may live hence-forth from the life of God only.* (Union with God /Unión con Dios/)
Ahora que usted ha leído este párrafo tomado de los escritos de la autora, un párrafo escrito en el estilo muy típico de la pluma de ella, espero que no tenga un concepto demasiado malo de nosotros por haber cambiado la redacción de algunos de los pasajes más imprecisos. Si no hubiésemos hecho así, habría habido poca razón para reimprimir el libro.
La mayor parte de la literatura cristiana verdaderamente útil sobre la experiencia cristiana más profunda, fue escrita después de 1500 y antes de 1800. (Al parecer, se ha escrito muy poco de importancia perdurable, tanto en este siglo como en el anterior.)
Desafortunadamente, alguna de la mejor literatura cristiana sobre la experiencia cristiana más profunda, está aprisionada en el incomprensible lenguaje de siglos pasados. Entre lo mejor de toda esa literatura —y tal vez la más difícil de leer— están las obras de Jeanne Guyon.
En los capítulos uno al cuatro, Jeanne Guyon comparte con el lector una forma única en su género de "orar las Escrituras". Usted encontrará que ésta es una tremenda experiencia.
En años recientes apareció una adaptación de su método, pero al leer este libro usted puede ver que ella nunca tuvo la intención de que alguien se detuviera allí. La autora tenía océanos muchísimo más grandes que usted pudiera descubrir, y nunca tuvo la intención de que usted se quedara en estos bajíos.
Si a Dios así le place y lo permite, esperamos que bien pronto usted tenga la oportunidad de leer, en inglés moderno, otras obras
Dejo sin traducir este párrafo, pues no viene al caso: es una mera mues-tra de cuán enredada era la redacción de la autora (traducida al inglés), que es lo que el editor desea mostrar. (N. del T.)
EL PRESENTE ESTADO DE LA
EXPERIENCIA ESPIRITUAL EN LA IGLESIA
Se ha comprobado que esta era —en la que usted y yo vivimos— es, indiscutiblemente, la época más centrada en las Escrituras desde los días de los fariseos; asimismo ésta rivaliza con la era de ellos ¡por ser una de las que menos ponen de relieve la profundidad espiritual! (Y en nuestros días muchos hombres quedan exactamente tan turbados como quedaban los de aquella época antigua, ¡cuando alguien les señala este hecho!)
Ni es éste el único récord que nuestra era ha establecido. Estamos estableciendo todo un montón de récords. Por ejemplo, hasta hoy el siglo XVI ha tenido en general el trofeo por ser la era financieramente más corrompida de la historia de la iglesia. Aquellos eran los días en que uno podía lograr —por dinero— que sus pecados quedaran borrados directamente de los libros de Dios.
Nosotros no hacemos eso, pero con nuestros envíos por correo en gran escala, nuestros sobres de respuesta comerciales, nuestros folletos a cuatro colores, nuestras fundaciones, nuestras campañas profesionales para levantar fondos, nuestro "vivir por fe", nuestro estado legal exento de impuestos y nuestros sermones sobre mayordomía, muchos ministros del evangelio, para cuando tienen 35 años de edad, llegan a estar entre los mejores promotores y ‘levantadores de fondos’ de los alrededores.
Nosotros no hacemos eso, pero con nuestros envíos por correo en gran escala, nuestros sobres de respuesta comerciales, nuestros folletos a cuatro colores, nuestras fundaciones, nuestras campañas profesionales para levantar fondos, nuestro "vivir por fe", nuestro estado legal exento de impuestos y nuestros sermones sobre mayordomía, muchos ministros del evangelio, para cuando tienen 35 años de edad, llegan a estar entre los mejores promotores y ‘levantadores de fondos’ de los alrededores.
Se puede decir lo mismo con respecto al intelectualismo. Por lo común, el siglo XVIII ha sido considerado como el siglo de los más elevados logros del intelectualismo de la fe cristiana, pero en nuestros días andan en esta tierra más hombres que tienen doctorados en teología que en ninguna otra era.
Descontentos con la profundidad espiritual que este clima intelectual ha producido, estos hombres exclaman diciendo que la solución es tener más, mejor y más elevada educación cristiana. La nuestra es una era de interminables resmas de libros y de artículos escritos, sobre un sinnúmero de variedades de temas, una era que produce hombres que dictan desconcertantes conferencias sobre la doctrina de la oración,
Seed Sowers ha publicado ahora cinco de sus libros (en inglés): Union With 0God /Unión con Dios/, Song of Songs /Cantar de los Cantares/, Guyon Speaks Again /Guyon habla otra vez/, Genesis /Génesis/, Spiritual Torrents /Torrentes espiri-tuales/ y comentarios bíblicos.
y no obstante conocen muy poco de su experiencia más profunda. En general, esta era nunca ha conocido a Jesucristo en forma profunda. Manifestando una mentalidad sofisticada, altanera, estéril e impasible, hemos arrancado de las manos del siglo XVIII el trofeo por la era más intelectual en la historia de la iglesia.
Por lo general, la era que transcurrió entre los años 1100 y 1400, ha sido considerada como la más tenebrosa y más corrompida en la historia de la iglesia, una era en que el papado iba al mejor postor y la iglesia era la fuerza política y financiera más poderosa en la tierra.
Pero vivimos en un tiempo en que muchas iglesias lucen como castillos de historietas. Hoy los siervos de Dios, al considerar la idea del obrero del primer siglo de no poseer nada en toda su vida, pudieran conceptuar esa ideología como extravagante. Son bastante diferentes de sus padres, los cristianos primitivos, que eran los enemigos naturales de su comunidad, que luchaban por el privilegio de vivir su vida entera sin poseer nada más que la ropa que llevaban puesta, y que se gloriaban en morir como pudiera un indigente.
Aquellos de nosotros que estamos sirviendo al Señor a ‘tiempo completo’ en esta era, debemos prepararnos por ser recordados, como un todo, como los hombres más ricos, más comerciales, sofisticados, de mentalidad mundana, materialistas y cómodos de toda la historia de la religión.
Hay un trofeo más que esta era —más que ninguna otra— habrá de ganar (esto es, a menos que tenga lugar un cambio radical muy pronto). En toda época de la historia de la iglesia se han registrado los nombres de unos pocos hombres y mujeres devotos, cuyo distintivo era una tremenda profundidad espiritual y una total entrega devocional. Hubo tales hombres aun durante los días más desolados que la era del oscurantismo presenciara jamás.
En toda época siempre ha habido cuando menos algunos hombres que conocían al Señor en lo recóndito. ¿Habrá de escurrirse nuestra era sin un testimonio semejante? Desde un punto de vista puramente histórico, debemos ser clasificados como los creyentes universalmente más superficiales que hayan cruzado nunca las páginas de la historia de la iglesia.
Es mi estudiada opinión, que alguna generación futura habrá de considerar este siglo como el más tenebroso en la historia de la iglesia, en lo que a profundidad espiritual y experiencia espiritual se refiere —esto es, a menos que algo muy radical llegue a suceder... en breve.
Más corrupta que los tenebrosos días previos a Lutero; más impotentemente intelectual que los días del apogeo del calvinismo; más financieramente pervertida que los días que hicieron que Juan el Bautista explotara; más intoxicada con el anhelo de poder espiritual que ninguna era, no obstante ejerciendo ese poder externo, con menos transformación interna que ninguna desde el rey 97
Saúl; enamorada de los dones, pero conociendo apenas al Dador, esta nuestra era ha producido la gente más comercializada, materialista y aficionada a las novedades, que haya de invocar nunca el nombre del Señor.
¿Es esta evaluación un poco demasiado rigurosa? Voy a responder a esta pregunta señalando un último trofeo que esta era puede ganar: Al parecer estamos más totalmente ciegos a la pérdida de nuestra profundidad espiritual, que todas las demás centurias aglomeradas juntas.
Es verdad que hemos construido más edificios y fundado más organizaciones religiosas que todas las pasadas eras combinadas. Es verdad que el cristianismo de hoy ha ganado más almas a Jesucristo que todas las demás edades combinadas, pero es igualmente tan cierto que esos nuevos convertidos han establecido nuevos récords, en cuanto a la brevedad de tiempo que han seguido o siguen al Señor con una devoción de entrega.
Si la pasada historia de la iglesia nos sirve de alguna guía, podemos esperar con optimismo alguna clase de cambio radical. ¡La profundidad espiritual debe volver! Y no puedo pensar en nadie más idóneo que capte nuestra atención, derrita nuestro corazón y nos introduzca a algunas de las profundidades de El Ungido, que la señora que escribió este pequeño libro.
Ojalá que Dios considere conveniente bendecirnos así en una era de semejante superficialidad espiritual.
EL FUTURO DE ESTE LIBRO
Parece haber una renovación de interés en cuanto a la vida de Jeanne Guyon. Si es así, confío en que un día los católicos romanos le habrán de echar un nuevo vistazo a una de sus hijas más distinguidas.
Con frecuencia Roma ha ajusticiado a sus siervos y más tarde ha dado vuelta y los ha canonizado. El catolicismo romano nunca ha producido, según sus normas, una mujer más idónea para ser canonizada que Jeanne Guyon.
Con frecuencia Roma ha ajusticiado a sus siervos y más tarde ha dado vuelta y los ha canonizado. El catolicismo romano nunca ha producido, según sus normas, una mujer más idónea para ser canonizada que Jeanne Guyon.
Mientras estamos con el tema de la iglesia católica romana, yo quisiera hacer esta observación: Es asombroso que el catolicismo romano, que tiene tanto de sus tradiciones, rituales y enseñanzas enraizado en el paganismo, ¡haya producido constantemente más seguidores devotos de Jesucristo que nosotros los protestantes! ¡Consistentemente los cristianos más profundos de la historia de la iglesia no han sido protestantes!
Los católicos clasifican en segundo lugar, los protestantes en tercer lugar en dar a la historia de la iglesia sus cristianos más profundos, y en ilustrar la vida cristiana más profunda y un amor apasionado y torrencial por el Señor Jesucristo.
¿Quiénes clasifican en primer lugar? Si miramos atentamente, encontraremos esparcidos a lo largo de todos los siglos de la
historia de la iglesia, pequeños grupos de cristianos —ni católicos ni protestantes— que han llevado la marca de este abandono.*
Probablemente este libro habrá de encontrar una calurosa recepción en los tres grupos. De hecho, el mismo corre el peligro de ser tan bien recibido, que no vaya a tener la disciplinada atención que requiere.
Hay un vasto auditorio cristiano que literalmente devora toda literatura ‘devocional’, tan rápido como la misma puede salir de la prensa. Tengo la impresión de que muchos cristianos habrán de encontrar aquí meramente un libro devocional más para leer, para contemplar, para aplicarlo por unos días, y después dejarlo de lado.
Luego están aquellos que habrán de convertir el contenido de este libro en una serie de sermones sobre la oración.
Este tesoro revolucionario merece un destino mejor.
todo, hay algunos lectores que habrán de reconocer la índole única en su género de este libro y la profundidad espiritual de su autora. Estos son los cristianos que habrán de tomar el sendero señalado por este libro y beber a fondo de una gran aventura interna. Para tales lectores, está esperando el más maravilloso, precioso y, probablemente, el más inesperado descubrimiento que hayan de conocer nunca: las inagotables riquezas que se hallan en encontrarse con Jesucristo.
Si ocurre que usted cae en esta categoría, quisiera expresar una inquietud. Tengo la impresión de que el Señor desearía muchísimo haber pasado ya de este asunto de que cristianos aislados sean aisladamente bendecidos y ‘profundizados en El Ungido’.
Tengo la esperanza de que muy pronto nosotros los cristianos habremos pasado de estar sentados en casa, como avaros espirituales, atesorando profundas experiencias con El Ungido... y, en vez, avancemos hacia una más corporativa aventura de la vida cristiana más profunda.
Esto nos trae a otra categoría de cristianos, y es para usted, en primer lugar, que este libro ha sido publicado. Es usted, más que todos los demás, quien espero que habrá de asir este libro, sin soltarlo hasta que todo su contenido se haya tornado en realidad.
¿A quiénes les estoy hablando?
A aquellos que tengan valor para emprender la gran pero terriblemente peligrosa aventura de restablecer la vida eclesial.
Permítame explicar esto.
Algunos de estos grupos, que no han sido ni protestantes ni católicos y que han aparecido a lo largo de los siglos como puros y fieles seguidores de Jesucristo, son los cátaros, los priscilianistas, los paulicianos, los bogomilos, los valdenses y albigenses, los lolardos, los unitas frátrum, los moravos y los hermanos. Tal vez usted quiera leer The Torch of the Testimony (La antorcha del testimonio), que narra la historia de esta gente.
LA CUESTION DE ESTA ERA
Cierta vez Jeanne Guyon hizo la observación de que en cada era Dios promueve una cuestión espiritual. Durante la vida del Apóstol Pablo ésa fue "obras y fe". Desde entonces cada era ha tenido también su controversia; y en cada era desde Constantino, nuestro Dios ha emprendido el restablecimiento de aquellas preciosas experiencias de la iglesia primitiva que se habían perdido. En la propia era de Jeanne Guyon, Dios la usó para promover la cuestión de que El Ungido mora dentro de nosotros. Esto es, que el Señor está dentro de usted —obrando desde adentro hacia afuera— a fin de que pueda conocerlo y experimentarlo viviendo en esa cámara interna donde El mora. (¡Aún haría una buena cuestión hoy día!) Ella suscitó la realidad de El Ungido interior.
Pero Dios no cesó de suscitar cuestiones al terminar el siglo XVII. Aún suscita otras cuestiones; El es un Dios restaurador.
¿Hay una cuestión espiritual en nuestra era?
Bueno, si no hay, ¡debe haber! Si en nuestros días miles y miles de hombres y mujeres comenzaran a experimentar las profundidades de Jesucristo de una manera real y transformadora, simplemente no habría lugar en que su experiencia encajara en los ritos actuales del cristianismo, sean formas protestantes o católicas.
Al presente, ninguno de los dos movimientos está estructurado como para contener una multitud de personas devotas que anden en profundidades espirituales. O, para decirlo de otro modo, ambos movimientos están estructurados hacia otros énfasis; son, por su naturaleza, estructuras que impiden los torrentes de amor desatado destinados a ser derramados en Dios.
¡El elemento mismo, el alma misma, la composición y estructura mismas del protestantismo y del catolicismo de hoy, frustran un profundo encuentro con el Dios viviente!
Al presente, ninguno de los dos movimientos está estructurado como para contener una multitud de personas devotas que anden en profundidades espirituales. O, para decirlo de otro modo, ambos movimientos están estructurados hacia otros énfasis; son, por su naturaleza, estructuras que impiden los torrentes de amor desatado destinados a ser derramados en Dios.
¡El elemento mismo, el alma misma, la composición y estructura mismas del protestantismo y del catolicismo de hoy, frustran un profundo encuentro con el Dios viviente!
Cuando se visualiza un pueblo que ama a Jesucristo apasionadamente, que está totalmente entregado a El, un pueblo que lo conoce bien y no conoce nada más en la tierra que a El, ¿viene a la mente un servicio eclesial matutino dominical? Un pueblo así, como el que acabo de describir, simplemente no puede encajar —en cualquier caso, no por mucho tiempo— en el molde estructurado del cristianismo de línea tradicional.
Un reavivamiento de experimentar a Jesucristo en forma profunda, habrá de resultar naturalmente en desear con ansia esa cosa indefinible a veces llamada ‘vida eclesial’.
¿Qué es ‘vida eclesial’?
No sé cómo dar una definición, pero es la iglesia gloriosa, sorprendente, que todo lo consume; la iglesia celosa, que devora nuestra vida entera; la iglesia magnética, que reclama todo momento de nuestro ser; la iglesia viviente y libre; la iglesia alada en pleno vuelo. No un lugar, sino un pueblo —que vive en los lugares celestiales, constantemente consumido para Ely ciego para todo lo demás.
¡La iglesia, como era en otro tiempo, así debe ser, puede ser, habrá de ser! Una desposada —apasionada, que vive cortejando y locamente enamorada de su Señor y de su Amor. ¡Un pueblo que lo conoce y lo experimenta —a El!
No sé cómo dar una definición, pero es la iglesia gloriosa, sorprendente, que todo lo consume; la iglesia celosa, que devora nuestra vida entera; la iglesia magnética, que reclama todo momento de nuestro ser; la iglesia viviente y libre; la iglesia alada en pleno vuelo. No un lugar, sino un pueblo —que vive en los lugares celestiales, constantemente consumido para Ely ciego para todo lo demás.
¡La iglesia, como era en otro tiempo, así debe ser, puede ser, habrá de ser! Una desposada —apasionada, que vive cortejando y locamente enamorada de su Señor y de su Amor. ¡Un pueblo que lo conoce y lo experimenta —a El!
Considere esto, estimado lector: Jesucristo lo ama a usted. El lo salvó. Usted lo ama. Esta es la razón de por qué está leyendo este libro: para conocerlo mejor. Usted, como individuo, desea conocerlo. Pero nunca fue el propósito de Dios que usted lo siguiera solitariamente, como un individuo.
Recuerde usted que la mitad del Nuevo Testamento está escrita ¡a iglesias, no a individuos! (Dejando a un lado las cuatro biografías del Señor, casi todo el Nuevo Testamento está dirigido a iglesias. Iglesias: vibrantes, libres, sueltas.
Iglesias que se reunían en hogares, cuyo pueblo compartía la vida uno del otro y amaba uno al otro —y a su Señor— indescriptiblemente.)
Aquellas iglesias eran increíbles —no tanto en estar libres de problemas, o en ser moralmente perfectas, sino en su diario, corporativo seguimiento y experiencia de Jesucristo, en el consumado gozo de conocerlo juntos, a diario, constantemente.
¡Que esto llegue a ser la cuestión de la era de alguien! Sí, la cuestión del restablecimiento de la experiencia de esa hermosa cosa llamada la iglesia.
Usted y yo no tenemos alternativa si sondeamos las infinitas profundidades de Jesucristo; más tarde o más temprano habremos de ser conducidos a la cuestión de la vida de la iglesia.
El deseo primordial de Dios no es que usted llegue a ser rico y feliz, o que tenga una pulcra vida devocional, o un millar de otras cosas en que pudiera pensar. Vuelva a leer las Escrituras. La pasión, la centralidad de ellas es El Ungido y la iglesia. Usted y yo no podemos llegar a conocer a Jesucristo como debemos conocerlo, sin conocer también la experiencia viviente de la iglesia.
No podemos tener salvación sin un Jesucristo viviente. No podemos captar el cumplido propósito de la vida cristiana más profunda, sin una experiencia viva de El Ungido y un andar viviente dentro de la experiencia de la vida eclesial.
Simplemente Dios estableció su grandioso designio con Jesucristo y la iglesia como el centro. El hizo que esto sea la naturaleza misma de las cosas.
Usted puede impugnarlo si quiere, pero no puede rebatirlo; Dios hizo que Jesucristo y la iglesia sean centrales. Este hecho se encuentra en el mismísimo torrente circulatorio del universo.
Usted puede probar algún otro enfoque, pero no habrá de funcionar. Porque estará procediendo contra los designios de Dios. El Ungido y la iglesia constituyen la suma total de los designios de Dios. El universo fluye en esa dirección; cualquier otra vía es contracorriente.
Usted necesita a Jesucristo —no en su mente, sino en un encuentro consumidor. Usted necesita la iglesia —no como un edificio de piedra, sino como la experiencia misma de todo su día, de todo su tiempo, de toda su vida, minuto a minuto.
De modo que, estimado lector, este libro se publica para todo el pueblo de Dios, pero esta vez se publica principalmente para aquellos que desean experimentar las profundidades de que habla el mismo, en el contexto de la vida de la iglesia.
Será solamente el cristiano que se sitúa en la atmósfera de la vida eclesial, quien habrá de conocer la plenitud de las profundidades de Jesucristo. Tal parece que el Señor hizo las cosas de tal manera que su plenitud sea conocida tan sólo allí.
El Antiguo Testamento dijo todo acerca de El Ungido, pero cuando los hombres de aquel entonces leían el Antiguo Testamento, ellos no lo veían allí. Dios es así. El guarda su suprema revelación ligeramente encubierta. ¿Por qué? Para que los hombres no la huellen bajo sus pies.
¡Pero entonces un día Jesucristo vino! De repente Dios levantó el velo. ¡Los hombres podían tornarse al Antiguo Testamento y ver tan fácilmente a Jesucristo a todo lo largo y ancho del mismo! Pero al propio tiempo que Dios levantó el velo de lo antiguo, ¡hizo algo más!
Puso un velo sobre lo nuevo. Mientras El Ungido vivió en la tierra, los hombres que lo escuchaban no podían captar el pleno significado de sus palabras. Jesucristo estaba encubierto a todos, menos a su puñado de discípulos (e incluso sus propios discípulos no lo entendieron plenamente hasta que su Señor vino a estar en ellos).
Desde los días de Constantino (325 d. de C.), se ha perdido una gran parte del propósito original de Dios. Desde la Reforma, desde Lutero, Dios ha venido restableciendo aquellas cosas, pero El sigue el principio de encubrir su presente obra en la tierra. En tanto que levanta el velo de sobre la última cosa que ha restablecido, se vuelve y encubre su actividad novísima. El hace eso para impedir que las cosas que son valiosas para El vayan a ser depreciadas.
Por ejemplo, se nos dice que el 80 por ciento de todas las enseñanzas evangélicas y fundamentales de nuestros días vinieron del movimiento de los Hermanos Plymouth (Hermanos Libres) de principios del siglo XIX. Esto parece ser un hecho histórico establecido. ¡Pero nadie podría haber convencido nunca de esto a los teólogos de esos primeros años del siglo XIX!
No fue sino hasta mediados de ese siglo que la corriente principal del cristianismo comenzó a leer los escritos de los Hermanos y, finalmente, se dio cuenta de la riqueza que había allí. Inmediatamente los ministros empezaron a preparar sermones basados en lo que leían en los escritos de los Hermanos. Las congregaciones que se reunían los domingos en la mañana quedaron muy impresionadas. Pero la estructura no pudo manejar todo lo que los Hermanos habían dicho. Lo que ellos enseñaron, había que diluirlo un poco para que correspondiera.
El problema fue resuelto en forma muy fácil; simplemente se dejó fuera el punto principal. (Ahora usted comprende por qué Dios
encubrió por una generación entera su obra que El realizó entre los Hermanos.)
Pero, como quiera que sea, ¿por qué Dios permitió jamás que la obra de los Hermanos llegara al conocimiento público? ¿Por qué El permitió realmente que la maravillosa percepción y experiencia de ellos se tornaran triviales y diluidas?
Parece que cuando el mensaje de los Hermanos pasó a ser un buen material de prédica para los sermones de los domingos en la mañana, su más importante contribución a la historia de la iglesia empezó a terminar.
Parece que cuando el mensaje de los Hermanos pasó a ser un buen material de prédica para los sermones de los domingos en la mañana, su más importante contribución a la historia de la iglesia empezó a terminar.
¿Pero, por qué? Porque Dios había avanzado. Había continuado haciendo su obra, dejando a los Hermanos como una de sus pasadas obras. Dios había avanzado para hacer una nueva obra de restablecimiento en algún otro lugar, una obra más profunda, una obra encubierta de la visión plena.
Desde entonces el Señor ha continuado haciendo su obra, pasando por varios movimientos cristianos.
Lo que está encubierto en una generación, se predica en los sermones dominicales durante la siguiente generación. Luego el Señor avanza, dando a una nueva obra la percepción original de la primera y añadiendo algo a esa revelación... dándoles nuevos ámbitos enteros que descubrir, experimentar y restablecer.
Hoy muchos ministros en toda la tierra están proclamando cosas reveladas a pequeños grupos oscuros de la pasada generación.
(Asimismo, muchos ministros de hoy día están trayendo impresionantes mensajes respecto de cosas acerca de las cuales no saben absolutamente nada, y que no han experimentado nunca. En esencia, están repitiendo lo que han leído en libros. Y la gente sentada en las bancas queda muy impresionada. Pero, por supuesto, lo incisivo de todo ello se ha dejado fuera.)
No se lamente usted ni llore. Eso está bien. ¡En algún lugar en la tierra, hoy, nuestro Dios está pasando a una revelación superior y a nuevos altiplanos de restauración!
Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo eso con este libro?
Simplemente esto: Por aproximadamente 300 años el contenido de este libro estuvo impedido de alcanzar la generalidad del público lector. ¿Por qué?
Yo creo que, probablemente, porque el mismo contiene algunas de las más elevadas percepciones y más profundas revelaciones de los secretos de experimentar a Jesucristo que hayan sido registradas jamás en el papel. Pero por 300 años —a causa del oscuro lenguaje en que estaba escrito— Dios permitió que este libro pasara a través de la historia parcialmente oculto a la vista.
¡Esto es absolutamente un cumplido para la autora y para el libro! Es casi como que Dios ha tenido que esperar aproximadamente 300 años antes de abrirlo para el público en general, porque no ha habido nada más profundo y más rico para sucederlo.
Ahora este libro sale al público. Como libro, tiene muy pocos iguales —si acaso alguno. ¡Pero en alguna parte Dios ha continuado
obrando! Su revelación de cómo experimentar a su Hijo se ha ampliado una vez más; se han abierto nuevos ámbitos. Este libro aún no tiene igual, pero la experiencia que se registra aquí no es donde Dios ha reposado. En alguna parte allá afuera nuestro Señor está preparado para avanzar más adentro y más arriba.
COMO USAR ESTE LIBRO
¿Cuál es la mejor forma de usar este libro? La mejor forma es dedicarle una buena porción de su tiempo.
Una palabra más. Yo le recomendaría encarecidamente que en años por venir usted vuelva a este libro una y otra vez. Su mensaje se agranda mientras más madura usted en El Ungido.
El mensaje de este libro lo captará a los 20 años de edad; lo conmoverá a los 30; lo quebrantará a los 40, y seguirá llamándolo a penetrar aún más hondamente en El Ungido en los años subsiguientes.
Retorne una y otra vez a él.
La primera vez que este libro cayó en mis manos, fue en forma de una edición mimeografiada muy chapucera. Quienquiera fuera el que preparó aquella simple edición, había añadido un prefacio. Aún recuerdo la esencia de las palabras iniciales del mismo. Concluiré este epílogo con aquellas palabras. Decían más o menos así:
El hecho de que este pequeño libro haya caído en sus manos, es indicio de que Dios desea hacer una obra especial en su corazón.
ResponderEliminarEl mensaje de este libro lo captará a los 20 años de edad; lo conmoverá a los 30; lo quebrantará a los 40, y seguirá llamándolo a penetrar aún más hondamente en El Ungido en los años subsiguientes.
Retorne una y otra vez a él.
La primera vez que este libro cayó en mis manos, fue en forma de una edición mimeografiada muy chapucera. Quienquiera fuera el que preparó aquella simple edición, había añadido un prefacio. Aún recuerdo la esencia de las palabras iniciales del mismo. Concluiré este epílogo con aquellas palabras. Decían más o menos así:
El hecho de que este pequeño libro haya caído en sus manos, es indicio de que Dios desea hacer una obra especial en su corazón.