Una dimensión sine qua non para inaugurar una nueva alianza con la Tierra reside en el rescate de la dimensión de lo sagrado. Sin lo sagrado la afirmación de la dignitas Terrae y de sus derechos solamente es una retórica sin efecto. Lo sagrado es una experiencia fundadora. Subyace a las experiencias que dieron origen a las religiones y a las culturas humanas.
Los últimos siglos se vienen caracterizando por una sistemática intervención en los ritmos de la naturaleza hasta el punto de quedar sordos a la musicalidad de los seres y ciegos ante la grandeza del cielo estrellado. Con ello perdemos la experiencia de lo sagrado del universo. En su lugar ha empezado a prevalecer una vasta profanidad que reduce el universo a una realidad inerte, mecánica y matemática y la Tierra a un simple almacén de recursos entregados a la disponibilidad humana. Se ha quitado la palabra a todas las cosas para que sólo imperase la palabra humana.
Si no conseguimos rescatar lo sagrado, difícilmente garantizaremos el respeto a la Tierra y a los demás seres que poseen un valor intrínseco. La ecología se transformará en una simple técnica para administrar la voracidad humana pero jamás para superarla. La pretendida nueva alianza significará solamente una tregua para que la Tierra se rehaga de las llagas recibidas, y para recibir otras inmediatamente después, porque el modelo de relaciones agresivas no ha cambiado ni se ha transformado nuestra actitud básica de ausencia de respeto y de sacralidad.
Antes de cualquier otra cosa, es necesario que nos reencantemos con el universo. Esto lo expresó muy bien el astronauta norteamericano Edgar D. Mitchell en 1971 a bordo del Apolo 14 camino a la Luna. Exclamaba boquiaberto: «Desde aquí, a miles de millas de distancia, la Tierra muestra la increíble belleza de una joya espléndida de color azul y blanco, fluctuando en el vasto cielo oscuro. Cabe en la palma de mi mano. Ahí está todo lo que es sagrado y amado por nosotros».
¿Qué es lo sagrado? No es una cosa. Es una cualidad de las cosas, que de forma envolvente nos toma totalmente, nos fascina, habla a lo profundo de nuestro ser y nos da la experiencia inmediata de respeto, de temor y de veneración.
Rudolf Otto, un clásico estudioso del fenómeno en Lo Sagrado (das Heilige), describe en dos palabras-clave la experiencia de lo sagrado: lo tremendum y lo fascinosum. Lo tremendum es aquello que nos hace temblar por su magnitud y porque desborda nuestra capacidad de soportar su presencia. Ésta nos hace huir debido a su intensidad arrasadora. Y al mismo tiempo es fascinosum, es decir, aquello que nos fascina, nos arrastra como um imán irreprimible porque nos concierne absolutamente. Lo sagrado es como el sol: su luz nos arrebata y nos llena de entusiasmo (fascinosum), y a la vez nos obliga a desviar la mirada porque nos puede cegar y quemar (tremendum).
Es esa experiencia ambivalente la que los seres humanos originarios tuvieron y que todavía podemos tener nosotros en contacto con el cosmos, con la Tierra, con la vida, con las personas carismáticas, con la atracción amorosa entre un hombre y una mujer. Sintieron comunicarse en estas realidades una fuerza irresistible, expresada clásicamente por la palabra melanesia de mana o por el axé de las religiones afro. Potencialmente todas las cosas son portadores de mana o de axé. Son por excelencia la revelación de lo sagrado, su epifanía y diafanía.
Por debajo de todo opera, como nos dicen los modernos cosmólogos, la Energía fontal, el Abismo generador de todas las cosas, el Spíritus Creator. Lo sagrado irrumpe en nosotros cuando internalizamos la visión contemporánea del universo en evolución y en cosmogénesis. No basta esta cosmovisión que podemos encontrar en Google. Lo que necesitamos es una conmoción y una experiencia de choque. Necesitamos sentirnos dentro de estos conocimientos sobre el cosmos, la Tierra y la naturaleza porque son conocimientos sobre nosotros mismos, sobre nuestra ancestralidad y sobre nuestra realidad más profunda. Tales conmociones son las que modifican nuestras vidas.
Cómo no extasiarse ante la inmensidad de energia lanzada en la singularidad del big bang, en la formación del campo de Higgs, que permitió conferir masa a las partículas originarias, la formación de las nubes de gases que dieron lugar a la primera generación de estrellas, que después de explotar dieron origen a las galaxias, las estrellas, los planetas y a nosotros mismos. Es lo fascinosum.
¿Qué existe más tremendo y misterioso que la masiva destrucción de la materia inicial por la anti-materia dejando apenas un remanente de una milmillonésima parte, de la cual se origina todo el universo y nosotros mismos? Aquí lo tremendum se asocia a lo fascinosum. Y podríamos enumerar otras tantas experiencias.
Todas ellas nos colocan delante de una realidad cuya mejor forma de abordarla es a través de la teoría de la complejidad por la cual los contrarios se hacen complementarios, y nos lleva a aceptar que somos parte y parcela de este Todo. Sólo nos integramos y nos sentimos en casa cuando nos asociamos a esta sinfonía y disfonía, cuando comprendemos que el bombo convive con el violín, cuando usamos nuestra creatividad para actuar con la naturaleza y nunca contra ella o a contracorriente de ella.
Este sentido de lo sagrado así asumido nos hace regresar de nuestro exilio y despertar de nuestra alienación. Nos introduce en la Casa que habíamos abandonado. Solamente una relación personal con la Tierra nos lleva a amarla. Y lo que amamos no lo explotamos sino que lo respetamos y veneramos. Ahora podrá comenzar una nueva era, no de tregua, sino de paz perpetua (Kant) y de verdadera religación de todo con todo.
Los últimos siglos se vienen caracterizando por una sistemática intervención en los ritmos de la naturaleza hasta el punto de quedar sordos a la musicalidad de los seres y ciegos ante la grandeza del cielo estrellado. Con ello perdemos la experiencia de lo sagrado del universo. En su lugar ha empezado a prevalecer una vasta profanidad que reduce el universo a una realidad inerte, mecánica y matemática y la Tierra a un simple almacén de recursos entregados a la disponibilidad humana. Se ha quitado la palabra a todas las cosas para que sólo imperase la palabra humana.
Si no conseguimos rescatar lo sagrado, difícilmente garantizaremos el respeto a la Tierra y a los demás seres que poseen un valor intrínseco. La ecología se transformará en una simple técnica para administrar la voracidad humana pero jamás para superarla. La pretendida nueva alianza significará solamente una tregua para que la Tierra se rehaga de las llagas recibidas, y para recibir otras inmediatamente después, porque el modelo de relaciones agresivas no ha cambiado ni se ha transformado nuestra actitud básica de ausencia de respeto y de sacralidad.
Antes de cualquier otra cosa, es necesario que nos reencantemos con el universo. Esto lo expresó muy bien el astronauta norteamericano Edgar D. Mitchell en 1971 a bordo del Apolo 14 camino a la Luna. Exclamaba boquiaberto: «Desde aquí, a miles de millas de distancia, la Tierra muestra la increíble belleza de una joya espléndida de color azul y blanco, fluctuando en el vasto cielo oscuro. Cabe en la palma de mi mano. Ahí está todo lo que es sagrado y amado por nosotros».
¿Qué es lo sagrado? No es una cosa. Es una cualidad de las cosas, que de forma envolvente nos toma totalmente, nos fascina, habla a lo profundo de nuestro ser y nos da la experiencia inmediata de respeto, de temor y de veneración.
Rudolf Otto, un clásico estudioso del fenómeno en Lo Sagrado (das Heilige), describe en dos palabras-clave la experiencia de lo sagrado: lo tremendum y lo fascinosum. Lo tremendum es aquello que nos hace temblar por su magnitud y porque desborda nuestra capacidad de soportar su presencia. Ésta nos hace huir debido a su intensidad arrasadora. Y al mismo tiempo es fascinosum, es decir, aquello que nos fascina, nos arrastra como um imán irreprimible porque nos concierne absolutamente. Lo sagrado es como el sol: su luz nos arrebata y nos llena de entusiasmo (fascinosum), y a la vez nos obliga a desviar la mirada porque nos puede cegar y quemar (tremendum).
Es esa experiencia ambivalente la que los seres humanos originarios tuvieron y que todavía podemos tener nosotros en contacto con el cosmos, con la Tierra, con la vida, con las personas carismáticas, con la atracción amorosa entre un hombre y una mujer. Sintieron comunicarse en estas realidades una fuerza irresistible, expresada clásicamente por la palabra melanesia de mana o por el axé de las religiones afro. Potencialmente todas las cosas son portadores de mana o de axé. Son por excelencia la revelación de lo sagrado, su epifanía y diafanía.
Por debajo de todo opera, como nos dicen los modernos cosmólogos, la Energía fontal, el Abismo generador de todas las cosas, el Spíritus Creator. Lo sagrado irrumpe en nosotros cuando internalizamos la visión contemporánea del universo en evolución y en cosmogénesis. No basta esta cosmovisión que podemos encontrar en Google. Lo que necesitamos es una conmoción y una experiencia de choque. Necesitamos sentirnos dentro de estos conocimientos sobre el cosmos, la Tierra y la naturaleza porque son conocimientos sobre nosotros mismos, sobre nuestra ancestralidad y sobre nuestra realidad más profunda. Tales conmociones son las que modifican nuestras vidas.
Cómo no extasiarse ante la inmensidad de energia lanzada en la singularidad del big bang, en la formación del campo de Higgs, que permitió conferir masa a las partículas originarias, la formación de las nubes de gases que dieron lugar a la primera generación de estrellas, que después de explotar dieron origen a las galaxias, las estrellas, los planetas y a nosotros mismos. Es lo fascinosum.
¿Qué existe más tremendo y misterioso que la masiva destrucción de la materia inicial por la anti-materia dejando apenas un remanente de una milmillonésima parte, de la cual se origina todo el universo y nosotros mismos? Aquí lo tremendum se asocia a lo fascinosum. Y podríamos enumerar otras tantas experiencias.
Todas ellas nos colocan delante de una realidad cuya mejor forma de abordarla es a través de la teoría de la complejidad por la cual los contrarios se hacen complementarios, y nos lleva a aceptar que somos parte y parcela de este Todo. Sólo nos integramos y nos sentimos en casa cuando nos asociamos a esta sinfonía y disfonía, cuando comprendemos que el bombo convive con el violín, cuando usamos nuestra creatividad para actuar con la naturaleza y nunca contra ella o a contracorriente de ella.
Este sentido de lo sagrado así asumido nos hace regresar de nuestro exilio y despertar de nuestra alienación. Nos introduce en la Casa que habíamos abandonado. Solamente una relación personal con la Tierra nos lleva a amarla. Y lo que amamos no lo explotamos sino que lo respetamos y veneramos. Ahora podrá comenzar una nueva era, no de tregua, sino de paz perpetua (Kant) y de verdadera religación de todo con todo.
Este sentido de lo sagrado así asumido nos hace regresar de nuestro exilio y despertar de nuestra alienación. Nos introduce en la Casa que habíamos abandonado. Solamente una relación personal con la Tierra nos lleva a amarla. Y lo que amamos no lo explotamos sino que lo respetamos y veneramos. Ahora podrá comenzar una nueva era, no de tregua, sino de paz perpetua (Kant) y de verdadera religación de todo con todo.
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