Texto del
Evangelio (Jn 15,9-11): En
aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de
mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en
vosotros, y vuestro gozo sea colmado».
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«Como el
Padre me amó, yo también os he amado a vosotros»
Hoy escuchamos nuevamente la íntima confidencia que Jesús nos hizo el Jueves
Santo: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros» (Jn 15,9). El
amor del Padre al Hijo es inmenso, tierno, entrañable. Lo leemos en el libro de
los Proverbios, cuando afirma que, mucho antes de comenzar las obras, «yo
estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su
presencia en todo tiempo» (Prov 8,30). Así nos ama a nosotros y, anunciándolo
proféticamente en el mismo libro, añade que «jugando por el orbe de su tierra,
mis delicias están con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).
El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está
conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn
8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú
eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el
Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7).
Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en
su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el
ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él».
Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo—
incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no
permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna
vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver
corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de
la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he
amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y
vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11).
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