sábado, 21 de noviembre de 2015

Al tomar sobre sí los males de nuestra debilidad, nos mostró los bienes de su poder y claridad.


Cristo se hizo carne para hacernos a nosotros espirituales

Es bueno considerar quiénes somos los que reflexionamos sobre estos temas. No hay duda de que venimos de la gentilidad, y no es menos cierto que nuestros antepasados adoraron al leño y a la piedra. ¿De dónde, pues, nos viene a nosotros la posibilidad de explorar aquellos misterios del profeta Ezequiel, tan profundos que ni siquiera los hebreos han conseguido hasta la fecha explicar? Demos, pues, gracias al único que llevó a la práctica todo cuanto de él estaba escrito en la sagrada Escritura, de modo que lo que no era posible entender con la simple escucha, quedase patente a los testigos oculares.

Allí, efectivamente, se contiene la encarnación, allí la pasión, la resurrección y la ascensión de Cristo. Pero, ¿quién de nosotros hubiera dado fe a estas cosas por el simple testimonio del oído, si no le constase de su realización? El león de la tribu de Judá abrió, pues, el rollo sellado, como leemos en el Apocalipsis de Juan, rollo que nadie podía abrir y ver su contenido, porque en su pasión y resurrección nos reveló todos sus misterios. Y al tomar sobre sí los males de nuestra debilidad, nos mostró los bienes de su poder y claridad.

En efecto, él se hizo carne para hacernos a nosotros espirituales, en su bondad se rebajó para enaltecernos, salió para hacernos entrar, apareció visible para mostrarnos lo invisible, aguantó la flagelación para sanarnos, soportó los ultrajes y las burlas para liberarnos del eterno oprobio, murió para darnos la vida. Demos, pues, gracias al muerto y dador de vida, y tanto más dador de vida cuanto que fue muerto. Por eso, Isaías, que había contemplado claramente nuestra salvación y su pasión, dice: El Señor se alzará para ejecutar su obra, obra extraña; para cumplir su tarea, tarea inaudita.

Ahora bien, la obra de Dios es reunir las almas que él creó y conducirlas a los goces de la luz eterna. En cambio, ser flagelado, cubierto de salivazos, crucificado, muerto y sepultado, esto no es en absoluto obra de Dios, sino obra del hombre pecador, quien mereció todo esto por el pecado. Jesús, cargado de nuestros pecados, subió al leño. Y el que en su naturaleza permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se ha dignado ser comprendido y flagelado, pues de no haber asumido lo que es propio de nuestra debilidad, jamás nos habría sublimado a la fortaleza de su poder.

Así pues, el Señor se alzará para ejecutar su obra, obra extraña; para cumplir su tarea, tarea inaudita, pues Dios se encarnó para cobijarnos al amparo de su justicia; por nosotros quiso ser azotado como un hombre pecador. Ejecutó la obra ajena, para realizar la propia, ya que al asumir nuestra debilidad y soportar nuestra taras, nos condujo, a nosotros, que somos criaturas suyas, a la gloria de su fortaleza, en la que vive y reina con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Homilía sobre el libro del profeta Ezequiel (Lib 2, Hom 4, 19-20: CCL 142, 271-273)

1 comentario:

  1. Ahora bien, la obra de Dios es reunir las almas que él creó y conducirlas a los goces de la luz eterna. En cambio, ser flagelado, cubierto de salivazos, crucificado, muerto y sepultado, esto no es en absoluto obra de Dios, sino obra del hombre pecador, quien mereció todo esto por el pecado. Jesús, cargado de nuestros pecados, subió al leño. Y el que en su naturaleza permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se ha dignado ser comprendido y flagelado, pues de no haber asumido lo que es propio de nuestra debilidad, jamás nos habría sublimado a la fortaleza de su poder.

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