jueves, 19 de noviembre de 2015

haremos morada en él

 
 
Vendremos a él y haremos morada en él

 


 
PALABRA DE VIDA – Noviembre 2015

 «Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”» (Jn 14, 23).

 Jesús está dirigiendo a los discípulos sus importantes e intensas palabras de despedida y, entre otras cosas, les asegura que lo volverán a ver porque se manifestará a quienes lo aman.

Judas, no el Iscariote, le pregunta por qué se manifestará a ellos y no en público. El discípulo deseaba una gran manifestación externa de Jesús que pudiera cambiar la historia y ser más útil, según él, para la salvación del mundo.
 
Los apóstoles pensaban que Jesús era el profeta tan esperado de los últimos tiempos, el cual aparecería revelándose a la vista de todos como el Rey de Israel y, poniéndose al frente del pueblo de Dios, instauraría definitivamente el Reino del Señor.

Jesús, en cambio, contesta que su manifestación no sería ni espectacular ni externa. Sería una sencilla, extraordinaria «venida» de la Trinidad al corazón del fiel, que se hace realidad donde hay fe y amor.

Con esta respuesta Jesús precisa de qué modo Él permanecerá presente entre los suyos después de su muerte y explica cómo será posible tener contacto con Él.

 
Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

Así pues, su presencia se puede realizar ya desde ahora en los cristianos y en medio de la comunidad; no es necesario esperar al futuro. El templo que la acoge no es tanto el que está hecho de paredes, sino el corazón mismo del cristiano, que se convierte así en el nuevo sagrario, en la morada viva de la Trinidad.

«Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

Pero ¿cómo el cristiano puede llegar a tanto? ¿Cómo ser portador de Dios mismo? ¿Cuál es el camino para entrar en esta profunda comunión con Él?

Es el amor a Jesús.

Un amor que no es mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta y, de un modo más preciso, en guardar su Palabra.

A este amor del cristiano, verificado por los hechos, Dios responde con su amor: la Trinidad viene a habitar en él.

«Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

«…guardará mi palabra».

Y ¿cuáles son las palabras que el cristiano está llamado a guardar?

En el Evangelio de Juan, «mis palabras» son muchas veces sinónimo de «mis mandamientos». El cristiano, por lo tanto, está llamado a cumplir los mandamientos de Jesús. Pero éstos no se deben entender como un catálogo de leyes.
 
Es necesario, más bien, verlos todos sintetizados en lo que Jesús quiso mostrar con el lavatorio de los pies: el mandamiento del amor recíproco. Dios pide a cada cristiano que ame al otro hasta la donación completa de sí mismo, como Jesús ha enseñado y ha hecho.

«Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”».

Y entonces, ¿cómo vivir bien esta Palabra? ¿Cómo llegar hasta el punto en que el Padre mismo nos ame y la Trinidad habite en nosotros?

Poniendo en práctica con todo nuestro corazón, con radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros.

En esto, principalmente, el cristiano encuentra también el camino de esta profunda ascética cristiana que el Crucificado exige de él. Es precisamente el amor recíproco el que hace que florezcan en su corazón las distintas virtudes y es con él como se puede corresponder a la llamada a la propia santificación.
 
                                                                                                           Chiara Lubich

1 comentario:

  1. Y entonces, ¿cómo vivir bien esta Palabra? ¿Cómo llegar hasta el punto en que el Padre mismo nos ame y la Trinidad habite en nosotros?


    Poniendo en práctica con todo nuestro corazón, con radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros.


    En esto, principalmente, el cristiano encuentra también el camino de esta profunda ascética cristiana que el Crucificado exige de él. Es precisamente el amor recíproco el que hace que florezcan en su corazón las distintas virtudes y es con él como se puede corresponder a la llamada a la propia santificación.

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