jueves, 19 de noviembre de 2015

Seguir a Cristo en la oración, en la contemplación de su Palabra, y en la celebración de sus misterios

 
 
El santo Altar
 


Un Monasterio es un lugar en el que hombres y mujeres consagran su vida a seguir a Cristo en la oración, en la contemplación de su Palabra, y en la celebración de sus misterios, intentando hacer de la caridad la norma suprema de coexistencia, procurando su sustento con el trabajo de sus manos, y separándose de cuanto en la vida es calificado como normal, para centrarse en el Dios manifestado en Jesucristo.

Hay muchos lugares en el Monasterio que expresan físicamente todos estos conceptos, pero ninguno como el altar del oratorio, ante el cual comparecen diariamente los monjes para recordar que en el ara de la Cruz, nuestro Señor Jesucristo entregó su existencia por nosotros, y para constatar que todas las Escrituras encuentran en él su plenitud y explicación.

El altar no sólo es la mesa en la que los discípulos comparten con el Señor aquella Última Cena. También evoca los altares que erigieron Abraham, Isaac y Jacob, la tienda del encuentro que trasportó Moisés por el desierto, el altar en torno al cual se deleitaba el salmista contemplando la belleza de la casa del Señor, el altar de doce piedras que levantó el profeta Elías en medio de la apostasía de Israel, el mismo altar sobre el que de generación en generación hasta Jesús se sacrificaba el cordero pascual.

Todo ello hace del altar un compendio de todo lo que está contenido en la Cruz, nuestro verdadero altar, sobre el que el Señor nos rescató, y que convirtió de instrumento de tortura y vilipendio en trono de eterna salvación. Por eso, los Monasterios se esfuerzan por hacer del altar el centro de su entera geografía espiritual.
 
                                         VER VIDEO
                                        https://youtu.be/fEGSSIQX3ss

1 comentario:

  1. El altar no sólo es la mesa en la que los discípulos comparten con el Señor aquella Última Cena. También evoca los altares que erigieron Abraham, Isaac y Jacob, la tienda del encuentro que trasportó Moisés por el desierto, el altar en torno al cual se deleitaba el salmista contemplando la belleza de la casa del Señor, el altar de doce piedras que levantó el profeta Elías en medio de la apostasía de Israel, el mismo altar sobre el que de generación en generación hasta Jesús se sacrificaba el cordero pascual.


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