viernes, 20 de noviembre de 2015

XXXIV Domingo del tiempo ordinario

Todo el que es de la verdad escucha mi voz 



 
 

                   
El evangelio nos presenta en un careo a Pilato, el rey más poderoso de la tierra, frente a Jesús, un reo maniatado que dice que es rey y se presenta como testigo de la verdad.

Que un rey sea juzgado no es usual, pero Jesús y su el reino, “mi reino”, que él dice, no han dejado de ser juzgados hasta nuestros días.

Para Pilato el problema es que se ha declarado rey cuando le acaba de presentar al pueblo desde el balcón de su palacio como: El hombre, ¡Ecce Homo! Con sorna e ironía, viene a decir al pueblo: mirad aquí tenéis al rey fracasado, al entregado.

Mirad en qué han quedado sus pretensiones, ¿qué has hecho? ¿Qué es la verdad? ¿Acaso cada hombre no podemos reinar? ¿Por qué Jesús y su reino peculiar siguen siendo motivo de atracción y de rechazo? ¿Qué puede temer ningún rey de la tierra, por qué los reinos de la tierra se sienten amenazados, si no va enfrentarse con nadie, si Jesús es pacífico, es entrega, generosidad, servicio a los demás? ¿No somos los cristianos “sus armas” y su ejército un montón de seguidores con su fuerza? A este reino no hay que temerlo, hay que darle la bienvenida y acogerlo: es la solución del mundo, la vida que necesitamos.

Todo el que es de la verdad escucha mi voz

                           

Lectura del Profeta Daniel 7, 13-14

Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre que se acercó al anciano y se presentó ante él.
 

Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

                           

Sal. 92, 1ab. 1c-2. 5 R: El Señor reina, vestido de majestad.

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder.
Así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.

Tus mandatos son fieles y seguros,
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.

Lectura del Libro del Apocalipsis 1, 5-8

A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra.
 

A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.

A Él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron.

Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»                        

Lectura del santo Evangelio según San Juan 18, 33-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús:
–¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
–¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
–¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?
Jesús le contestó:
–Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
–Conque, ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
–Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.


     Todo el que es de la verdad escucha mi voz                   
 

La verdad del Reinado de Dios

       La festividad de Cristo Rey cierra el año litúrgico y se pretende poner en el horizonte de nuestra historia a Aquél que ha hecho presente en este mundo el reinado de Dios, que no es un estado, sino una situación en la que los hombres deben aprender a vivir en solidaridad.
  • Iª Lectura: Daniel (7,13-14): El reino eterno no es de los hombres

I.1. La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, es una visión en la que el autor de este libro apocalíptico contempla a una figura, llamada Hijo de hombre, al que se le confía el destino del mundo.
 
La visión es muy particular: por una parte se habla de “reino” y “poder”. Pero esto lo entrega a Dios a una figura misteriosa, como un Hijo de hombre. Su “reino no será destruido jamás”. No ha habido ni habrá sobre la tierra un imperio que permanezca eternamente, porque los imperios de la tierra no son humanos, aunque pretendan ser divinos. Tienen los pies de barro, de insolidaridad y de injusticia.
 
El sueño, la visión no es otra cosa de lo que deseamos todos, pero ese reino tiene que venir de Dios (el Anciano en la visión), pues de lo contrario no será eterno.
 
I.2. Sabemos que la tradición cristiana, después de la resurrección, ha visto en esta figura humana a Jesucristo. Es un poder que en aquél tiempo estaba en manos de fieras, que representaban los imperios de este mundo.
 
Ya sabemos que esos imperios han desaparecido, aunque han venido otros. Pero lo importante es saber que un día el poder estará en manos de Aquel, que hecho hombre, ha ganado para siempre un reino de justicia y de hermandad. No usará el poder para esclavizar como han hecho los poderosos de este mundo, sino para liberarnos y hacernos dignos hijos de Dios.
  • IIª Lectura: Apocalipsis (1,5-8): Jesucristo nos convoca al cielo

II.1. La segunda lectura, el Apocalipsis, se enmarca en la asamblea litúrgica, reunida en nombre del Señor, en la eucaristía, en el domingo, día de la resurrección, en que aparece Jesucristo, el testigo fiel.
 
Este es un texto litúrgico lleno de matices cristológicos, en que se proclama la grandeza del que ha de ser alabado en un himno que encontramos en el v. 7 de la lectura de hoy. El vidente de Patmos, pues, va a escribir a las siete Iglesias de Asia, y las saluda en nombre de Jesucristo, quien con su propia sangre ha abierto un camino nuevo en este mundo en el que el mal parece “reinar” con una cierta soberanía.
 
Pero Jesucristo, el “traspasado”, vive ya para siempre; es el alfa y la omega (las dos letras con las que comienza y termina el alfabeto griego), porque en Jesús ha comenzado una historia nueva y en El se consumará nuestra historia.
 
II.2. No deberíamos olvidar, a pesar de lo que se cree comúnmente, que las descripciones de Ap descubren algo que debe llegar en el futuro, sino que es algo que se cuenta como ya sucedido, aunque en clave de futuro. Se ha escrito para hablar de Jesucristo el “traspasado” y no de catástrofes; para hablar del triunfo de aquél que ha puesto el amor por encima del poder y la política de la época.
 
Y otra cosa, es el mismo Jesús el que habla de sí mismo y de las cosas de Dios y del cielo. ¿Para qué? Para que sigamos teniendo esperanza en su vuelta, en el triunfo definitivo de Dios. ¿Con que garantías? Pues con la garantía de la “muerte y resurrección” de Jesús. En este libro se habla del cielo, no del infierno. Es el cielo el que se presenta al vidente y el vidente a sus lectores: los cristianos que sufren en este mundo y en esta historia.
 
Estas con las claves de la lectura del Apocalipsis y de este hermoso texto de la liturgia de hoy. Todas las imágenes litúrgicas que se acumulan y los títulos cristológicos como rosario de cuentas de zafiro es para afirmar el triunfo de Dios y de Jesucristo sobre nuestra vida y nuestra muerte.
  • Evangelio: Juan (18,33-37): La verdad del reinado de Jesús

III.1. El evangelio de hoy forma parte del juicio ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el evangelio de Juan. Es verdad que desde esa clave histórica, el evangelio de Juan tiene casi los mismos personajes de la tradición sinóptica, entre otras cosas, porque arraigó fuerte la pasión de su Señor en el cristianismo primitivo.
 
La resurrección que celebraban los primeros cristianos no se podía evocar sin contar y narrar por qué murió, cuándo murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús fue pronunciada por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma como representante de la autoridad imperial.
 
En esto no cabe hoy discusión alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la tradición y el evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están cargadas para los cristianos de verdadera trascendencia. El juicio de Jesús ante Pilato es para Juan de un efecto mayor que el interrogatorio en casa de Anás y Caifás.
 
En ese interrogatorio a penas se dice nada de la “doctrina” de Jesús. El maestro remite a sus discípulos, pero sus discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y entonces el juicio da un vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al “pretorio”, el lugar oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron entrar, cuando ellos los llevaron allí con toda intención.
 
III.2. El juicio ante Pilato, de Juan, es histórico y no es histórico a la vez. Es histórico en lo esencial, como ya hemos dicho. Pero la “escuela joánica” quiere hacer un juicio que va más allá de lo anecdótico. El marco es dramático: los judíos no quieren entrar y sale Pilato, pregunta, les concede lo que no les podía conceder: “tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no quieren manchar “su ley” con la sangre de un profeta maldito.
 
Pilato tampoco, aparentemente, quiere manchar el “ius romanum” con la insignificancia de un profeta judío galileo que no había hecho nada contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la mentira. Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Pero los autores del evangelio de Juan van consiguiendo lo que quieren con su teología. Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”, es una marioneta.
 
En realidad la marioneta es la mentira de los judíos y del representante de la ley romana. Es la mentira, como sucede muchas veces, de las leyes injustas e inhumanas.
 
III.3. Al final de toda esta escena, el verdadero juez y señor de la situación es Jesús. Los judíos, aunque no quisieron entrar en el “pretorio” para no contaminarse se tienen que ir con la culpabilidad de la mentira de su ley y de su religión sin corazón. Esa es la mentira de una religión que no lleva al verdadero Dios.
 
Esto ha sido una constante en todo el evangelio joánico. Pilato entra y sale, no como dueño y señor, lo que debería ser o lo que fue históricamente (además de haber sido un prefecto venal y ambicioso). El “pobre” Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su palabra de vida. El drama lo provoca la misma presencia de Jesús que, cuando cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está bajo el “ius romanum” no lo puede juzgar porque no hay hechos objetivos, sino verdades existenciales para vivir y vivir de verdad.
 
Es verdad que al final Pilato aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción, como muchas veces se ha hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa es la mentira del mundo con la que solemos convivir en muchas circunstancias de la vida.
 
III.4. Jesús aparece como dueño y señor de una situación que se le escapa al juez romano. Es el juicio entre la luz y las tinieblas, entre la verdad de Dios y la mentira del mundo, entre la vida y la muerte. La acusación contra Jesús de que era rey, mesías, la aprovecha Juan teológicamente para un diálogo sobre el sentido de su reinado.
 
Este no es como los reinos de este mundo, ni se asienta sobre la injusticia y la mentira, ni sobre el poder de este mundo. Allí, pues, donde está la verdad, la luz, la justicia, la paz, allí es donde reina Jesús. No se construye por la fuerza, ni se fundamenta políticamente. Es un reino que tiene que aparecer en el corazón de los hombres que es la forma de reconstruir esta historia. Es un reino que está fundamentado en la verdad, de tal manera que Jesús dedica su reinado a dar testimonio de esta verdad; la verdad que procede de Dios, del Padre.
 
Sólo cuando los hombres no quieren escuchar la verdad se explica que Jesús sea juzgado como lo fue y sea condenado a la cruz. Esa es la verdad que en aquél momento no quiso escuchar Pilato, pues cuando le pregunta a Jesús qué es la verdad sale raudo de su presencia para que poder justificar su condena posterior. Juan nos quiere decir que Jesús es condenado porque los poderosos no quieren escuchar la verdad de Dios.  
 
    Todo el que es de la verdad escucha mi voz
  • Un reino que no es como los de este mundo.

En nada se parece al de Tiberio, el precepto poderoso de Roma. No es como Pilato se imagina: Jesús, no es alguien que quiere llevar adelante un sistema, unas ideas políticas; no tiene afán de acumular, no manda, no se va a defender, no va a servirse, ni humillar a la sociedad, sino que quiere construir a las personas y a la sociedad; quiere que las personas vivan erguidas, que participen en la fiesta de la vida todos.

Su realeza le viene del amor que Dios tiene al mundo y Dios le ha mandado a demostrárnoslo a todos.
  • Un rey que ha venido a nuestra tierra para ser testigo de la verdad.

Ha venido a manifestar la verdad y a introducirla entre nosotros. La verdad de Jesús es su propia vida, la que tenemos escrita en los evangelios, esta es la verdad que nos quiere comunicar. Ella puede transformar nuestras vidas, no se trata de algo teórico, para aprender sino para vivir.

Nos dice, que los hombres tenemos salidas, tenemos futuro, pues el mundo, como obra de Dios, está llamado a la plenitud de la felicidad. El sueño de Dios es que todos los hombres tengamos éxito y seamos felices.
  • La verdad y la mentira.

Tarde a temprano todos los seres humanos nos planteamos cual es el sentido de nuestra vida. No lo podemos eludir y tenemos que ser sinceros y honestos, vengamos de donde vengamos (del haber abandonado a Dios, de no hacernos falta para nada y haberle despedido, de un montón de incertidumbres que nos tienen confundidos, …), pues la búsqueda en la incertidumbre no nos la podemos quitar de la cabeza.

Jesús no es el propietario de la verdad, ni se la impone a nadie, ni la controla en los que le acogen como un juez implacable, sino que él la vive y la expone; quiere contagiarla y que sea nuestro atractivo; nos ayuda y propone que miremos al evangelio, porque él la vive así.

Si queremos estar en la verdad, tenemos un criterio que el propio Jesús expone a Pilato: participar en la verdad es escuchar su voz, su vida, su evangelio. Justo lo que no ha hecho Pilato, pues quiere quitárselo del medio.

La mentira, parece que no nos inquieta, quizás porque estamos demasiado rodeados de ella, porque nos falta vivir en la sinceridad que la denuncie, porque la hemos aceptado como algo necesario. ¿Por qué la hemos adoptado como compañera de camino? ¿Es una resignación porque nuestra sociedad está habitada por ella, en la política, en la información, en tantos terrenos donde pisamos? ¿Podemos admitir que así llegamos a hacer una sociedad más justa y más humana?

Si se calumnia al adversario, si se engaña al pueblo ofreciéndole protagonismo pero no dándoselo, ¿podremos hacer una sociedad más humana y más justa? La verdad nos hará libre, nos dice Jesús.
  • Pilatos después del careo con Jesús le manda a la cruz.

El mundo del mal, de la mentira, la injusticia, la violencia y la muerte parecen vencer, pero no, Jesús va al trono, la cruz es la verdadera entronización y muestra de su realeza. Y desde ahí las palabras que parecían irónicas de Jesús: ¡He aquí el hombre Ecce Homo! suenan de otra manera, pues el crucificado, no es el fracasado, sino el hombre verdaderamente libre, capaz de entregarse y darse por los demás, el servidor, el hombre más humano y plenificado como hombre, hermano y muy humano. Esta es su verdadera realeza.
  • “Escuchar su voz”

“Escuchar su voz” en esta estampa de la cruz no es para escandalizarnos, ni para decir: qué bueno era, cuanto hizo por nosotros, sino para implicarnos en los procesos históricos de nuestra sociedad y nuestra vida para que su reino sea una realidad y no se retrase más en el mundo, pues en palabras del apocalipsis: Aquel que nos está amando, que nos libró de nuestros pecados con su sangre, … nos ha hecho reino y sacerdotes para reinar, son nuestra esperanza y el verdadero don que hemos heredado: reinar con su forma de vida, siendo todos sacerdotes, devolviéndosela en alabanza. Que se pongan a temblar los reinos de la tierra, pues esta es nuestra victoria.   


    

En lectura de hoy  se trata nuevamente de una advertencia para estar alertas y listos esperando al Señor.
 
No debemos dejar que nada nos distraiga o absorba tanto nuestra atención, al punto que olvidemos lo más importante, como es amar y servir al Señor con cada uno de nuestros actos.
 
No hay nada más importante en esta vida que la Misión encomendada.
 
Todo lo demás es accesorio y prescindible, a pesar que muchas veces nosotros vivos al revés, es decir que en la práctica tratamos de prescindir de Dios o más bien, vivimos como si eso fuera posible.
 
Lamentablemente llegamos a engañarnos, porque hay momentos en que la vida y sus posibilidades parecen ilimitadas…entonces, ¿por qué volver los ojos a Dios, cuando en realidad no lo necesitamos?
 
En tales ocasiones llegamos a sentir que Dios es un estorbo, un limitante, un ancla, una prisión. ¡Qué paradoja! Cuando es precisamente al revés.
 
Este es, pues, el famoso hedonismo que actualmente nos gobierna. La ciencia y la tecnología o más bien el progreso de las mismas, pareciera ilimitado y con ellos, el confort, la comodidad y el placer parecieran no tener fin.
 
Todo parece ser posible para el que tiene dinero. Ante tal perspectiva, la vida cotidiana, la rutina,  nos lleva muy pronto a olvidar de dónde venimos y a donde vamos.
 
Tenemos que estar en vela y orando, para tener fuerzas para escapar a todas estas tentaciones. Mantenernos en pie, para que así nos encuentre el Señor.
 
Realmente no hay mejor ejemplo, más crudo y real que el de la embriaguez.
 
Los que hemos tenido esta experiencia sabemos que en esos momentos no somos dueños de nuestros actos; entramos en un estado de inconsciencia, en el que cualquier cosa puede pasar. No somos dueños de nosotros, nos dejamos arrastrar, nos dejamos llevar.
 
En el momento hay un aparente disfrute, pero al día siguiente ni nos acordamos lo que paso. Podría ser tan bueno, que bien hubiera valido la pena por lo menos tenerlo registrado en la memoria, o tan malo, que al tomar conciencia podríamos sentirnos profundamente avergonzados, adoloridos y apenados por haber causado un mal irreparable…
 
No nos dejemos embriagar por el mundo, por nuestras preocupaciones, por la rutina. Debemos tener las riendas de nuestra vida y conducirla por donde debe ir…estando siempre ecuánimes y en pie.

Efesios 5:18-21
18 No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu,
19 hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones;
20 dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
 
Oremos:
 
Señor, ayúdanos a mantenernos siempre libres de toda atadura, siempre libres para amarte y servirte.
 
No permitas que caigamos en las garras del maligno, que habrá de tentarnos con aquello que precisamente constituye nuestra mayor debilidad.
 
Mantennos ecuánimes y en pie. Amén

                                                                                                                    


1 comentario:

  1. El mundo del mal, de la mentira, la injusticia, la violencia y la muerte parecen vencer, pero no, Jesús va al trono, la cruz es la verdadera entronización y muestra de su realeza. Y desde ahí las palabras que parecían irónicas de Jesús: ¡He aquí el hombre Ecce Homo! suenan de otra manera, pues el crucificado, no es el fracasado, sino el hombre verdaderamente libre, capaz de entregarse y darse por los demás, el servidor, el hombre más humano y plenificado como hombre, hermano y muy humano. Esta es su verdadera realeza.

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