viernes, 27 de noviembre de 2015

LECTIO DIVINA: SAN PABLO

 

 

 
CARTAS DE LA CAUTIVIDAD 

 

1.      Cartas de la cautividad “cartas cristológicas”

Reciben este título, dentro del epistolario paulino, un grupo de cartas, en las que el Apóstol menciona su condición de prisionero donde se encuentra al tiempo de escribirlas, son: las dirigidas a los Filipenses, Filemón, Colosenses y Efesios[1].
En atención al tema central de las mismas -síntesis maravillosa sobre Cristo- se denominan también “Cristológicas”. Filipenses y, sobre todo, Colosenses y Efesios presentan la doctrina más profunda en torno a la dignidad y excelencia de Cristo y su papel en la historia de la salvación. Esta síntesis se encuentra particularmente en las perícopas: Fil 2,5-11; Col 1,15-20 y Ef 1,3-14. Los días de la cautividad proporcionaron al Apóstol tiempo y serenidad para elaborar tan maravillosa síntesis.

2.      Cristo razón de ser de la vida de San Pablo

Pablo tiene la firme esperanza de que no se verá confundido en su misión al servicio del Evangelio, porque no habrá ya obstáculo alguno capaz de separarle del amor de Cristo y de la predicación de su mensaje de redención. Por él, cuya grandeza de alma, no sabían medir sus adversarios, exclama que, aunque los procedimientos sean mezquinos, con tal que Cristo sea dado a conocer, se “alegra y se alegrará”[2] de ello.
           
Y, como dando razón de que nadie le podrá quitar esa alegría, dice que está seguro de que Dios que hace todo concurrir al bien de sus escogidos[3] hará concurrir todo esto al bien de su alma, y Cristo será glorificado en él, o “por vida o por muerte”[4] si sigue viviendo, por medio de su vid y de la predicación; y si le condenan a muerte, con el martirio, supremo testimonio de amor. No funda, sin embargo, esta confianza en méritos propios, sino en las “oraciones” de los filipenses y en la “donación del Espíritu que le dará fuerzas para ello. Se hace notar cómo no dice el Apóstol que él glorificará a Cristo, sino que Cristo será glorificado en él[5]
           
Pablo comienza el v. 21 de la Carta a los Filipenses, con la afirmación de que para él “el vivir es Cristo, y el morir, ganancia”. Pocas frases como ésta resumen de manera tan admirable la existencia de Pablo antes y después de su muerte. Al decir que “su vivir es Cristo” no incluye sólo el sentimiento ontológico, aplicable a todo cristiano, de que nuestra vida sobrenatural es vida divina recibida de Cristo[6], sino que le da más bien sentido dinámico, con referencia a ser Cristo el móvil de todas sus aspiraciones[7], de ahí que el “morir sea ganancia”, pues es la entrada en el gozo del Señor, la posesión total de Cristo, no ya por la fe, sino en visión cara a cara[8].
 
Supuesto esto como verdad fundamental, Pablo contempla las dos cosas: la vida trabajando por ganar almas para Cristo, y la muerte, entrando en el gozo del Señor. Ambas cosas le atraen; por eso entre la vida y la muerte no sabe qué elegir[9].
 
Notemos la unión que el Apóstol establece entre “morir” y “estar con Cristo (v. 23)[10]; por ninguna parte aparece que haya un tiempo intermedio de espera hasta la parusía o juicio final. Una cosa es el triunfo total de la Iglesia como colectividad, que tendrá lugar en la parusía, y otra la entrada personal de cada uno en la gloria, que, de no mediar obstáculo a causa de nuestros pecados, tendrá lugar enseguida después de la muerte.

3.      La experiencia que Pablo tiene de Cristo antes y después de la conversión

En Filipenses 3,4 ss., Pablo entra personalmente, alegando su experiencia personal, como previniendo la objeción que podían hacerle de que, si despreciaba el judaísmo, religión tan venerable era porque no lo conocía, empieza enumerando sus títulos, no sólo de judío, sino de judío de pura cepa y con extraordinario celo por las tradiciones patrias[11].
           
A pesar, sin embargo, de esa su ascendencia judía y de ese sincero celo desplegado, todas esas prerrogativas, que antes consideró como “ventajas”, hoy las tiene por “daño” y “estiércol”, una vez que ha conocido que sólo de Jesucristo nos viene la justificación y la salud[12]. Pensar de otra manera y dar valor a esas cosas y a los bienes terrestres en general (v. 8) como si de ellos dependiera nuestra salud, sería hacer una injuria a Cristo, mediador único y necesario[13].
 
Cuando el Apóstol habla de “conocimiento” de Cristo[14], se entiende no de un conocimiento puramente abstracto sino de un conocimiento que implica transformación interior del que lo adquiere, al irse “conformando” más y más cada día con Cristo paciente, hasta llegar a la resurrección gloriosa[15]. La oposición que establece entre los dos justicias, la que se busca en la Ley y la que procede de Dios por la fe[16], es tema que ya ha tocado sobre todo en las cartas a Romanos y Gálatas[17].
           
Llegado a este punto de su razonamiento, Pablo confiesa humildemente que, no obstante haber sacrificado todo por Cristo, todavía no ha llegado a la “perfección” en la vida espiritual mediante la configuración paulatina con la muerte de El; de ahí que continua luchando por alcanzar esa meta[18].
 
El lenguaje está inspirado en las carreras del estadio, ordinarias en las ciudades griegas. SE imagina a sí mismo Pablo corriendo hacia Damasco para encadenar a los fieles; pero detrás de él salió otro corredor, Cristo, que le dio alcance y le apresó[19]. A partir de ese momento, que dividió su vida en dos mitades, se lanza a una nueva carrera detrás de Cristo, no para perseguirlo, sino para poseerlo; y aunque ya se unió a él, todavía no lo bastante; por eso corre buscando apresarle y poseerlo más plenamente.
 
La expresión “dando al olvido lo que queda atrás”[20], como el corredor que no piensa más que en la meta, no significa que el cristiano no deba recordar y agradecer las bondades pretéritas de Dios con él, como han hecho los santos y como hace el mismo San Pablo[21]; lo que quiere significar es que la vid acristiana es esencialmente progreso hacia una unión cada vez más estrecha con Dios, y pararse en lo conseguido como si fuera ya la meta final sería la ruina. Hay pues, que olvidar todo lo que suponga relajación de esfuerzo en la carrera, más no aquello que contribuya a estimular ese esfuerzo.

4.      Cristo modelo de humildad y abnegación en Filipenses

Introducción

 
En la exhortación a los filipenses[23], San Pablo hace referencia cristológica aduciendo un himno que probablemente, formaría parte de los textos litúrgicos entrañables que él mismo habría aprendido en las asambleas cristianas y habría transmitido a los filipenses en su primera evangelización. El texto del himno -anterior a la carta- revela, según algunos exegetas, un fondo arameo y una cristología muy primitiva de Jesús como Siervo.
 
En este himno San Pablo trata de incitarles a la práctica de la humildad y abnegación proponiéndoles como estímulo supremo el ejemplo de Cristo y al hacerlo se remonta a los más elevados misterios de Jesús haciéndole pasar ante nuestros ojos desde los resplandores de su gloria divina hasta su humillación y abatimiento en la cruz, para volver desde ésta a su exaltación a la derecha del Padre, dejándonos en esta breve perícopa de estructura rimada la fórmula más concisa y exacta de la cristología paulina.

4. 1        La humillación

  a) Se despojó de sí mismo (v. 7)
           
Cristo no se despojó de su divinidad, cosa absolutamente imposible, sino que se eclipsó durante su vida mortal, por así decirlo, la gloria externa que como a Dios le correspondía. El término “kénosis” procede de verbo griego que significa “vaciar”. Esta expresión alude más bien al modo que al hecho mismo de la Encarnación.
 
Aquello de que Cristo se despojó libremente haciéndose hombre, no es la naturaleza divina, sino la gloria que de hecho le pertenecía y poseía en su preexistencia[24], y que normalmente hubiera debido redundar en su humanidad (cf. la transfiguración)[25]. Prefirió privarse de ella para recibirla sólo del Padre[26], como premio de su sacrificio vv. 9-11.

b) Tomando condición de siervo (v. 7)[27]
 
La expresión designa en la mente de Pablo no la condición social de la esclavitud entonces reinante, sino la condición propia de hombre frente a Dios, del cual depende esencialmente. En la lengua religiosa del judaísmo ser “siervo” es equivalente a ser elegido de Dios. El himno, al hablar de esta forma de siervo, posiblemente hace alusión al Siervo de Isaías 53[28] y según algunos, a la actitud sumisa de Cristo al Padre.
 
c) Haciéndose semejante a los hombres (v. 7)
 
No se trata de una semejanza fundada en meras apariencias exteriores, sino de la semejanza sustancial, de la que expresamos cuando decimos que todos los hombres somos semejantes en la naturaleza humana. Jesucristo ha asumido la naturaleza privada por el pecado de los llamados dones preternaturales y sujeta a las flaquezas y enfermedades de nuestra naturaleza. Se hizo en todo semejante, excepto en el pecado[29].

  d) Obediente hasta la muerte de Cruz (v. 8)
           
Cristo no contento con tomar nuestra naturaleza humana y aparecer en su manera de ser y de obrar como verdadero hombre, quiso llevar su humillación y abnegación hasta someterse, en acto de obediencia al Padre a la muerte de Cruz, que constituía la muerte más afrentosa entonces conocida[30]. Los romanos únicamente aplicaban el suplicio de la Cruz a los esclavos. Los judíos veían en ella la maldición divina que pesaba sobre los supuestos crímenes del ajusticiado[31].
 
Humillación impresionante del Hijo de Dios, que ha dado desde los primeros días del cristianismo y dará siempre hasta el fin de los siglos, motivo de meditación y contemplación a la piedad cristiana al contemplar, junto al inmenso amor y misericordia de Dios con los hombres, el abismo de humillación y abnegación a que quiso someterse para llevar a cabo la redención de la humanidad
 
4. 2      La exaltación
  
a) Le exaltó (v. 9)[32]
           
No puede haber gloria mayor que la que corresponde a Dios, ni en aquel entonces muerte más ignominiosa que la del muerto en el patíbulo; no pudo ser mayor, por tanto la humillación a que quiso someterse Cristo.
           
Su exaltación debió ser también la más grande que puede imaginarse. Debían realizarse en Él, como en ningún otro, sus propias palabras: “…El que se humille será ensalzado”[33].

b) El nombre sobre todo nombre (v. 9)
           
En los antiguos el nombre era algo unido al ser que se designaba, de modo que muchas veces se usaba por la persona o su dignidad. Dar a Jesucristo un nombre que está por encima de todo otro nombre es conferirle una dignidad, una gloria que está por encima de toda otra gloria o dignidad, una soberanía suprema, universal sobre todos los seres, los cuales doblarán ante El su rodilla en actitud de adoración.
           
c) Toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos (v. 10)[34]
 
 
 La finalidad que se propuso el Padre es la adoración universal. “Doblar la rodilla” significa adorar[35]. El “toda” indica que no sólo la Iglesia, sino todo el Universo deberá reconocer el señorío de Cristo. Lo de los “infiernos” se interpreta de los demonios quienes según los antiguos, habitaban en el centro de la tierra, o de los muertos, dado que la expresión designa “los que habitan debajo de la tierra”[36]. Algunos interpretan la expresión de todo el Universo[37].

d) La confesión de toda lengua (v. 11)[38]
 
El objeto directo de la confesión de toda lengua es la soberanía universal de Cristo. El contraste entre “Siervo” y “Señor” es intencional. Al fin de su vida terrestre cumplida en conformidad con la voluntad del Padre, pero libremente elegida, Cristo encuentra, para todo su ser, incluida su humanidad, la plenitud de la gloria, no por el camino de la gloria, sino por el de la humillación. La confesión de Cristo como “Señor” se ordena como a su último fin a la gloria del Padre[39]. El Padre es el principio y fuente de Señorío universal de Cristo; por ello toda lengua que confiesa ese señorío rinde homenaje al Padre
 
5. Cristo libertad del cristiano en Filemón
 Un anciano, preso, ruega por un esclavo: Pablo, anciano ya, está preso por anunciar a Jesucristo (v. 9)[40]. Su prisión actual le permite participar en los sufrimientos del Señor. Pablo, que conoce su dignidad de hombre, no se avergüenza de estar preso por el Evangelio. No es que no sienta el dolor, pero sobreabunda de gozo en todas las tribulaciones porque contribuyen a hacer avanzar la Buena Nueva de Jesucristo[41].
           
Hundido en la prisión, saca tiempo para pensar en los demás más que en él. Por eso intercede a favor del esclavo que ha engendrado al Evangelio (v. 10).
 
La situación del Apóstol nos hace comprender que ni siquiera la prisión es obstáculo para anunciar el Evangelio y su actitud con Onésimo nos invita a pensar en las necesidades de las personas que nos rodean, incluso cuando sentimos sobre nosotros el agobio de la tribulación. La libertad que Onésimo recibe le viene por la fe que Filemón tiene en Jesucristo y esta libertad cristiana existe a pesar de todas las prisiones humanas que padece el hombre de parte de los hombres. Es la libertad interior que todo cristiano debe tener, de la cual esta carta a Filemón es un ejemplo.
           
San Pablo no puede suprimir la esclavitud, pero inculca a Filemón una conducta que puede suavizarla al pedirle que reciba a Onésimo como un hermano (v. 16). Para ellos no hace uso de su autoridad como Apóstol (vv. 8-9), sino que acude a la sensibilidad cristiana de Filemón y a su condición de creyente. Desde esta situación interior le hace ver cómo la fe realiza un cambio radical en el hombre y en la sociedad.
 
El primero y principal es el principio de nuestra igualdad como hijos del Padre celestial y el de nuestra fraternidad en Cristo Jesús. “Ya no hay judío o griego, no hay siervo o libre, hombre o mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”[42].
 
Estaba reservado al cristianismo aportar la solución definitiva y sola plenamente eficaz por la fe y el amor que descubre en todos los hombres hijos del mismo Dios, hermanos del mismo Cristo, llamados a una misma salvación. Con la carta a Filemón y toda su prudente delicadeza vemos despuntar la aurora de un sol de justicia y amor que va a iluminar bien pronto el mundo y transformarlo.
 
 
6. Cristo: principio y fin de toda la creación en Colosenses 1, 15-20
           
Colosenses 1,15-20, es un de los pasajes cristológicos más completos de todo el epistolario paulino, síntesis admirable de las prerrogativas de Cristo: en relación a Dios, San Pablo designa a Cristo como “la imagen de Dios invisible” (v. 15). Ya en una carta anterior le había aplicado esa misma expresión[43].
 
También del hombre dice que es “imagen” de Dios sea en el orden natural[44], sea en el sobrenatural[45]; pero evidentemente, Cristo lo es de una manera mucho más perfecta, solamente Cristo, en virtud de la generación eterna del Padre, es imagen sustancial y perfecta, que reproduce y refleja adecuadamente las infinitas perfecciones de Dios invisible, haciéndolas visibles a través de su humanidad[46].
           
Por lo que respecta a la relación de Cristo con el mundo creado, San Pablo hace varias afirmaciones capitales: “primogénito de toda criatura… en El fueron creadas todas las cosas de cielo y tierra, visibles e invisibles… todo fue creado por El y para El… es antes que todo y todo subsiste en El” (vv. 15-17).
 
Aunque no todas las expresiones del apóstol son fáciles de interpretar, y del significado concreto de algunas cabe discusión, la idea general es clara: Cristo está por encima de toda la creación, en cuyo origen ha influido y a la que sigue dando consistencia. Cuando San Pablo habla de “primogénito de toda creatura” (v. 15) creen algunos que se está aludiendo a la preexistencia de Cristo, dando al término “primogénito” su valor etimológico de anteriormente engendrado; otros, por el contrario, tomando el término “primogénito” en sentido más bien histórico y jurídico, creen que se alude a su preeminencia respecto de sus hermanos.
           
Lo más probable es que haya que juntar ambos aspectos. Sabemos, en efecto, que entre los judíos el “primogénito” tenía la primacía de dignidad como consecuencia de su primacía o prioridad en el tiempo. Lo mismo diría San Pablo de Cristo: prioridad temporal respecto de todas las criaturas y, consiguientemente, primacía y mayorazgo respecto de todas ellas. Lo que ciertamente debe excluirse es que Cristo, por el hecho de ser considerado como “primogénito de toda criatura” debe ser incluido entre las criaturas.
 
Absolutamente hablando, la expresión podría ser entendida de ese modo, al igual que cuando se le llama “primogénito de entre los muertos” (v. 18); pero esa interpretación queda excluida hasta la evidencia por las afirmaciones que siguen, cuando dice de Cristo que “todo fue creado en El por El y para El” (vv. 16-17). La especificación “cosas del cielo y de la tierra, visibles o invisibles, tronos”, etc. (v. 16)[47], tratando de recalcar que nada queda fuera del influjo de Cristo, da todavía más fuerza al argumento. Todas esas expresiones demuestran claramente que Cristo está en un rango único, fuera de la serie de criaturas
 
 
7. Cristo en su condición de Redentor
           
Sigue ahora, en los vv. 18-20, la descripción de la persona de Cristo en su condición de Redentor. Ambas ideas, creación y redención, están íntimamente ligadas para San Pablo: Si Cristo fue quien en un principio creó todas las cosas, es también El quien luego las va a pacificar y armonizar, una vez disgregadas por el pecado. La afirmación de que es “Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia” (v. 18) riquísima de contenido, ya queda explicada en otros lugares[48].
           
De parecido significado, aunque bajo otra imagen, es la afirmación, es la afirmación de que es “principio, primogénito de entre los muertos”. Parece que estos dos incisos: “principio” y “primogénito de entre los muertos”, no constituyen dos afirmaciones independientes, sino que aluden a una misma cosa, diciendo de Cristo que es el primero, el que inició la marcha gloriosa hacia la resurrección; no solo en orden de tiempo sino también por su influjo en los demás resucitados[49]. Y todas esas prerrogativas: “para que tengan la primacía en todas las cosas” (v. 18), es decir, tanto en el orden de la creación material como en el de la renovación espiritual.
           
Razón última de esta preeminencia de Cristo ha sido la voluntad del Padre, que quiso que “en El habitase toda la plenitud y por El reconciliar… todas las cosas, así las de la tierra como las del Cielo”[50]. ¿A qué alude San Pablo con la palabra “plenitud? Bastantes autores, siguiendo a Santo Tomás, interpretan el término “plenitud” como alusivo a la suma de gracias y perfecciones que competen a Cristo en cuanto cabeza de la Iglesia, “de cuya suma o plenitud, como dice San Juan participamos todos”[51].
 
Otros pensando en que, poco después, el mismo San Pablo habla de “plenitud de la divinidad[52], opinan que el mismo sentido debe darse aquí al término “plenitud”, sin que excluya claro está, la consiguiente plenitud de gracias y perfecciones de que habla Santo Tomás. San Pablo aludirá al cosmos o mundo universo, que considera lleno de Dios[53], y que, muy en consonancia con el uso de la época, no tiene inconveniente en designar con el término pleroma. A la cabeza de este cosmos o pleroma de Dios, y no sólo a la cabeza de la raza humana, ha sido colocado Cristo, “recapitulando en sí todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra[54].
           
Precisamente porque en El “habita”, es decir, le está como incorporado todo el cosmos o pleroma de Dios, es por lo que puede realizar ese influjo pacificador universal a que se alude en el v. 20. Dicha “pacificación” no arguye la salud individual de todos, sino la salud colectiva del mundo, con su retorno al orden y a la paz, y sólo será perfecta al fin de los tiempos, cuando vencidos todos los enemigos, el Hijo entrega el reino a Dios Padre para que “sea Dios todo en todas las cosas”[55].
 
San Pablo tiene interés en hacer resaltar que nada en el cosmos queda excluido de ese influjo pacificador de Cristo, de ahí que no se contente con decir “todas las cosas”, sino que especifique: “así las de la tierra como las del cielo” (v. 20, la misma expresión que había empleado al hablar de la creación (v. 16). Ni parece necesario tratar de concretar en qué puede consistir esa pacificación “en los cielos”. Probablemente San Pablo lo que pretende es extender la perspectiva, dado que todo el cosmos, incluso el mundo angélico, debe entrar a formar parte en este concierto armónico y universal que trajo consigo la muerte de Cristo.
 
 
8. El “Misterio” en los designios eternos de Dios: Efesios 1, 3-14
           
Efesios 1,3-14 es, sin duda, una de las páginas más densas de doctrina de todo el Nuevo Testamento. El pensamiento dominante es la economía de la redención o plan divino de salvación, por el que Dios, desde toda la eternidad, determinó salvar a la humanidad. San Pablo atribuye a Dios Padre la gloria y la iniciativa de este plan de salvación universal (vv. 3-4)[56], plan que se realiza en Cristo y por Cristo (vv. 5-7), y al que el Espíritu Santo contribuye con su acción santificadora (vv. 13-14).
 
 
Comienza San Pablo con la afirmación general de que Dios “nos bendijo en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos” (v. 3). Habla de bendición “espiritual”, en cuanto que son beneficios que proceden del Espíritu y pertenecen a la esfera del Espíritu o parte superior de hombre[57].
 
La expresión “en los cielos” viene a ser sinónima del adjetivo “espiritual”, señalando que se trata de beneficios celestes, por su origen y por su destino, ya que nos los dispensa Dios desde el cielo y están destinados a recibir allí su consumación definitiva. Todos estos no son concedidos “en Cristo” es decir, en cuanto estamos unidos a Cristo, formando uno con El.
 
Después de esta afirmación de carácter general, San Pablo comienza la enumeración de dichos beneficios. El primero y fundamental es que Dios “nos eligió para ser santos… predestinándonos a la adopción de hijos suyos…, conforme al beneplácito de su voluntad”[58].
 
Parece que San Pablo presenta la “predestinación” simplemente como una modalidad de la “elección”, y su objetivo o término real es la filiación adoptiva. Sin embargo, la expresión griega también puede traducirse habiéndonos predestinado, en cuyo caso la predestinación sería presentada como acto divino, lógicamente anterior al de la elección.
 
Sea como sea, de lo que no cabe dudar es que para San Pablo la raíz o última razón de todo está en el “beneplácito” divino porque Dios así lo quiere. Conforme a ese beneplácito, nos eligió para ser santos… y nos predestinó a la adopción de hijos suyos. No se trata aquí de elección y predestinación a la gloria, en el sentido en que suelen poner esta cuestión los teólogos, sino de elección y predestinación a la condición de cristianos.
 
La elección se realiza “en Cristo (v. 4), unidos al cual Dios nos contempla y ama desde toda la eternidad; es también “mediante Cristo” (v. 5), el Hijo natural de Dios, como se nos concede la filiación adoptiva[59], y “somos gratos a Dios” (v. 6).
           
Causa final suprema de todo este plan divino de salvación es “la alabanza de la gloria de su gracia” (v. 6), es decir, que las criaturas reconozcan y alaben la grandeza o “gloria” de Dios[60], manifestada en ese modo de proceder gracioso (favor no merecido) con el cristiano.
 
La expresión “en amor” (v. 4) puede referirse, bien a “nos eligió”, bien a “predestinándonos”, bien a “santos e inmaculados”. En el primero o segundo caso, se aludiría al amor de Dios a nosotros, fuente y raíz de elección y predestinación[61]; en el tercer caso, se aludiría más bien al amor de nosotros a Dios, como tratando de explicar en qué consiste concretamente la “santidad” del cristiano, es decir, en la práctica de la caridad[62].
 
9. Cristo, Eje Central de la obra Redentora
 
Expuesto así, en líneas generales, el plan divino de salvación, a continuación San Pablo (vv. 7-10) fija su mirada en Cristo, eje central de la obra redentora. Es por nuestra unión con Cristo, con quien formamos un mismo cuerpo, como entramos en el plan divino de salvación, obteniendo la “redención” y la “remisión” de nuestros pecados (v. 7)[63].
 
La expresión “según las riquezas de su gracia” (v. 7), bastante frecuente en San Pablo[64], es un hebraísmo para indicar la abundancia de dones con que Dios (el Padre) nos ha favorecido, cosa que se  vuelve a recalcar en el v. 8, mencionando expresamente, aparte los ya indicados de “redención” y “remisión nuestros pecados”, la “sabiduría” y la “prudencia”.
 
Parece que con el término “sabiduría” alude San Pablo al conocimiento especulativo de los grandes misterios de la fe (v. 17), mientras que con el término “prudencia” se refiere más bien al conocimiento práctico, en orden a la acción. Concretamente, el contenido de esa “sabiduría” se expresa en los vv. 9-10: “dándonos a conocer el misterio de su voluntad…[65] de recapitular en Cristo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra”[66].
 
He aquí lo que constituye la idea base y como la sustancia del plan divino de salvación: “recapitular en Cristo todas las cosas”. Parece, atendiendo a todo el contexto, que San Pablo se refiere a que Cristo, como bajo una sola Cabeza, habían de ser reagrupadas y pacificadas todas las cosas, dispersas antes por el pecado, reagrupación y pacificación que afecta sobre todo a los hombres[67], pero que se extiende también al resto de la creación, sometida toda a Cristo[68].
 
A este plan divino de “recapitulación en Cristo” llama San Pablo “misterio “(v. 19), pues por largo tiempo estuvo oculto a toda criatura, habiendo sido revelado únicamente ahora, al llegar el momento de su realización “en plenitud de los tiempos” (v. 10).
           
San Pablo se fija, finalmente, en  los hombres redimidos, que divide en dos grupos, judíos (vv. 11-12) y gentiles (vv 13-14), partícipes por igual de la salvación divina. De los primeros, entre los cuales se pone a si mismo (“hemos sido…”), dice que “en El (Cristo) han sido herederos (v. 11), es decir, gracias a su incorporación y unión vital con Cristo, han entrado a participar de la “herencia” mesiánica o bienes de la redención[69]. La frase “nosotros los que ya antes habíamos esperado en Cristo” (v. 12), alude a las esperanzas mesiánicas, característica fundamental de la vida religiosa judía.
           
En cuanto a los gentiles (“también vosotros”), han entrado también a participar de esos mismos bienes por su “fe en el Evangelio”[70] y buena prueba de ello es que “han sido sellados con el Espíritu Santo prometido, que es arras[71] de nuestra herencia” (vv. 13-14). San Pablo caracteriza la función del Espíritu Santo con las imágenes “sello y arra”. Le llama Espíritu Santo “prometido” con alusión sin duda a las reiteradas promesas que de El había hecho Jesucristo, anteriormente hechas ya en el A. T.[72].
 
La expresión “para la redención de su adquisición” (v. 14), no es del todo clara, parece que San Pablo alude aquí a la liberación plena, en la etapa escatológica, que Dios hará del nuevo Israel, la Iglesia[73], adquirida con el precio de la sangre de su Hijo[74]. Esta liberación comienza ya aquí abajo, en la tierra por la justificación y purificación del pecado, pero no recibirá su consumación definitiva hasta que llegue la visión de Dios en el cielo[75], a cuya etapa final, de cuya consecución tenemos ahora como “arras” el Espíritu, aludirá aquí San Pablo. Y todo “para alabanza de la gloria de Dios” (v. 14), expresión que a manera de estribillo, se repite por tercera vez (vv. 6.12)[76].
 
 Bibliografía
 
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Casciaro José María, Sagrada Biblia AT: Libros proféticos 4, Ediciones Eunsa, Pamplona 2008.
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Ubieta José ángel, Biblia de Jerusalén, Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao 1975.
Walter Eugen, Primera carta a los Corintios, Editorial Herder, Barcelona 1977. 

[1] Flp 1,7.12 ss. ; Flp 1,9.10.13.23; Col 1,24; 2,1; Ef 3,1; 4,1.
[2] Flp 1,18. Pablo ignora si la causa de Dios saldrá adelante con su vida o con su muerte. Si queda libre de la prisión, seguirá predicando el Evangelio; si muere, alcanzará definitivamente a Cristo. De ahí su incondicional disponibilidad para cualquiera de los dos términos de dicha alternativa. No sabe que será de él, aunque presiente que quedará libre y estará pronto al lado de los cristianos a quienes escribe.
[3] Cf. Rm 8,28. San Pablo ve que todos los acontecimientos favorables o desfavorables, felices o desgraciados, trabajan a favor de aquellos que aman a Dios. Semejante optimismo del Apóstol no está fundado en su creencia de que la evolución del universo, con sus leyes propias, terminaría en un estado armonioso, sino en su convicción de que Dios dirige el curso de la historia y que la naturaleza, según su designio salvador en el que, por amor, nos ha destinado a la resurrección con su Hijo en un mundo reconciliado (Ef 1). Por eso el cristiano, confiado en el amor que Dios le ha mostrado en Cristo, asume con pasión la realidad de la vida, a veces opaca, áspera, espesa y conflictiva.
[4] Cf. Rm 8,19-20.
[5] Flp 1, 20. El cristiano, físicamente unido a Cristo por el Bautismo y la Eucaristía, le pertenece hasta en su mismo cuerpo, Cf. 1 Co 6, 15; 10, 17; 12, 12 ss. 27; Ga 2, 20; Ef 5, 30. Por eso, la vida de este cuerpo, sus sufrimientos y hasta su muerte, llegan a ser místicamente los de Cristo que habita en él y es en él glorificado, Cf. 1 Co 6, 20; Rm 14, 8. Esta unión es singularmente íntima en el caso de un apóstol como Pablo, Cf. Col 1, 24; 2 Co 4, 10 ss.
[6] Ef 1, 22-23; Col 2, 7.
[7] Flp 3, 7-10.
[8] 2 Co 5, 6-8.
[9] Flp 1, 22-24. Pablo es un ejemplo de lo que es un apóstol totalmente ganado por Cristo. Porque su “vida es Cristo”, es, en último término, de Dios. Por eso, ni desea morir para liberarse de los sufrimientos, ni desea vivir por creerse necesario. Toda “su vida es Cristo”, y sólo quiere dar a conocer a su Señor. Semejante actitud no se improvisa. No es e arrebato entusiasta de un prisionero que se sabe amenazado de muerte. Es el fruto de una vida orientada únicamente a Dios.
[10] Cf. 2 Co 5, 6-9.
[11] Flp 3, 2-6. El Apóstol manifiesta su condición de judío, de la que se siente orgulloso, para mostrar a los filipenses su autoridad moral frente a esos predicadores.
[12] Flp 3, 7-11. Todo lo que antes de su conversión constituía para él timbre de gloria, ahora carece de valor comparado con el sublime conocimiento de Cristo. Es éste el que hace justo al hombre, no la Ley de Moisés (Cf. Rm 3, 21). Por eso, es necesario dejar todo por Cristo y esforzarse por ir configurándose con Él hasta alcanzar la gloria de la resurrección. Como dice Santa Teresa de Jesús, “importa mucho, y el todo, (…) una grande determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo”. (Santa Teresa, Camino de perfección 21, 2, p. 741).
[13] Ga 2, 2,21; Col 6, 12.
[14] Ga 2, 8-10.
[15] Rm 4, 25; 2 Co 3, 18.
[16] Flp 3, 9.
[17] Rm 1, 17; Ga 2, 16.
[18] Flp 3, 12-14. Siempre es necesario esforzarse por crecer en santidad. Sirviéndose de una comparación muy expresiva, tomada de las carreras en el estadio, San Pablo habla de la lucha ascética como de algo positivo, de un verdadero deporte sobrenatural con auténtico afán de progreso interior… (San Agustín, Sermones 169, 18).
[19] Flp 3, 12.
[20] Flp 3, 13.
[21] 1 Co 15, 10; 2 Co 11, 23.
[22] También en otros contextos neotestamentarios se encuentran himnos a Cristo acuñados con anterioridad: Col 1,15-20; 1 Tm 3,16; Jn 1, 1-16. Este es uno de los textos más antiguos del NT sobre la divinidad de Jesucristo.
[23] Cf. Flp 1,27-28.
[24] Cf. Jn 17,5.
[25] Mt 17,1-8.
[26] Jn 8,50.54.
[27] Declara en qué sentido se anonadó Cristo. Así como descendió del cielo sin dejarlo, sino empezando a existir de modo nuevo en la tierra, así se anonadó “asumiendo lo que no era, permaneciendo lo que era” (Ant. Bened. Oct. Nativ.; cf. Tom I, p. 420).
[28] La singularidad del anuncio a la que hace referencia este versículo -que es citado por San Pablo para probar la necesidad de la predicación (Rm 10,16)- resalta el hecho asombroso de la aflicción del siervo. Por eso se ha entendido a veces como una manifestación más de la humildad de Cristo, que siendo de condición divina asumió la forma de siervo: “Pues Cristo es de los que tienen sentimientos humildes, no de los que se ensalzan sobre su rebano…”. (S. Clemente Romano, Ad Corinthios 16, 1-3).
[29] Hb 4,15.
[30] La muerte en cruz, escandalosa y afrentosa para los judíos, cf. Dt 21,23 (citado en Ga 3,13); 1 Co 1,23; cf. Ga 5,11; Hb 12,2. Suma necedad para los gentiles, es el ejemplo más sublime de renunciamiento y humildad, virtudes a las que exhorta Pablo como condiciones de la unión (cf. 2,3).
[31] Si un hombre, reo de delito capital, ha sido ejecutado y le has colgado de un árbol, no dejarás que pase la noche en el árbol… …porque un colgado es una maldición de Dios… (Dt 21,22-23).
[32] Lit. “Sobrexaltó”. Por la Resurrección y la Ascensión. La Resurrección es la obra por excelencia del poder del poder del poder de Dios, Rm 1,4.
[33] Mt 23,12: norma proverbial que los Evangelios recogen en varios casos (Lc 14,11; 18,14), y que Jesucristo debió repetir, como uno de esos temas centrales, en varias ocasiones.
[34] Estas tres divisiones cósmicas abarcan todo el universo, cf. Ap 5,3. 13.
[35] Rm 11,4; Ef 3,14.
[36] Is 45,23.
[37] Ap 5,13.
[38] Es la profesión de fe esencial al Cristianismo, Rm 10,9; 1 Co 12,3. Ver además Col 2,6; Ap 19,16. Utilizando la expresión de Is 45,23, que se aplica a Yavé (cf. Rm 14,11), Pablo da a entender claramente que atribuye carácter divino al título de “Señor”. Cf. también Jn 20,28 y Hch 2,36. Dios ha exaltado a Jesús, por lo que su gloria ha resultado aún mayor, por la humillación del Hijo, 2,7.
[39] Jn 17,1.
[40] San Jerónimo hace notar que “Pablo no usa la expresión “prisionero de Cristo Jesús” en ninguna otra carta, aunque esté claro que se encuentra en la cárcel por su fe, según el contenido de las cartas a los efesios, filipenses y colosenses. Me parece -añade- que es un mayor orgullo el que diga que está prisionero por Cristo, que el ser apóstol. Ellos salían gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre (Hch 5,41). La autoridad de su encarcelamiento hace que, al interceder por Onésimo, sea tal la fuerza de su ruego que consiga lo que pide. (San Jerónimo, Commentarii in Philemonem, ad loc.).
[41] Flp 1,14-17.
[42] Ga 3,28; Col 3,11; Ef 6,9.
[43] 2 Co 4,4.
[44] 1 Co 11,7.
[45] 1 Co 3,10.
[46] 1 Tim 6,16; Hb 1,3; Jn 1,18.
[47] Ef 1,21. Aquí San Pablo afirma la excelencia de Cristo sobre todas las jerarquías angélicas. Ya la indicó al decir que Cristo está a la derecha del Padre, en un rango igual a Dios Padre y superior al de cualquier criatura del cielo. Ahora lo concreta más. Los nombres con que designa las jerarquías angélicas son simbólicos, usados ya en la angeología judía. Describe a los ángeles como seres superiores y poderosos. Los cuatro nombres aquí usados indican todos el poder de los que gobiernan, pero de una forma abstracta. El sentido aquí es más bien concreto. Aunque piensa principalmente en los ángeles buenos, no excluye a los malos.
[48] Rm 12,4-5; 1 Co 12,12-27).
[49] Rm 4,25; 1 Co 15,20-23. «Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristina. La unión de los cristianos con Cristo es tan profunda que la resurrección de Jesucristo es principio y causa de nuestra resurrección. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos por creer en ella” (Tertuliano, De resurrectione mortuorum, 1,1)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 991).
[50] Col 1, 19-20.
[51] Jn 1,16.
[52] Col 2,9. El sentido de la palabra “plenitud”, 1,19, se precisa aquí mediante el adverbio “corporalmente” y el genitivo “de la divinidad”. En Cristo resucitado se une el mundo divino entero, al que él pertenece por su ser preexistente y glorificado, y el mundo creado que asumió -directamente (la humanidad) e indirectamente (el cosmos)- mediante su Encarnación y Resurrección. En una palabra, en toda la Plenitud del Ser.
[53] 1 Co 10,26
[54] Ef 1,10.
[55] 1 Co 15,24-28; Rm 8,19-23; 2 Ts 11,8-9.
[56] En el v. 3, Pablo se eleva desde el principio al plano celeste en el que se mantendrá en toda la epístola, 1, 20; 2,6; 3,10; 6,12. De este plano partieron desde toda la eternidad las “bendiciones espirituales” que detallará en los vv. Siguientes, y en este plano se realizarán al fin de los tiempos.
[57] Rm 8,2-11; Ga 5,16-25.
[58] Ef 1, 4-5. Dios, nos ha escogido: con acto libre de predilección, que separa una criatura de otras para darles bienes que no posee ni ella ni las demás, pues son totalmente gratuitos. Y, habiéndonos predestinado: elección y predestinación miran a la fe, punto de arranque del destino cristiano.
[59] Rm 8,14-17; Ga 4,5: Así se describe el plan de Dios al enviar a su Hijo. Rescatar expresa el sentido negativo de la obra de Jesús. Nos ha  liberado de la cautividad del pecado, que era el tirano que dominaba en la economía de la ley (Ga 3,22). El término positivo está expresado por la filiación que nos confiere.
[60] Ex 24,16; Jn 1,18; Rm 1,20.
[61] Ef 2,4-5. El v. 4 tiende a subrayar la razón de la obra de Dios en nosotros, que está en su amor misericordioso: Dios ama al caído y necesitado, al muerto (v. 5). La muerte se debe a los pecados, en plural, pecados personales, que acarrean la muerte moral. Nos vivificó: lit. “convivificó juntamente con Cristo”.
[62] 1 Co 13,1-13; Ga 5,14; Col 3,14.
[63] Aquí empieza la ejecución en el tiempo del divino decreto, la obra de la redención. En el cual: en Cristo como mediador y formando con él un mismo cuerpo. Tenemos la redención: libertad de esclavitud, concretamente libertad o liberación del pecado. Cf. también Rm 3,24-25.
[64] Ef 2,7: Rm 2,4.
[65] Cuarta bendición: la revelación del “Misterio”, Rm 16,25.
[66] Este es el tema central de toda la epístola: Cristo que regenera y reagrupa bajo su autoridad, para llevarlo a Dios, el mundo creado que el pecado había corrompido y disgregado: el mundo de los hombres, en el que judíos y gentiles se unen en una misma salvación, y también el mundo de los Ángeles, Cf. 4,10.
[67] Ef 1,22-23; 2,14-22.
[68] Ef 1,21; 4,10.
[69] Rm 8,17. Si somos hijos, tenemos derecho a heredar los bienes de nuestro padre. Somos entonces herederos de nuestro padre Dios y coherederos de Cristo, ya que nos hicimos hijos de Dios por nuestra unión con El. Cf. versículo 29 de este capítulo.
[70] Ga 3,29; 4,7.
[71] Arras de nuestra herencia, parte o anticipo parcial de los que hemos de recibir por herencia. Se trata de algo que se adelanta como prueba y seguridad de lo que se promete dar  en un futuro.
[72] Hch 1,4-5.
[73] Ga 6,16. El pueblo cristiano, heredero de las promesas, cf. 3,6-9.29; 4,21-31; Rm 9,6-8, en contraposición con Israel según la carne, 1 Co 10,18.
[74] Hch 20,28.
[75] Rm 8,23.
[76] El término griego jaris designa aquí el favor divino en cuanto gratuito; si bien incluye la noción de “gracia” en cuanto don santificante e intrínseco al hombre, su alcance es más amplio. Manifiesta la misma “gloria” de Dios, cf. Ex 24,16. Tenemos aquí los dos estribillos que dan ritmo a toda la exposición de las bendiciones divinas: éstas no tienen más origen que la liberalidad de Dios, ni más finalidad que la exaltación de su Gloria por las criaturas. Todo procede de Él y a Él debe volver.
 
                                                    



1 comentario:

  1. En cuanto a los gentiles (“también vosotros”), han entrado también a participar de esos mismos bienes por su “fe en el Evangelio”[70] y buena prueba de ello es que “han sido sellados con el Espíritu Santo prometido, que es arras[71] de nuestra herencia” (vv. 13-14). San Pablo caracteriza la función del Espíritu Santo con las imágenes “sello y arra”. Le llama Espíritu Santo “prometido” con alusión sin duda a las reiteradas promesas que de El había hecho Jesucristo, anteriormente hechas ya en el A. T.[72].

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