miércoles, 18 de noviembre de 2015

FIESTA DEL CUERPO DE CRISTO




PREPARANDO LA FIESTA DEL CUERPO DE CRISTO

Señor, espero en ti, te adoro, te amo, auméntame la fe. Quiero que seas mi apoyo en todo: Sin ti no puedo nada. Tú te has quedado en la Eucaristía, indefenso.

Quiero que te sientas amado por mi; para eso intentaré cuidarte, acompañarte, tener detalles contigo, adorarte, agradecerte, valorar cada vez más esta locura tuya...

Y quiero sentirme amado por ti, que me alegre tenerte tan cerca, que me sienta acompañado, seguro, querido, fortalecido, comprendido, escuchado, alimentado... Hazme tú ese regalo, especialmente estos días y siempre que te reciba.

Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo" Tomando la copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: "Bebed todos de ella, porque ésta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados".  (Mateo 26,26-28)



San JUAN BOSCO tenía, como se sabe, una profunda devoción a MARÍA AUXILIADORA. El día de su fiesta organizó con toda ilusión y mucho esfuerzo la Eucaristía para todos los chavales a los que enseñaba. La Iglesia estaba llena de ellos: Unos seiscientos, que iban a comulgar. Había preparado para ello un gran copón con las formas precisas a tal número de asistentes. Pero el sacristán se olvidó de llevarlo al altar. Habiendo pasado ya el momento de la consagración es cuando se percata del olvido.
 
Ahora la distracción ya no tiene remedio ¿Qué va a ocurrir ahora, Señor? ¿Qué desilusión va a haber entre todos los asistentes que empiezan a llenar ya los pasillo del comulgatorio? Porque, evidentemente, ninguno de los presentes sabe lo que está sucediendo.
 
De hecho, San JUAN BOSCO tampoco lo sabe, aunque está a punto de darse cuenta al abrir el sagrario y comprobar, que, en efecto, la reserva es escasa para tanta afluencia de gente. en seguida comprende el terrible olvido de su sacristán, mientras se dirige a dar la comunión, y mentalmente dirige su súplica a la virgen:

- Señora ¿Vas a dejar que tus hijos vuelvan a casa sin comulgar?

toma el pequeño copón de la reserva y comienza a dar la comunión, y aquellas escasas hostias parecen no llegar nunca al fondo del copón... El sacristán, sorprendido, no hace nada más que frotarse los ojos, no dando crédito a lo que está viendo, pese a su olvido. Al terminar la eucaristía, mientras ayudaba a San JUAN BOSCO a desvestirse en la sacristía, con el célebre copón olvidado sobre la credencia, le dice:

- ¿Cómo a podido dar la comunión a tantísima gente sólo con la reserva? ¡Ha sido un milagro! ¡Es un milagro que ha hecho usted, Don BOSCO! 

- ¡Bah! - le dice San JUAN BOSCO con indiferencia. Aparte del milagro de la transutanciación que obra el sacerdote en la ecuaristía, aquí no ha habido milagro ninguno, y en todo caso ¡sería cosa de la virgen!

Reflexión


Es verdad, el milagro que ocurre cada día en la consagración es mucho más grande que el de la multiplicación de los panes y los peces... el Señor no nos dejó lugar a dudas: "Este es mi cuerpo", porque esto que sigue pareciendo pan, ya no es pan, es mi cuerpo.
La transustanciación es el milagro que ocurre en la consagración: El pan deja de ser pan aunque siga pareciendo pan; sólo cambia la sustancia, dicho sencillamente, lo que se ve y lo que no se ve.
¿Y cómo puede el sacerdote hacer diariamente este milagro? Porque el Señor mandó a los apóstoles "Haced esto en memoria mía" y como el Señor no puede mandarnos nada imposible, es que los apóstoles primero, y luego sus sucesores, pueden hacer esto mismo, cambiar el pan en su cuerpo y el vino en su sangre.

Creo, Señor, pero ayúdame a creer más. Quiero asistir a la eucaristía más frecuentemente, quizás sea el propósito que me haga hoy, con una fe más grande. Concédemela tú, que yo sólo por mies medios nada puedo, aunque sean mis buenos propósitos. Y que sepas que me duelo de las veces que he acudido a misa de forma indolente, por compromiso, distraidamente, con rutina... y sobretodo, ¡hasta con falta de cariño! Por todo ello, te pido perdón ahora.

(Se puede hacer el compromiso sincero de adorar, cierta y realmente, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cuando el sacerdote los eleva, a la contemplación de todos, durante la consagración, y decid esas palabras, que recitan algunas personas mayores, en ese preciso momento, recordando la profesión de fe del apóstol TOMÁS: "¡Señor mío y Dios mío!"

Oración final 
(Enseñada por el ángel a los pastorcillos de FÁTIMA)

¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman! Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que El es ofendido.

Amén.

NOTA.- Estas pequeñas reflexiones están tomadas del Octavario, del mismo nombre, de "Hablar con Jesús", de JOSÉ PEDRO MANGLANO CASTELLANY, de Ediciones DESCLEÉ de BROUWER.

1 comentario:

  1. La transustanciación es el milagro que ocurre en la consagración: El pan deja de ser pan aunque siga pareciendo pan; sólo cambia la sustancia, dicho sencillamente, lo que se ve y lo que no se ve.
    ¿Y cómo puede el sacerdote hacer diariamente este milagro? Porque el Señor mandó a los apóstoles "Haced esto en memoria mía" y como el Señor no puede mandarnos nada imposible, es que los apóstoles primero, y luego sus sucesores, pueden hacer esto mismo, cambiar el pan en su cuerpo y el vino en su sangre.


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