El Evangelio de hoy (ciclo litúrgico obliga) nos narra, una vez más, la escena del juicio final (Mateo 25,31-46), por aquello de que celebramos hoy la CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS, digo yo para que vayamos pensando en nuestro propio juicio y nuestro paso por esta vida...
Aunque he de decir que el juicio no es algo que me preocupe, creo que ya lo he compartido en otra ocasión, ni mucho menos porque yo cumpla todas las prerrogativas de las ovejas buenas, sino porque aplicándome a mí mismo el juicio sólo se me ocurriría preguntar: "Señor... ¿Y las cabras locas dónde nos ponemos?", eso suponiendo que caiga del lado de los cabritos, porque si por misericordia de Dios es que cayera del lado de las ovejas, entonces la pregunta sería: "Señor... ¿Las ovejas negras dónde nos ponemos?"... Y es que nunca me he considerado tan malo (no tengo conciencia, al menos, de haber querido hacer daño a nadie a conciencia en mi vida, de forma premeditada) como para ser considerado "un cabrito malo irredento", pero tampoco soy tan bueno ¡ni de lejos! como para considerarme "una oveja bendita"... ¿Entonces?
Aparte del examen de conciencia que supone, ya de por sí, el Evangelio de hoy, tenemos esas otras soberbias palabras de San JUAN DE LA CRUZ cuando nos advierte: "Al final de la vida nos examinarán del amor" ¡Vete a saber entonces qué nota sacaré en esta Selectividad, nunca mejor dicho, de la vida eterna!, o esa otra frase, más terrible, de la conocida "Oración del Payaso" cuando dice: "Señor, qué te diré al final de mis días, que he volado muy bajo, que mi vida ha sido una nada", o sea, que tampoco tengo muy claro el ser escogido en el "casting" final... Pero no me importa, de verdad, porque nada hago pensando en el premio o temiendo el castigo, como dice el célebre poema "No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte", sino que simplemente paso por la vida como auténtica "cabra loca" haciendo piruetas por los riscos de la vida, al menos, siempre, con buena intención.
Aclarado que no me preocupa mi destino final... Se me ocurren consideraciones nuevas al hecho de lo que celebramos hoy, y es el tema de la otra vida, siempre la humanidad preguntándose ¿existe la otra vida?, por supuesto, quienes tenemos fe, tenemos la garantía de la resurrección de Cristo, ya lo dice San PABLO "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe" (1 Corintios 15,14), y las propias palabras de Cristo, en su disputa con los saduceos, que negaban la resurrección, "y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el pasaje sobre la zarza ardiendo, cómo Dios le habló, diciendo: ``Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob"? El no es Dios de muertos, sino de vivos; vosotros estáis muy equivocados" (Mateo 12,26-27), aparte de la parábola de LÁZARO y el rico EPULÓN, que -evidentemente- el Señor no habría contado de no existir la otra vida (Lucas 16,19-31).
Sin embargo no todas las personas tienen el don de la fe, ni tienen por qué creer, entonces haciendo el esfuerzo, que tampoco para mí lo es tanto, de argumentar racionalmente -como dice el Credo "espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"- la existencia de la otra vida, he tenido la certeza absoluta y racional de ello desde que, de pequeño, estudié los hombres prehistóricos en el colegio, porque mucho antes de que existiera la cultura, la filosofía, incluso si me apuráis el propio lenguaje, en cuanto el hombre enterró, por vez primera, a sus semejantes, con su vasija, sus cuatro pertrechos y un ramillete de flores o un puñado de frutos, ahí se produjo la confesión primera "espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro".
Por tanto, en esta espera, en esta confianza, recordemos a nuestros seres queridos, en mi caso, faltan mis cuatro abuelos, mi propio padre, muchos hermanos y hermanas de mis abuelos... pero no seamos egoístas, no recordemos, por más legítimo que sea, solamente a nuestros familiares, recordemos también el paso (me atrevería a decir la "pascua", pues eso significa literalmente el término hebreo "pasaj", el "pasar por encima") de aquellas otras personas que influyeron en nuestras vidas y que ya no están, sean profesores de nuestra niñez, sacerdotes relacionados con eventos de nuestra vida, religiosos y religiosas, amigos, compañeros de trabajo, incluso, me atrevería a decir, incluso aquellas personas que, por famosas y lejanas, también nos influyeron, ese actor, esa actriz, ese escritor, ese autor... porque como una vez me dijo un compañero del trabajo "toda persona que pasa por nuestras vidas, deja algo de sí en nosotros y se lleva algo de nosotros con ellos", y aquí es donde radica, aunque sea dicho de forma tan llana, el misterio que celebramos hoy...
En efecto, todas esas personas, por lo que de nosotros se llevaron con ellas, en cierto modo, al estar ya en la presencia de Dios, Padre, bueno del Cielo, nos están dando a conocer a nosotros mismos a Dios, porque sus vidas, asumidas ya en el seno de Dios, incluyen sus vivencias con nosotros, en este sentido, parte de nosotros está ya en el corazón de Dios, adelantando nuestro propio estar ante Dios -por eso decimos que Cristo, en su Ascensión, es prenda de la humanidad futura, porque lo que se refiere a ser hombre, a la humanidad, es algo que Dios puede conocer por el misterio de la Encarnación primero, el alfa, y por la Ascensión de Cristo al final, la omega. Como por todo aquello que dichas personas dejaron en nosotros, siguen, precisamente, vivas, esto es, eternas y resucitadas, en nuestro recuerdo.
Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos. Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso hizo una expiación por los caídos, para que fueran liberados del pecado.
(2 Macabeos 12,44-46)
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