Acerca de la oración constante y sus efectos.
El monje oriental Simeón el Nuevo Teólogo, cuyos escritos han ejercido un notable influjo sobre la teología y la espiritualidad de Oriente, en particular en lo que respecta a la experiencia de la unión mística con Dios. Simeón el Nuevo Teólogo nació en el 949 en Galacia, en Paflagonia (Asia Menor), de una familia noble de la provincia. Aún joven, se transfirió a Constantinopla para emprender los estudios y entrar al servicio del emperador. Pero se sintió poco atraído por la carrera civil que se le sugería y, bajo la influencia de iluminaciones interiores que iba experimentando, se puso a la búsqueda de una persona que le orientara en el momento lleno de dudas y perplejidades que estaba viviendo, y que le ayudase a progresar en el camino de la unión con Dios. Encontró esta guía espiritual en Simeón el Pío (Eulabes), un simple monje del monasterio de Studion, en Constantinopla, que le dio a leer el tratado La ley espiritual de Marcos el Monje. En este texto, Simeón el Nuevo Teólogo encontró una enseñanza que le impresionó mucho: "Si buscas la curación espiritual - leyó en él - estate atento a tu conciencia. Todo lo que ella te diga hazlo y encontrarás lo que te es útil". Desde aquel momento - refiere él mismo - nunca se acostó sin preguntarse si la conciencia no tuviese algo que reprocharle.
De la misma manera que los mandamientos generales comprenden a los mandamientos particulares, las virtudes generales envuelven a las virtudes particulares. Aquel que vende sus bienes, distribuye el producto entre los pobres y se convierte en pobre súbitamente, cumple todos los mandamientos particulares al mismo tiempo. No tienen nada para dar a quien le pida, ni para rehusar a quien quiera tomarle prestado. Del mismo modo, aquel que ora sin cesar, todo lo involucra en su oración. No está ya en la obligación de alabar al Señor siete veces al día, y a la tarde, a la mañana y al mediodía, puesto que ya cumplió con las oraciones y la salmodia que los cánones nos imponen en tiempo y horas fijas. Igualmente, aquel que posee en si, conscientemente, «el saber que al hombre enseña» (Sal 94, 10), ya recogió todo el fruto que procura la lectura y no necesita hacer lectura de libros. Así también, el hombre que entró en la familiaridad de aquel que inspiró los libros santos, es iniciado por él en los secretos inefables de los misterios ocultos convirtiéndose, para los demás, en un libro inspirado que lleva en si inscritos, por el dedo mismo de Dios, los misterios antiguos y nuevos, pues ha cumplido con todo y reposa en Dios -la perfección primera- de todos sus trabajos y sus obras.
Aplicaos con todas vuestras fuerzas a vuestro oficio permaneciendo en vuestra celda. Perseverad en la oración con compunción, atención, lágrimas continuas, sin pensar que habéis sobrepasado la medida del cansancio y que podéis cercenar un poco la oración a causa de vuestra fatiga física. Os lo digo: es posible extenuarse tanto como se quiera en el oficio; pero el que se priva de la oración sufre un grave detrimento.
Si durante vuestra oración se produce un pavor, un estruendo, un relámpago de luz, o cualquier otro fenómeno, no os turbéis y perseverad en ella con tanta mayor tenacidad. Esa turbación, ese espanto, ese estupor, vienen de los demonios que quieren debilitaros y haceros renunciar a la oración para apoderarse de vosotros cuando ese debilitamiento se convierta en hábito. En cambio, si mientras vosotros cumplís vuestra oración, brilla una luz imposible de expresar, el alma se llena de alegría, del deseo de lo mejor, se libera un raudal de lágrimas de compunción, entonces sabréis que se trata de una visita y de un consuelo (un auxilio) de Dios.
Simeón entró en el monasterio de los Estuditas, donde, sin embargo, sus experiencias místicas y su extraordinaria devoción hacia el Padre espiritual le causaron dificultades. Se transfirió al pequeño convento de San Mamés, también en Constantinopla, del cual, tres años después, llegó a ser cabeza, el higumeno. Allí condujo una intensa búsqueda de unión espiritual con Cristo, que le confirió gran autoridad. Es interesante notar que se le dio el apelativo de "Nuevo Teólogo", a pesar de que la tradición reservara el título de "Teólogo" a dos personalidades: al evangelista Juan y a Gregorio Nacianceno. Sufrió incomprensiones y el exilio, pero fue rehabilitado por el patriarca de Constantinopla, Sergio II.
Simeón el Nuevo Teólogo pasó la última fase de su existencia en el monasterio de Santa Macrina, donde escribió gran parte de sus obras, convirtiéndose en cada vez más célebre por sus enseñanzas y por sus milagros. Murió el 12 de marzo de 1022.
En cambio, si mientras vosotros cumplís vuestra oración, brilla una luz imposible de expresar, el alma se llena de alegría, del deseo de lo mejor, se libera un raudal de lágrimas de compunción, entonces sabréis que se trata de una visita y de un consuelo (un auxilio) de Dios.
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