martes, 17 de noviembre de 2015

"está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin"

LA SEGUNDA VENIDA DEL SEÑOR¡Tranquilos... Aún nos queda lejos
porque tenemos mucho que hacer primero!

Recitamos coda Domingo, en la Eucaristía, el Credo, y en él afirmamos creer "está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin" y aunque es de fe la segunda venida del Señor, con ella nos pasa algo muy curioso, que la apocalíptica sólo nos sirve para llenar intervenciones escatológicas y conspiranoicas en  programas del estilo CUARTO MILENIO, para meter miedo en cuanto coinciden en el tiempo un par de terremotos, dos guerras y un atentado (que yo me digo "si los seres humanos somos así de cafres -salvo las catástrofes naturales- ¿es que alguna vez en algún lugar de la tierra no hay guerra?") con aquello de que mal anda el mundo y que ya hemos desatado la ira de Dios, bla,bla, bla... -tan propio de agoreros y profetas de calamidades- y, finalmente, no nos hace mucha gracia pensar en ello, quizás, porque asociamos -y así es- la segunda venida del Señor con el juicio universal, y como en eso andamos cojos, ya sabéis "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra" (Juan 8,7), pues no nos gusta mucho andar pensando en ello, como se suele decir "¡Que el Señor nos pille confesados!"

Sin embargo el Señor nos dice en el Evangelio de hoy (Marcos 13,24-32) claramente que "en cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre", y pese a ello, bien que a lo largo de la historia ha habido pseudo-mesías y falsos profetas que han ido poniendo fecha de caducidad (todas ellas erradas) a nuestro paso global, como humanidad, por este mundo. 

¿Entonces qué podemos hacer entre medias? Mi abuelo tenía un refranillo, será que sabiduría de los mayores obliga, por el que solía decir "¡Para tres días que vamos a vivir, y dos lloviendo, no nos jodamos el que nos queda en medio!", y oye, aunque me disculpéis la palabrota, no deja de tener razón: Vivamos, como dice San PABLO irónicamente "comamos y bebamos que mañana moriremos" (1 Corintios 15,32), pero en este vivir permanezcamos alerta, que no es más que lo que reitera el Señor con la parábola del mayordomo precavido o el amo que llega sin avisar, esto es, velando, que no es otra cosa sino vivir la vida de forma esperanzada, alegre, altruista, generosa, entregada, ya sabéis aquello otro de "el que pierda su vida por mí la ganará" (Mateo 16,25), y sabiendo que con orar, rezar y ser buenos no basta todo "no todos los que dicen "Señor, Señor" entrarán en el Reino de los Cielos" (Mateo 7,21), sino que tenemos que arremangarnos y ponernos a trabajar en serio para que el Reino sea una gozosa realidad entre nosotros...

¡Por supuesto que seguirán habiendo catástrofes naturales, guerras, desastres, hambre, enfermedades y muerte a nuestro alrededor! Pero no debemos interpretarlo en el sentido de que "la ira del Señor se acerca" -cosa que ya hemos visto no podemos saber a fecha ciertaal contrario, hemos de experimentar en ello la llamada del Señor a que nos hagamos conscientes, como decimos en el Credo, que cuando venga "su reino no tendrá fin", un Reino como nos dice el Apocalipsis en el que "ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado" (Apocalipsis 21,4), entonces para que ello sea posible es preciso que seamos nosotros los primeros involucrados en eliminar todo ello, para lo que tenemos un claro programa de actuación "tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí" (Mateo 25,35-36), si lo queréis en plan evangélico, si lo queréis en plan eclesial, lo que siempre se llamaron las "obras de misericordia" esto es "enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y las almas perdidas, visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, liberar al cautivo y enterrar a los muertos".


Por eso no me dan miedo los terremotos, ni las guerras, ni las epidemias, ni las enfermedades, ni los atentados... porque no me parecen signos apocalípticos, sino signos esperanzadores, porque en todas estas situaciones terribles (a los recientes atentados de PARÍS podría referirme, como ejemplo más cercano) es cuando el hombre muestra lo mejor de sí mismo: la solidaridad, el altruismo, la generosidad, la entrega, el servicio... en suma, lo mejor de la humanidad, que se pone a trabajar, lejos de lamentarse, con esperanza... y si tenemos esperanza, no nos haría falta el Señor presente, pues la esperanza es la que nos hace trabajar en el reino de Dios "ya no, pero casi más cerca"...
 
Quizás cuando hayamos desterrado todo lo malo, por nuestro esfuerzo y trabajo, esperanzador, animados por el Espíritu Santo, ya no nos hará falta la esperanza ¿a qué esperar algo mejor si ya no hay nada malo contra lo que luchar? y entonces, digo yo, es que venga el Señor, culminada toda esperanza.

1 comentario:

  1. Quizás cuando hayamos desterrado todo lo malo, por nuestro esfuerzo y trabajo, esperanzador, animados por el Espíritu Santo, ya no nos hará falta la esperanza ¿a qué esperar algo mejor si ya no hay nada malo contra lo que luchar? y entonces, digo yo, es que venga el Señor, culminada toda esperanza.


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