"Estén
prevenidos y oren incesantemente" (Lc 21, 36)
Esta invitación la encontramos cuando Lucas anuncia la segunda venida
de Jesús; algo que, para el universo creado, tendrá lugar cuando menos se lo
espera, pero que también se verificará para cada uno de nosotros con la muerte
física en el encuentro cara a cara con el Señor.
"Manténganse despiertos y oren" repetirá Jesús en el Huerto
de los Olivos, para preparar a su gente al escándalo de la pasión.
En estas dos palabras está encerrado, entonces, el secreto para
afrontar las situaciones más dramáticas de nuestra vida, pero también las
inevitables pruebas cotidianas.
Vigilancia y oración, indispensables la una para la otra: no se vigila
sin orar, no se ora sin estar espiritualmente despiertos.
Ya desde la época de los primeros ascetas en el desierto se trataba de conjugar, por todos los medios, ambas virtudes, para que ninguna tentación pudiera tomarlos de sorpresa. Por eso mismo fueron muchos los medios que se pensaron para mantenerse en una actitud vigilante y orante.
Ya desde la época de los primeros ascetas en el desierto se trataba de conjugar, por todos los medios, ambas virtudes, para que ninguna tentación pudiera tomarlos de sorpresa. Por eso mismo fueron muchos los medios que se pensaron para mantenerse en una actitud vigilante y orante.
Pero hoy, para nosotros, en el ritmo frenético y arrollador de la vida
moderna, ¿qué esperanza podemos tener de no dejarnos adormecer por el canto de
tantas sirenas? Por otra parte, aquellas palabras del Evangelio fueron dichas
también para nosotros...
"Estén prevenidos y oren incesantemente"
Jesús no nos puede pedir, tampoco hoy, algo que no estemos en
condiciones de hacer. Por eso, junto con la exhortación, no puede dejar de
darnos también el modo que nos permita vivir según su palabra.
¿Cómo se puede, entonces, permanecer despiertos y en guardia? ¿Cómo se
puede permanecer en una actitud de oración constante?
A lo mejor hemos tratado de poner todo nuestro esfuerzo posible para encerrarnos en defensa contra todo y contra todos. Pero ése no es el camino y no tardamos en darnos cuenta de que, tarde o temprano, hay que aflojar.
A lo mejor hemos tratado de poner todo nuestro esfuerzo posible para encerrarnos en defensa contra todo y contra todos. Pero ése no es el camino y no tardamos en darnos cuenta de que, tarde o temprano, hay que aflojar.
El camino es otro y lo encontramos tanto en el Evangelio como en la
misma experiencia humana.
Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre a la espera y cada minuto que pasa sin ella está en función de ella. Vigila bien quien ama.
Es propio del amor vigilar. Esto es lo que nos enseña también la parábola de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes.
Quien espera a alguien que ama se mantiene despierto,
porque el sentimiento que lo mantiene en pie y preparado al encuentro es más
fuerte.
Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre a la espera y cada minuto que pasa sin ella está en función de ella. Vigila bien quien ama.
Es propio del amor vigilar. Esto es lo que nos enseña también la parábola de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes.
Lo mismo se hace en la familia cuando, estando lejos, se vive a la
espera de encontrarse. Y en el saludo alegre se manifiesta todo el gozoso
trabajo de la jornada.
Lo mismo hace la madre o el padre cuando se toma un pequeño respiro mientras asiste a su hijo enfermo. Duerme, pero el corazón vigila.
Lo mismo hace quien ama a Jesús. Todo lo hace en función de él, al que
encuentra en las simples manifestaciones de su voluntad, a cada momento, y que
encontrará solemnemente el día en que él venga.
La liturgia, por su parte, este mes nos prepara a una oración viva, rica de expectativas, de dones, del Don: el nacimiento de Jesús sobre esta tierra, en su celebración al comienzo del tercer milenio.
La liturgia, por su parte, este mes nos prepara a una oración viva, rica de expectativas, de dones, del Don: el nacimiento de Jesús sobre esta tierra, en su celebración al comienzo del tercer milenio.
"Estén prevenidos y oren incesantemente"
También la oración continua es en todo una cuestión de amor porque,
aparte de los momentos dedicados a las oraciones, toda la existencia cotidiana
puede convertirse en oración, ofrecimiento, coloquio silencioso con Dios.
Esa sonrisa que hoy brindamos, ese trabajo que hacemos, ese auto que
manejamos, esa comida que preparamos, esa actividad que organizamos, esa
lágrima que derramamos por el hermano o la hermana que sufre, ese instrumento
que tocamos, ese artículo o carta que escribimos, ese acontecimiento feliz que
compartimos alegremente, esa ropa que acondicionamos...
Si lo hacemos por amor, todo, todo puede convertirse en oración.
Si lo hacemos por amor, todo, todo puede convertirse en oración.
Para mantenerse vigilantes, para orar siempre, es necesario entonces
permanecer en el amor: es decir, amar su voluntad y a cada prójimo que nos pone
al lado.
Hoy amaré. Así vigilaré y oraré al mismo tiempo.
PADRE QUE PODAMOS VIVIR PROFUNDAMENTE
LA ESPERA DE TU LLEGADA
EN NAVIDAD
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